—El carnaval y miércoles de ceniza
Por: Rafael Domínguez Rueda
Hace ocho días fue miércoles de ceniza. Me llamó la atención que muchísima gente acudiera a recibirla, pues las filas eran continuas e ininterrumpidas. Lo curioso es que nada más acuden por costumbre, pues ni los «padrecitos» explican a los fieles esa devoción o práctica.
La ceniza no es un acto mágico para que nos vaya bien o impedir que recibamos un mal o nos limpia de nuestras culpas o pecados. Tampoco es una obligación.
Ponerse ceniza es una manifestación de que profesamos la religión católica y al recibir ese signo nos comprometemos a expresar que queremos: vivir en el amor y al servicio de los demás; valorarnos y valorar a los demás; vivir en el amor y al servicio de los demás; vivir al estilo de Jesús; descubrirnos como imagen viva del Creador y constructor de un mundo mejor; buscar, junto con los demás católicos o no católicos, cómo construir una sociedad mejor en lo económico, político y social y construir una comunidad como el Maestro nos lo pidió: «amándonos los unos con los otros”.
Para ello, renunciando a vivir en la indiferencia; a vivir sin amor a los demás; a menospreciarme a mí y a los demás; a dejarme llevar por las consignas de la publicidad; a dejarnos llevar por los vicios y los falsos valores; a la irresponsabilidad ante los problemas sociales; al individualismo y encerramiento en mí.
En fin, es un signo de que quiero vivir en mi fe y morir con Cristo para resucitar con Él.
En el carnaval, que va perdiendo su originalidad, pues antes con disfraces abigarrados y exóticos, las muchedumbres se engañaban mutuamente con la frase: «¿Me conoces mascarita?», se preguntaban los unos a los otros y se confundían en el bullicio de la alegría en el loco afán del placer.
Viví en mi niñez el carnaval en Iguala. Mi abuela que vendía cascarones me llevaba al Zócalo. Yo no comprendía. Me sorprendía ver tantos jóvenes, mujeres y hombres con antifaz, persiguiéndose unos a otros. Pero, hasta ahí.
Viví el carnaval de Acapulco. Nada extraordinario.
Pero, también, dos años viví el Carnaval de Mazatlán. Una cosa extraordinaria. Es considerado el tercer mejor carnaval del mundo. Después del de Brasil y Venecia. Se celebra seis días previos al miércoles de ceniza. Se distingue por su diversión al ritmo de banda y tambora. Los paseos Olas Altas y Claussen son el principal escenario; se convierten en un gigantesco centro de reunión y baile los seis días y las 24 horas.
El Combate naval se realiza espléndidamente. Es un asombroso espectáculo de pirotecnia sobre la playa. Hace alusión a «La batalla contra la Coderliere», segunda invasión francesa en 1864. Sus actividades son: Jueves: Quema del mal Humor: quema de una figura con la que se da paso a la alegría y diversión. Coronación del Rey del Carnaval, incluye un concierto: Concierto de apertura. Viernes: Coronación de la Reina de los Juegos Florales; Concierto de cantante internacional; Sábado: Desfile inaugural de carros alegóricos. Coronación de la Reina del Carnaval, el evento más esperado del año y Concierto del Grupo más popular del momento. Domingo: Combate naval; Segundo desfile de carros alegóricos, increíbles y espectaculares carrozas que se llevan hasta meses en montarlas. Lunes: Coronación de la Reina infantil y Concierto de reconocido cantante. Martes: Entierro de Juan Carnaval, ceremonia simbólica que marca el final de las festividades.
Para ello, les lleva seis meses de preparación. Para que se den una idea. Un comité de candidatas a Reina, cada 8 días organiza un evento para recaudar fondos. Un jueves se propuso llenar una alberca de refresco. Lo logró. Con esto les quiero decir que ese comité en una semana no sólo recaudó una millonada, sino el patrocinio de otros beneficios. (Esto último me sirvió, pues cuando organicé el Primer Festival Yohuala, con una refresquera aseguré el 20% del costo del Festival).
Acá en Iguala, ahora, hay que reconocer el esfuerzo que hace sólo Hugo Hernández para mantener esta vieja tradición.
Los primeros cronistas de nuestra historia que relatan cómo aconteció el encuentro de la cultura occidental con la mexicana, dan amplio testimonio del profundo espíritu religioso de los pueblos indígenas y de cómo este espíritu alcanzaba también las costumbres y hábitos alimentarios; es decir, existía toda una tradición gastronómica vinculada a las creencias y ceremonias religiosas.
Estas tradiciones, que perduran hasta nuestros días, puede decirse que son, en su esencia, prehispánicas, toda vez que los protagonistas son platillos indígenas (como es el caso de los guisos de nopales, flor de calabaza, chayotes, guanzoncles, verdolagas, papas, moles y tamales), por citar algunos.
Por todo ello no es aventurado afirmar que la gastronomía mexicana de cuaresma es una de las más variadas y deliciosas del mundo, y que para fortuna nuestra, resulta ser ancestral y muy viva tradición de nuestra mesa.