La dicha de seguir vivo
Por: Rafael Domínguez Rueda
He sido siempre optimista. Estar vivo a mi edad, es increíble, porque varias veces me le he escapado a la parca, puedo leer hasta la media noche sin usar lentes y sigo en activo. Y es que la vida es maravillosa; entonces hay que disfrutarla al máximo. Sin duda, tenemos días difíciles, momentos tristes y hasta de terror; pero quienes tenemos fe, dejamos todo en las manos de Dios.
Por eso, querido lector, aquí sigo como cada ocho días en que he conversado contigo en esta columna; aquí sigo y me siento, profundamente agradecido porque me lees, porque me doy cuenta de que a veces lo que escribo te llama la atención y mis vivencias, a veces, te hacen reflexionar.
En ocasiones me asombra conocer a mis lectores. Hoy que escribo mi columna, por ejemplo, en la mañana al ir caminando por la Explanada se me acercó un policía para decirme que le gustaba como escribo, porque le parecía que estaba platicando con él.
El mes pasado me abordó un ingeniero. Me comentó que le había gustado el tema de mi columna. Como no la había podido bajar del Internet, me pidió le regalara una copia.
Soy ajeno a las redes sociales. En ese sistema de comunicación me quedé en la era cuaternaria. Sin embargo, apreciado lector, cuando por whatsapp, teléfono o personalmente me comentas lo que escribo, hacen que sienta que nos conocemos y que, al sentarme a escribir para ti, inicio un diálogo verdaderamente enriquecedor. Y dentro de ese diálogo se transmiten vivencias. Una vivencia es una experiencia que se vive con una gran intensidad emocional y que, como consecuencia de ello, deja una huella dulce o amarga en la vida de quien la trasmite y una lección para quien la conoce.
Por eso hoy como nunca disfruto el placer de escribir, que es como conversar contigo, disfruto el saber que la vida es maravillosa cuando gozamos de todos los prodigios y bellezas que nos encontramos a cada paso, seamos jóvenes o estemos a las puertas del envejecimiento.
Y es que durante siglos el concepto de vejez ha estado unido a los años: 65 o más o a la llegada de los achaques, desvalimiento, decrepitud, debilidad y muerte. Es cierto, todos vamos a morir, pero el envejecimiento creo que es mental. Hoy es muy diferente y puede ser aún más satisfactorio gracias los avances de la medicina y a la vida moderada que llevemos; una calidad de vida mejor, más placentera, más positiva, más feliz.
Desde luego, no faltan momentos difíciles, amargos, de terror. El día primero de este mes, al salir del baño, resbalé y me descalabré.
Estaba tirado en el piso cuando sentí que un hilillo de sangre corría por mi espalda. Me arrastré unos 5 metros hasta donde estaba mi celular. Llamé a uno de mis hijos. Llegó rápido, pero ya se había formado un charco de sangre. Me trasladó al hospital. Me tuvieron que coser. El doctor estaba más asustado que yo. Al final, se concretó a decirme: ¡Vive de milagro!
Sin duda, ese descalabro es una prueba más en mi camino; no fue para verme caer, sino para que me diera cuenta lo fuerte que me hizo. No fue para lastimarme, fue para mostrarme que nunca me suelta de su mano. No fue un castigo, sino que aquí sigo más fuerte que nunca. Son cicatrices que ahora son medallas, son heridas que se vuelven sabiduría. No sólo sanará la herida, transformará mi testimonio en prodigio.
Y hoy que vivo para contarlo, por este nuevo don recibido, arrodillado debería yo estar siempre para agradecerlo… y así lo reitero, no puedo menos que dar gracias… Gracias a Dios por así su infinita misericordia, «Gracias a la vida ha dado tanto». Gracias a mi hijo que me ayudó a salir del infortunio.
Y en todo este camino, doy gracias al Creador por mi familia que diariamente pinta de colores mi mundo gris, a mis hermanos- amigos cuyo estímulo me ha tonificado en los días de aflicción, a mis primos almas hermanas de la mía, a mis compañeros de trabajo cordialmente.
Si, confieso que soy viejo, pues la vejez es una etapa de vida que comienza a los 60 años; sin embargo, aún no llego al envejecimiento o vulnerabilidad, última etapa de vida. Ahorita, descubro que he vivido productivamente y puedo recontar mis satisfacciones laborales, literarias, sociales y culturales; lamento mis errores y sé bien que el «hubiera» no existe”; soy viejo, pero a los 85 años de vida, aún mantengo ideales de los 25 y doy gracias a tod@s los que de una forma u otra, con su presencia, con su cariño, con su apoyo, con su comprensión a mis limitaciones, con sus recomendaciones o con sus llamadas de atención, han hecho de mi lo que soy.
Detrás de todo esto, querido lector, está y estará cada mañana la dicha de seguir vivo.