A 10 años de la verdad inconfesable.

Por: Rafael Domínguez Rueda

Mañana se cumplen 10 años de que en la noche del 26 de septiembre de 2014 Se produjeron los ataques contra los estudiantes de la normal de Ayotzinapa, los jugadores del equipo de futbol los avispones de Chilpancingo y el resto de las víctimas, ocurridos en no menos de 10 diferentes lugares de Iguala y a lo largo de 5 horas, desde las nueve de la noche en que se llevó a cabo la primera agresión, en el mero centro de la Ciudad.


A esa enorme capacidad de fuego que se escuchaba por toda la ciudad hay que sumar el poder total que exhibieron los agresores para controlar no sólo la ciudad sino las vías carreteras hacia Mezcala, Huitzuco, Cocula y El Naranjo, las que comprenden un extenso territorio que aquella noche fue como seguramente era siempre, completamente suyo.

El ataque fue perfectamente planeado y cronometrado. A los normalistas sólo los usaron como carne de cañón. A las 6 estaba anunciado que empezaría el informe de la presidenta del DIF iguala en la Explanada; sin embargo, empezó después de más de una hora. A las 6 salieron de Ayotzinapa los normalistas. Llegan a Iguala alrededor de las 8 de la noche. Se dirigen a la Central de autobuses a apoderase de un autobús «especial». Salen de la terminal en caravana y enfilan por Galeana. Al llegar a Aldama, los dos primeros autobuses continúan de frente. En ese momento, de un carro particular tirotean a una patrulla que se encontraba en la esquina de Galeana y Constitución, la patrulla arranca en su persecución. Es entonces cuando empieza el ataque. El autobús «especial» continúa por Aldama pare salir de la ciudad. Y se producen disparos a los costados de la Explanada donde la gente bailaba. Todos salieron corriendo y hasta los músicos dejaron tirados sus instrumentos.


Un testigo oficial declaró: «A esa hora (21:00) escuché por radio que se aproximaban los estudiantes y bajé de la patrulla (023); en ese momento me atacaron, provocándome un rasguño en la frente y disparé al aire mi arma… 2 disparos, esto con el fin de que no me siguieran agrediendo…”

La gente, al huir, buscaba donde refugiarse. Los negocios que tenían abierto se atiborraron y bajaron sus cortinas. En el Tasty Free, por ejemplo, había señoras a punto de desmayarse.


El motivo de lo ocurrido aquella noche es claro. Los Rojos querían apoderarse del cargamento oculto en el autobús y, a la vez, boicotear el acto político de la Explanada. Del primer motivo casi lo logran y el segundo lo lograron. De ahí que el interés criminal de proteger el cargamento haya descargado esa letal fuerza contra los normalistas que desconocían lo del cargamento.


Hay que leer el informe del GIEI, pues ofrece una descripción aproximada y detallada de lo que se conocía hora a hora y en algunos casos minuto a minuto, de los acontecimientos de aquella absurda y sangrienta noche en la que queda al descubierto una trama de complicidades que rebasa con mucho al ámbito municipal en el que la PGR pretende refundir el caso y que explica por qué sucedió todo y qué es lo que el gobierno federal busca evitar que se sepa oficialmente.

Esa reconstrucción incluye el papel decisivo que tuvieron las autoridades y las corporaciones policiacas y, desde luego, el Ejército en la secuencia criminal. El informe dice lo que hicieron o lo que no hicieron los policías municipales, la Policía Federal, la Policía del Estado y el Ejército.

Dice el informe que el gobernador del estado se enteró de los hechos a las 22.30 hrs. y en ese momento instruyó a los Secretarios de Gobierno, de Seguridad Pública, de Salud y otras autoridades para que se trasladaron a Iguala y que 3 comitivas de diferentes grupos de autoridades estatales, lo hicieron; Sin embargo, la movilización no sirvió de nada. Sólo el traslado del procurador Iñaki que lo hizo desde México, tomó cartas en el asunto.


En un editorial el diario The New York Times afirmó que «la conducta del gobierno alimentó una amplia especulación de que funcionarios federales jugaron un papel en el crimen y luego buscaron cubrir sus pasos».


Efectivamente, los testimonios ministeriales de los involucrados y la revisión de otras evidencias conducen a esa conclusión y a ninguna otra: unos por sus acciones, otros por sus omisiones y complicidad, otros más por sus excesos y algunos más por un ostensible encubrimiento.

La tragedia de Iguala desgarró al país y lo transformó para siempre. Las heridas no han cerrado, por el contrario, comienzan a supurar. Mañana se cumplen 10 años de la tragedia y el Presidente no ha dado ningún resultado a quienes prometió, hace casi una década, que pronto volverían a abrazar a sus hijos y hace un año aseguró que ”ya sabía todo lo que había pasado en Iguala”.


Ahora, el presidente se esconde tras las vallas y se escuda tras el Ejército, después de10 años de mentiras: la bomba de tiempo de los 43, por lo que estamos viendo, nunca podrá ser desactivada.

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