Don Venustiano Carranza

Por: Rafael Domínguez Rueda

Hoy, 21 mayo, se conmemora el 110 aniversario de la muerte de don Venustiano Carranza. Fue presidente de México. Se le da el título de don no tanto por su edad como por el respeto con que se le mira. Veámoslo bien nosotros.


Se mira más alto de lo que en verdad es. Imponen su figura y su actitud. La espesa barba le confiere un aspecto venerable que no deshonran los anteojos que usa. Viste su acostumbrado atuendo de Primer Jefe, atavío que no es del todo civil ni del todo militar. Se cubre con el sombrero que en el sur llaman fronterizo, y texano en el norte.


Parco en el habla y en el gasto moderado, aunque tiene sonora voz no dice más que lo indispensable, y suele anotar en una libreta que lleva consigo los pesos y centavos que desembolsa cada día cuando viaja.


Se hizo fama de terco y obstinado, quienes lo conocieron bien lo tildan de cabeciduro, que nadie lo hace cambiar. Eso quizá le viene de sus ancestros vascos, campesinos del norte de Coahuila que no dicen dos palabras cuando pueden decir una y que una vez que la han dicho no la retiran ya.


A don Venustiano le molestaba mucho una piedra que traía en el zapato llamada Pancho Villa.


Los Estados Unidos, que veían con malos ojos a Villa, apoyaron al gobierno carrancista, pero el presidente Wilson decretó un embargo a fin de que ni uno ni otro bando pudieran tener acceso a armas o parques procedentes del país del norte.


Un día de diciembre don Venustiano recibe una llamada telefónica. Quien llama es el general Francisco Millán, comandante militar de Veracruz. Le informa que un barco mercante norteamericano, el «Moss Castle» había empezado a descargar cajas, supuestamente de herramientas, consignadas a un comerciante del puerto. En las maniobras una se desfondó, y de ella cayeron rifles de combate y balas. De inmediato hizo incautar las cajas que habían sido descargadas y mando que se descargaran las demás, pues se trataba de un evidente caso de contrabando. El capitán del «Morrs Castle» no sólo se negaba a entregar el resto de la carga: exigía, altanero, la devolución de las cajas incautadas, y amenazaba con solicitar la intervención de un cañonero americano que estaba en el puerto. Pediría además protección de su gobierno.

El general Millán esperaba instrucciones del Presidente sobre la conducta que debía asumir. No vaciló Carranza: «Advierta usted al capitán de ese barco le ordenó a Millán que por estar en aguas mexicanas está sujeto a nuestras leyes, y que proceda de inmediato a desembarcar su carga. Si se niega aborde usted el barco con fuerza armada y requise el cargamento. En caso de ataque del cañonero tome las providencias necesarias para repelerlo. Y diga a ese capitán que si por su desobediencia a las leyes de México y al derecho internacional debemos enfrentar al gobierno de su país, bienvenido sea ese enfrentamiento que no deseamos, pero que tampoco tememos».

Un periodista de aquel tiempo, Carlos Filio, hizo la reseña de ese episodio de la Revolución y escribió: «La vida de don Venustiano Carranza puede tener sus oscuridades, hijas de la reciedumbre del mando y de su voluntad tozuda e imperativa; pero los aciertos del hombre son de tan copiosa claridad de patriotismo que las sombras se diluyen».


Esa reciedumbre y esa firme voluntad son necesarias en la hora actual, cuando por un lado afrontamos la embestida de un presidente norteamericano desquiciado y por otra parte nuestro expresidente perverso no ceja en apremiar a la presidenta para acabar con el Poder Judicial, para no ir a dar a la cárcel y la mandataria consciente de que va a enterrar a la democracia mexicana, no entiende de razones.


Ante este dilema, ella no es capaz de alzarse como una estadista, pues su incapacidad, falta de criterio y fidelidad a su maestro la han orillado a pasar a la historia, como una presidenta sepulturera de la democracia.

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