-El día que se volvió noche.

Por: Rafael Domínguez Rueda

La mañana del 19 de septiembre de 1985, a las 7.19 horas, un sismo de magnitud 8.1 transformó para siempre el rostro de la capital del país. El lunes pasado se cumplieron 37 años y aún tengo en la memoria la tragedia. Este lunes volvió a temblar y esto me hizo recordar aquella fecha.

Aquel día se volvió noche, pues la ciudad de México cambió súbitamente; en su lugar quedaron el susto, los recuerdos, la nostalgia, el cascajo de insospechados deseos.

Ese día, sin saberlo, sin imaginarlo siquiera, había llegado a la colonia Roma de la ciudad de México, unos minutos antes de las siete de la mañana, donde estaban unos laboratorios. Me iban a tomar muestras para unos análisis.

¿Por qué nunca antes quise escribir de esas primeras horas de una ciudad bulliciosa, divertida, no exenta de peligros y contrastes, pero tampoco de emociones? No lo sé. O tal vez sí: en un principio por la impresión de lo que sentí, vi y viví me dejó estupefacto y el espectro que vieron mis ojos rondaba mi cabeza. También, porque la tragedia ocasionada por el sismo de las 7.19 llenaba las páginas de todos los periódicos y revistas, todos los espacios noticiosos de la radio y la televisión. Y, en mi huida precipitada de la Capital, no daba crédito ver los edificios de la Secretaría de Comercio, el Centro Médico y el Centro SCOP convertidos en escombros.

Nadie hablaba ni pensaba en otra cosa que en los que habían quedado sepultados, las casas y las escuelas destruidas, los edificios convertidos en polvo, las calles llenas de escombros, el dolor de quienes habían perdido o buscaban desesperados a sus familiares y compañeros.

Todo eso lo vi, todo eso lo viví en los momentos en que ocurrió el sismo. El temblor me sacudió en la calle, cuando estaba a punto de abordar mi vehículo. Primero, no quería subirme al carro. Luego, salí precipitadamente. Pasaba en mi guayín Dodge Dart por calles irreconocibles, escuchaba gritos y llantos, veía a los primeros voluntarios mover piedras, calmar a las mujeres, ayudar a los damnificados.

Entonces lo supe: nada volvería a ser igual.

El día anterior había verificado el pronóstico del tiempo: para el 19 de septiembre de 1985 en el Valle de México decía: caluroso, medio nublado con lluvias por la tarde o noche. La temperatura máxima será de 25º y la mínima de 11º. Nada de eso se cumplió. En el infierno no importa si hace frío o calor, lluvia o viento, y en eso se convirtió la ciudad: en un infierno.

Aún a 37 años, siento que no ha pasado el tiempo, que todo acaba de suceder, que aquel día se volvió noche. Pero, también, otro 19 de septiembre, pero de 2017, o sea, hace cinco años volví a pasar otro trago amargo al perder mi departamento en Cuernavaca. Pese a ello, aquí sigo con mi optimismo renovado.

Aquella mañana, la del 19 de septiembre de 1985, fui del susto por el movimiento tan fuerte a la impresión al ver como caía un edificio ante mis ojos, y luego horrorizado al ver tantos edificios destruidos y tantos gritos y llantos… quería llegar a mi casa, sentía miedo de lo que pudiera encontrar en el trayecto, tenía los ojos húmedos y el pensamiento en otra parte…

Continuando, pero con otros recuerdos, también se me aparece en mi sueño, Charlotte y en este incierto mundo vuelves a ser lo que en la vida fuiste mi perra amada, mi compañera a la hora de escribir, mi silenciosa amiga, mi fiel compañera.

Ahora estás en otro mundo, pero no te has apartado de mi mesa de trabajo. Sigues aquí en la casa, sigues aquí en mi corazón. Alguien como tú no se va nunca. Estás en mi memoria y en la de todos los que vivimos en esta casa. Cuando te fuiste de nosotros, lo hiciste de una manera sigilosa, pues esperaste la noche para que no te vieran morir y, a la mañana siguiente, al encontrar tu cuerpo inerte, tu cabeza quedó erguida y fija tu mirada, como si hubieras querido despedirte de nosotros.

Por mucho que te amemos, Charlotte, no te amaremos tanto como tú nos querías, pues nos demostraste que, efectivamente el perro es el mejor amigo del hombre.

Yo no era tu amo, Charlotte. Fui tu amigo. Y a veces fui tu compañero, sobre todo, cuando te llevaba a dar la vuelta al Zócalo y gozabas correteando a las ardillas.

Sálvame ahora de mi mismo, Charlotte. Haz que no caiga en el pesimismo, el desamor, los rencores o la ingratitud. Quiero ser como tú inteligente, dócil, amigable, fiel, siempre optimista.

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