—Mañana es el DIA DEL MAESTRO

Por: Rafael Domínguez Rueda

En una ocasión me encontraba en el bar los Arcos, una cantina de rompe y rasga. Esa clase de bares, los de rompe y rasga, son tan impredecibles, es decir, no se puede saber cómo van a actuar los parroquianos, nunca sabe uno lo que en ellos va a pasar. Con buenos compañeros bebía yo mi «paloma», cuando de pronto un hombre se plantó frente a mí y luego con grave voz, pronunció estas palabras: «El corazón tiene razones que la razón no conoce». Confieso que me sobresalté, pero quien me dijo eso me tranquilizó en seguida, al decirme: «Fui su alumno en el Instituto Federal de Capacitación del magisterio y usted nos enseñó esa frase de Pascal”.

Mañana es el Día del Maestro. Yo empecé a serlo a los 20 años. Mis tías Flores, me recomendaron, pues el mismo Instituto requería un maestro de etimologías y, desde luego, me aceptaron. Así que impartía esa materia, los sábados y domingos, durante 3 años. Casi, al mismo tiempo, las monjitas del Instituto Iguala Incorporado, en mi ciudad, Iguala, le pidieron al obispo Fidel Cortés Pérez que les recomendara a un maestro de Geografía y el prelado me canalizó con ellas. Y si me recomendó fue porque habíamos asistido al mismo Cursillo de Cristiandad. Catorce años antes, yo había estudiado en ese Colegio, pero, entonces, la plantilla de personal la conformaban maestros laicos.

Cuando las madres del Colegio vieron al recomendado de su Excelencia por poco les da un desvanecimiento. Tenía yo la misma edad de quienes iban a ser mis alumnos, apechugaron, sin duda por respeto al Señor que me recomendaba. Me tocó impartir clases en el tumo vespertino. Ahí afiance mi profesión de maestro enseñando Geografía Física a los alumnos de primer año de secundaria, Geografía Humana a los de segundo y Geografía de México a los de tercero. Además, como tenían una Academia Comercial, a estos les daba clase de la Ética.

El primer día de clases me presenté en la escuela. Una religiosa me llevó a la Dirección y me pidió esperara a la Madre Superiora.


En la pared había imágenes con diversas advocaciones de la Virgen: la del Carmen, claro pues a esa congregación pertenecían, la de Guadalupe, la del Socorro, la de Fátima y otras más. Al frente había una que no reconocí. Le pregunté a la sor: «¿Qué virgen es esta?». Me contestó: «Esa no es virgen. Es la Superiora General » Tan angelical era la monjita que ni siquiera se dió cuenta de la sonrisa que no pude ocultar».

Aquel mi primer año de maestro fue la gloria. Por un lado, en el Instituto de Capacitación, todos los alumnos eran maestros y mayores que yo y me tomaron tanta confianza que me pedían les diera una clase extra, que desde luego ellos me pagaban de su bolsillo, de español y redacción. Esto provocó recelo de los demás maestros.

En cambio, en el colegio, fue distinto. Los alumnos tenían bajo rendimiento, había indisciplinados y distraídos. Platiqué con miss Castro, maestra de inglés y con el Ing. Delgado de matemáticas. Coincidieron con mi apreciación, pero me dijeron que ellos se concretaban a dar su clase y ya. Así que mi labor fue titánica: imponer orden, disciplina y trabajo. No fue fácil. Un día le dije a la Directora «O sale expulsado de la escuela este alumno o yo dejo de ser profesor en este Colegio» «Usted sigue. Pero ya no vuelva a ponerme en una disyuntiva», me contestó: En muchas disyuntivas me he visto envuelto desde entonces, pero jamás olvido mi desempeño como maestro


Tampoco podré olvidar cuando dejé el magisterio que era un verdadero apostolado, pero estaba mal remunerado. El último día, reunida toda la escuela en el patio, se dijeron muchas cosas de mí y al final, todos de pie me aplaudieron. Antes de cruzar la puerta de salida, una muchachita me alcanzó y me dijo con lágrimas en los ojos: «No nos vaya a olvidar, maestro”.


Entonces oí música como de ángeles. Me dije: «Este es el momento perfecto para acabar mi carrera de profesor». Y ese día me retiré de las aulas. No las extraño: las conferencias que todavía doy me curan la nostalgia. La verdad es que nunca he dejado de ser maestro. Esta profesión —la de profesor—es una, cuyo nombre empieza con la letra p: poeta, que me ha dado 20 lauros; periodista, oficio que he ejercido durante 68 años; y como patrón o jefe siempre motivé a mis colaboradores para que trataran de superar a su jefe, pues esa sería mi mayor satisfacción En fin, seré maestro hasta el último día de mi vida.

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