Traición, una constante de los políticos

Por: Rafael Domínguez Rueda

Durante muchos años -siglos­– los mexicanos hemos callado y obedecido ciegamente. La mentira, la hipocresía y la traición han sido una constante de los políticos mexicanos; de un uso permanente, pues siguen practicándose hasta nuestros días. La verdad no es una prioridad de los políticos. Casi todos consideran a la mentira una herramienta de trabajo. Por eso, sin el menor escrúpulo traicionan.


Hace 204 años (1821), por este mes de agosto se vivían los primeros días de la Independencia de México.


Agustín de Iturbide, quien en noviembre de 1820 juró al Jefe Político Juan Ruiz de Apodaca acabar con Vicente Guerrero, se dió cuenta, por tantos reveses recibidos, que por las armas no podría acabar con él, entonces cambió de estrategia y envió una carta invitándolo a platicar “para arreglar asuntos concernientes a la felicidad de la nación”.


Abriendo el camino de las negociaciones, Guerrero e Iturbide se entrevistaron en Acatempan el 14 de marzo de 1821, donde se dieron un abrazo, estableciendo que la Nueva España era «libre, democrática e independiente».

Apodaca envió al militar Pascual Liñán a combatir a Iturbide. Pese a ello, una a una las plazas se fueron uniendo al Ejército Trigarante. Entre las contadas escaramuzas que ocurrieron en esos días entre realistas y trigarantes estuvieron la de Arroyo Hondo, cerca de San Juan del Río y Hacienda de la Huerta, en los alrededores de Toluca. En ambas, los realistas fueron derrotados con facilidad.

En la ciudad de México, fuertemente resguardada, Apodaca enfrentó una sublevación. Sus mandos militares, encabezados por el Gral. Francisco Novella, le exigieron entregar el poder. El viejo marino cedió y volvió a España. Provisionalmente, Novella ocupó la Jefatura política.


El sustituto de Apodaca desembarcó en Veracruz el 3 de agosto de 1821. Su nombre: Juan José Rafael Teodomiro de O’Donoju.


La entrada de O’Donojú en la Nueva España sucede de forma «irreprochable», escribe Enrique González Pedrero en «País de un solo hombre”. Recibe a los trigarantes y les asegura que «si mi gobierno no llenase vuestros deseos de una manera justa, que merezca la aprobación general (…) os dejaré tranquilamente elegir al jefe que creáis conveniros».


A través del coronel Manuel Gual y el capitán Pedro Pablo Vélez, envía dos cartas a Iturbide. En una, oficial, lo reconoce como jefe superior del Ejército de las Tres Garantías; en otra, privada, le llama «amigo”. Y le ofrece concretar el programa para poner fin a la guerra.


Acantonado en Puebla, Iturbide responde el 11 de agosto a O’Donoju: «Veo con placer que están en consonancia nuestras ideas”, escribió. Y lo invita a que ambos se encuentres en Córdoba, «para que tengamos una entrevista en que, si es posible, pongamos la última mano a la grande obra de felicidad de este suelo y se aten de un modo indisoluble las relaciones y vínculos de españoles y americanos».

Los fraudulentos Tratados de Córdoba, no sólo violaron lo estipulado en el Plan de Iguala, sino también violaron el pacto con Guerrero.


Posteriormente se vino a comprobar que la negociación de los Tratados de Córdoba, la entrada del Ejército realista a la ciudad de México disfrazado de insurgente, la Junta Provisional Gubernativa integrada por aristócratas y el acta de Independencia de México firmada por los Padres de la patria que no fueron, solamente fueron eventos urdidos por Iturbide para entronizarse y permitir que la nobleza siguiera conservando sus fueros y privilegios, mediante la aplicación de las antiguas formas virreinales.

204 años después seguimos viendo a políticos, como Iturbide, que, valiéndose de la mentira, hipocresía y la traición, se hacen del poder. Están hechos a todas las deslealtades. Iturbide, conocido traidor, participó en la conspiración de Valladolid en 1809, pero él mismo la denunció porque no se le dió el mando de la tropa. En 1816 fue suspendido por malversación de fondos y abusos de autoridad. Cambio los planes de los conspiradores de la Profesa que impulsaron su nombramiento. Traicionó al virrey, pues no acabó con Guerrero como había jurado. Traicionó a Guerrero, al firmar los Tratados de Córdoba que no sólo violaron el Plan de Iguala, sino, además, el pacto con Guerrero al permitir que Iturbide llegara al poder y convertir la revolución de democrática en aristocrática.

Iturbide, este conocido traidor, pidió prestados 20 mil, pesos para gastos de la entrada a la ciudad. Peor, debía alimentar a 16 mil soldados y pagarles sus salarios. El opulento imperio nacía arruinado. México estaba en crisis. La primera. La segunda fue con Antonio López de Santa Anna, el vende patria, quien ocupó la presidencia de la república en seis ocasiones. La tercera ocurrió con Victoriano Huerta, el chacal usurpador, por sus acciones contra Madero. Y, finalmente la 4ª T, con el autócrata perverso que arruinó al país, no tanto porque desapareció 109 fideicomisos, desabasteció el sector salud, endeudó al país como nadie y tantas y tantas barbaridades que lo colocan como el peor mandatorio de todos los tiempos, pero lo más grave que dejo un México fallido en el cual no se sabe quién gobierna, si el padrino, el crimen organizado o el gobierno desorganizado, teniendo a la cabeza a una señora improvisada, incapaz, que por su incapacidad se aprovechan los criminales.