(Segunda y última parte)

Por: Rafael Domínguez Rueda

Hace ocho días, erróneamente asenté que “el día de mañana (ocho) se celebra el aniversario del natalicio de Nicolás Bravo…” El aniversario es el día 10, como me lo observó el profesor Guillermo de la Cruz. Hecha la aclaración, prosigo. Quedamos, en nuestra columna anterior, en que Morelos ordenó a Bravo que ejecutara a 300 españoles, mas no lo hizo. Al respecto, dice Román Célis: “Los historiadores que exaltan a Nicolás Bravo, callan el verdadero fondo de este acto en que lo presentan con un corazón lleno de sensibilidad y clemencia, pero el cual obedeció más que otra cosa, a su deseo de no derramar sangre española. Tal determinación se explica porque tenía fuertes ligas amistosas y sociales con familias de Chilpancingo y de México donde había trabajado como “cajero” en una tienda de españoles y, fundamentalmente, porque su esposa, Antonia de Guevara, era hija del comandante realista y delegado de virreinato en Tixtla, Joaquín de Guevara, terrateniente, encomendero y hombre muy rico al que don Ignacio Manuel Altamirano describe en su magistral relato intitulado precisamente, “Morelos en Tixtla”

“La gran matanza posterior de indios tlapanecos ordenada por Nicolás Bravo, que según narra también Altamirano le fue enérgicamente reprochada por Morelos, es otro testimonio que contradice el motivo de generosidad aducido en favor del publicitado perdón que dio a los soldados del Virrey, lo cual quiere decir, que para los dominadores de la Patria tuvo misericordia, pero para los oprimidos de su pueblo sólo metralla”.

Cuando el país ya se había independizado y se recrudecieron las pugnas entre los que querían seguir conservando los fueros y los que luchaban por afianzar una República federalista, relata don Carlos “Generales realistas que habían sido sanguinarios combatientes de la insurgencia, como Armijo, Barragán y Bustamante… encontraron por manejable al general Nicolás Bravo, quien se levantó en armas contra el gobierno legalmente constituido del primer presidente de México, Guadalupe Victoria”.

“El presidente Victoria comisionó a Vicente Guerrero para que sofocara la rebelión. Tras unas cuantas escaramuzas Aprehendió a los jefes del levantamiento y aunque pudo haber fusilado a Nicolás Bravo, lo condujo a la ciudad de México, donde un jurado militar lo condenó a la pena del destierro por seis años a cumplir en Guayaquil”.

“Dos años después volvió al país. Venía amnistiado por quien ya era en 1829 el presidente de México, Vicente Guerrero, quien además ordenó que se le volviera a reconocer el grado que había tenido dentro del Ejército, pero sólo para que al correr de los meses se solidarizara con Antonio Bustamante y se dedicara a promover su derrocamiento”. Después de narrar varios de los hostigamientos, Román Celis, precisa: “Según se despende de todas las noticias y testimonios de esos días, Nicolás Bravo, que conocía muy bien la relación que existía entre Guerrero y Picaluga, participó desde el principio en la traición más sucia que registra nuestra Historia”.
“Se trata de aquella conocida infamia cometida por este judas, cuyo simbolismo también se va olvidando, y que consistió en haber invitado con engaños a Guerrero “a tomar la sopa” a bordo del barco, aprehenderlo, levar anclas y entregarlo en Huatulco, mediante el pago de 3 mil onzas de oro, en que se había convertido la traición”.

Román Célis, concluye su ensayo demostrando en forma contundente los acontecimientos:

  1. Cuando Picaluga estaba en trato con Guerrero, Bravo protegió a aquél.
  2. Bravo lo recibió en Chilpancingo y habló con Picaluga largamente.
  3. Bustamante y Lucas Alamán recibieron a Picaluga en la Capital y a este último se le atribuye como autor intelectual del proditorio crimen que culminó en Cuilapan.
  4. Bravo comisionó a Andrés Fachini –novio de su hija Margarita- para que oculto en una bodega con varios hombres armados lo hizo prisionero y lo cargó de grilletes.
  5. Picaluga, tanto en Acapulco como en Huatulco envió señales. Y

Desde hace 41 años, en el Palacio Legislativo, se inscribió, subrepticiamente el nombre de Nicolás Bravo y nadie ha protestado por este indebido caso.

Y concluye el autor del ensayo: “Al sacar a la luz pública este asunto, no lo hacemos obedeciendo a ninguna ideología, ni mucho menos con el propósito de obscurecer el juicio histórico, ”haciéndolo pender de un eslabón suspendido en el aire”, sino con el fin exclusivamente, de poner a flote la verdad con razones plenamente probadas, para que no se siga presentando como paradigma de nobleza a quien sirvió a intereses aviesos más que a la Patria”.

Así, el auténtico historiador aquilata a los personajes y esclarece la historia. ¿Cuándo sepultaremos a la historia oficial? ¿Cuándo entenderán los divulgadores de la historia que esta materia merece respeto?

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