— Cambian los tiempos
Por: Rafael Domínguez Rueda
Iguala se resiste a perder su mosaico de tradiciones; aunque han venido a menos, pues ya no se realizan con el esplendor de hace 50 años, aún se celebran varias festividades religiosas y paganas, entre ellas la Semana Santa, aún cuando ésta va perdiendo su esencia, su significado original, pues se ha convertido en una perfecta excusa para salir a turistear. La Semana Santa es una de las tradiciones religiosas más importantes del mundo católico, no sólo porque durante ella se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, sino, sobre todo, para renovar nuestra fe y reflexionar sobre el sacrificio de Cristo por nosotros.
No es lo mismo viajar que turistear. Un viaje se hace para cambiar de ambiente, conocer y, sobre todo descansar, mientras que el turismo está siempre asociado con la diversión y el destrampe. Yo acostumbro salir a vacacionar.
Sin duda, han cambiado los tiempos y los hombres también hemos cambiado. Empezando porque, lo que antes se llamaba «Semana Santa», muchos le dicen «Semana mayor». La Secretaria de Educación la llamó «Vacaciones de Primavera» y finalmente, simplemente “vacaciones».
La modernidad se ha ido imponiendo sobre la religiosidad, no precisamente para bien, sino, todo lo contrario, para mal, pues, las costumbres se han relajado y los valores cada vez se van perdiendo más.
Desde luego, en todo el mundo, muchísimos cristianos, católicos, lo mismo que evangélicos, habrán de recordar estos días, la muerte en cruz de quien para su credo es el Mesías Redentor. Estas religiones coinciden en que Dios se encamó en Jesucristo quien vino a redimimos y es el único camino hacia Dios.
El pecado del hombre contra Dios, pecado de soberbia, fue tan grande que ningún hombre era capaz de lavar esa tremenda culpa. Solo Dios mismo podía pagar el precio de la terrible acción por la cual el hombre se perdió: su alejamiento de la divinidad. Así se llevó a cabo el gran misterio de la Encarnación, por el cual Dios se hizo hombre para salvar al hombre. Lo divino se convirtió en humano.
Tal es nuestra vocación: tal es la vocación de todos los seres humanos que habitamos este planeta.
La fuerza de gravedad de lo creado hace que las criaturas vuelvan a su primer origen, y el nuestro es el Amor. Venimos a este mundo por el amor primero, el Absoluto. El amor absoluto es el sentimiento intenso de afecto por otra persona, que se caracteriza por la aceptación del otro sin condiciones.
El amor es el fruto del Espíritu divino. A ese amor regresamos y nos encontraremos en él. No importa que no creamos en él: No importa que no creamos: ¿importa acaso que no crea el polvo? ¿Importa que muchos no crean en los milagros, cuando es un milagro el que estemos vivos?
Lo único que importa es lo que le da valor a un hombre; el valor no se mide por sus posesiones o su cargo, sino por la nobleza de su carácter, la sinceridad de sus acciones y la fortaleza de su compromiso con el bien… Mi santa madre me decía Hijo, lo único que te debe importar es la humildad; renuncia a la soberbia y ten la fuerza de voluntad que se necesita para reconocer tu debilidad. Lo demás, como dice el Evangelio, se te dará por añadidura.
Ahora priva la inconciencia, y con ella la frivolidad; reina la maldad, pues se ha perdido el temor a Dios. Se vive el puro instante, el vanidoso yo; el menosprecio por nuestros semejantes.
Hagamos, sin embargo, que todo eso no apague en nosotros el ansia de eternidad que sentimos está en nuestro interior por ese instinto de conservación que está en todos los seres y las cosas.
También para nuestra muerte habrá resurrección, igual que para nuestra gestación hubo nacimiento. El día en que salimos del vientre de nuestra madre sentimos seguramente que íbamos a morir, expulsados de aquel mundo silencioso y cálido. En realidad íbamos a nacer. Quizá la muerte sea lo mismo y al salir de este otro vientre, el de la madre tierra, pasemos a otra vida que ahora no conocemos, pero que nos espera como ésta nos esperó…