-Rosalía Rueda

Por: Rafael Domínguez Rueda

Todos los días, tanto al levantarme como al acostarme rezo las oraciones que me enseño mi santa madre. Sin embargo, estos últimos días he recordado mucho a mi mamá y con más razón hoy en que estaría celebrando su onomástico.


Cuando ella murió la casa se hizo más grande y yo me hice más pequeño. Al poco tiempo la casa se derruyó, lo que me hizo reaccionar para levantar los muros y de paso sobreponerme a mí pesar.


Ya lo decía hace ocho días, pintó muchos cuadros mi mamá, pero ella misma fue su mejor lienzo, un lienzo “de colores”, un lienzo de amor a la vida y a sus bellezas, Dos hijos tuvo como dos arbolitos: uno prieto y otro güero, y reunió en una carpeta todos sus bocetos que fue como otro hijo. Nos dio casa a mi padre y a nosotros con muchos árboles y patio para jugar, plantas y flores para ofrecer a la Virgen.


Nunca se dijo feminista, sin embargo, fue plenamente mujer cuando era muy difícil ser mujer a plenitud.


Habiendo quedado huérfana de madre muy niña y en una ciudad pequeña, en un pequeño tiempo que fue ajetreado como lo fue el de la Revolución, hizo de su vida un camino ascendente. Realizó sus estudios elementales en su tierra natal: Iguala.


Continuó su preparación educativa en Chilapa, entonces conocida como la «Atenas de Guerrero” y finalmente los perfeccionó en Cuernavaca. Ella se especializó en pintura, piano y bordado, para sobreponerse a la adversidad y hacer de su libertad personal un ejercicio de dignidad humana.


Nos enseñó a sus hijos que no hay que hacer lo que queramos, pues es capricho egoísta, pero que siempre hay que hacer lo que queremos, porque eso es cumplimiento de la vocación. Mi mamá hizo siempre lo que quiso. Es decir, hizo aquello que amó. En eso, en oír su llamado y en seguirlo, fincó toda su vida.


Leal a los suyos, fue siempre fiel a sí misma. Esa es la mejor fidelidad y mayor felicidad.


Mi mamá, decía, nació en los albores del siglo pasado y tuvo una educación sobresaliente. Así que sus primeras letras las aprendió en Iguala, las segundas en la levítica ciudad de Chilapa, las terceras en la Ciudad de la eterna primavera y todas las demás, como cocinar, cantar y leer las adquirió en el teatro de la vida.


Actuaba, actuaba, actuaba siempre mi mamá, Actúo en esa vida que es un teatro, y actúo aún más en ese teatro que es la vida.


La gran pasión de su vida ⎯aparte de la vida⎯ fue la pintura. La trayectoria de Rosalía es una de las más brillantes de entre los artistas de principios del Siglo XX, no sólo su nombre alcanzó fama, sino la logró en poco más de 20 años de carrera. De los cuadros que pintó unos se fueron al estado de Puebla, otros a la ciudad de México, en Chilapa y, desde luego, en Iguala. Ella fue una virtuosa del pincel que, a pesar de su juventud, logró sentar escuela de un modo que otros artistas no lograron.


Considerada por muchos de sus contemporáneas como una jovencita prodigio su extraordinaria capacidad de asimilación unida a su propia creatividad se vieron reforzadas por su personalidad. Rosalía era considerada como una mujer noble y amable, alegre y sociable, que encarnaba como ideal del humanismo.


Nada de lo que hizo mi mamá lo hizo improvisadamente o «al troche y moche». En aquel tiempo tocaba a las mujeres no ejercer y cantar, sino coser y cocer, es decir, hacer labores de aguja y de cocina, tener limpia la sala y arreglado el jardín; atender al marido y cuidar a los hijos. Mi mamá también hizo todo eso y además enfrentó la muerte con estoicismo, con una serenidad conmovedora.


Me queda claro que ella, sobre todo, vivió. Vivió apasionadamente todo aquello que su vida fue en cada escena se transfiguraba; en cada acción que realizaba ponía más empeño que el de aquellos que hicieron la pirámide de Chichen Itza.


Yo quise mucho a mi mamá. Eso es muy natural. Pero además mi mamá me quiso mucho y muchos consejos me dio: «Un hombre debe llevar las 3 efes: feo, fuerte y formal»; yo creo que porque la naturaleza no me había dotado de un buen físico. «Siempre que estés frente a una mujer, recuerda a tu madre que es mujer». A fin de que yo respetara a las mujeres. Ella deseaba que yo fuera pintor. En su memoria he hecho algunos bocetos familiares. Supongo que no son tan malos, pues uno, se encuentra en Canadá otro en La Paz.


Me gustaban sus modos y maneras; los sacrificios que hacía por nosotros, sacrificios no pregonados con lágrimas, como los de doña Sara García, lloroso prototipo de todas las madrecitas mexicanas. Me gustaba que con su esposo fuera a misa; me gustaban las plantas que regaba.


Hasta el final de su vida y eso que pasó tres meses postrada en cama⎯estuvo viva. Otras y otros hay que están ya muertos muchos años antes de que alguien firme el certificado de su defunción.


Yo estoy hecho por partes iguales de mi madre y mi padre. Igual que todos los humanos soy parte de mi padre y parte de mi madre. Mis hijos y mis nietas llevan también algo de ellos.


Ojalá tengan el espíritu emprendedor y la sencilla sabiduría de mi papá y el amor al arte, a la verdad y a la belleza que tuvo mi mamá Si eso sucede, no sólo serán ¡triunfadoras!, sino seguirán viviendo en mis hijos, y en los hijos de ellas.

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