Armando López López

Por: Rafael Domínguez Rueda

“Cuando un amigo se va…» es una canción compuesta e interpretada por el compositor y cantautor argentino Alberto Cortez. Según él, la canción fue escrita al morir su padre, quien había sido para él su mejor amigo.


La letra de la canción utiliza metáforas para expresar la profundidad del lazo entre amigos y la irremplazabilidad de la persona que se ha ido. La repetición de la frase «Cuando un amigo se va» enfatiza la permanencia de la pérdida y la imposibilidad de sustituir esa conexión única con otra persona.


Cada estrofa de la canción describe una consecuencia diferente de la partida de un amigo, utilizando imágenes poderosas como un «tizón encendido» o «un árbol caído» para ilustrar la magnitud del impacto emocional.


Estas metáforas hablan de un dolor que no se apaga fácilmente y de una presencia que, aunque ausente, sigue marcando la vida de quien queda. La canción también toca la idea de que la vida continúa («se detiene los caminos y se empieza a revelar el duende manso del vino») pero sugiere que el proceso de duelo es necesario y que la memoria del amigo perdura.


Vienen a mi mente estas reflexiones cuando me entero del fallecimiento del ilustre maestro Armando López López, acaecido el pasado sábado 5 de octubre, en la ciudad de Chilpancingo.


Para mí, él fue un gran amigo. Y un amigo no es un simple conocido, es mucho más que un compañero; es un faro que ilumina el camino en los momentos oscuros, un eco constante de alegría en los días más brillantes, un hermano que no sólo convive alegremente con uno, sino se interesa por ayudarte, se preocupa por impulsarte y te da la mano para que accedas a planos superiores. Es por eso que ahora que me entero de la muerte de Armando, el dolor y la perdida que experimento me resultan abrumadores.


Muchas veces nos hacemos de amigos con los que no es posible convivir con frecuencia, reunirse periódicamente, pero eso no es impedimento para olvidarse de ellos o romper esos lazos de afecto que nos unen.De Armando guardo muchos recuerdos y motivos de agradecimiento por las consideraciones y muestras de afecto que me demostró siempre.


Nos presentó nuestro siempre recordado hermano del alma: Hermilo Castorena Noriega, cuando en 1986, ambos trabajaban en el Instituto Guerrerense de la Cultura. Desde entonces advertí en él su amor por Chilpancingo y, sobre todo, su entrega a enaltecer las tradiciones, la historia y la cultura a través de su fluida y docta palabra que lo convirtieron en un distinguido líder, brillante funcionario y ciudadano ejemplar.


Cuando fue Presidente del Patronato de la Feria de Navidad y Año Nuevo, no se me olvida que un día llegó hasta mi oficina a entregarme una Convocatoria de los Juegos Florales, porque, según me comentó él quería dejar huella y que del certamen resultará ganador un trabajo de alta calidad.


Todas las noches al llegar a casa, lo primero que veía era lalicitación, pero como ya era la media noche, ni la tocaba. Un día, llegué poco antes de las once y como no quería fallarle al amigo me puse a escribir. Cuando solté la pluma eran las cuatro de la mañana. Todavía tuve cuatro días para darle una pulida. Gracias a Dios obtuvimos el primer lugar, pero, sobre todo no le fallamos al amigo.


Cuando fue Director de Actividades Cívicas del Gobierno nos encargó pronunciar algunos discursos y, desde luego nos desplazamos a cubrir sus encomiendas.


Todavía el año pasado acudí a su rancho a disfrutar de su bonhomía, Su legado perdurará en los espacios que recorrió, pero, sobre todo, en los corazones de quienes tuvimos la fortuna de conocerlo.
Descanse en paz


OFREZCO UNA DISCULPA a quienes acudieron al Museo de la Bandera, el pasado 5 de octubre, entre ellos al personal militar, quienes se habían enterado que habría un acto de Reconocimiento a los fundadores del Festival Yohuala, pero no se enteraron que se cancelaron todas las actividades en solidaridad con los damnificados del huracán.
Porque la cultura también es fraternidad.

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