Feliz Cumpleaños

Por: Rafael Domínguez Rueda

Durante más de cinco décadas, cincuenta y siete años para ser precisos, he sido novio de una mujer bellísima. Bellísima porque su rostro parece dibujado por un gran pintor de armonías: amplia frente-rasgo de inteligencia-, cejas perfectas que hacen que su cara resulte más atractiva, labios sexi y ojos de avellana que la convierten en una mujer verdaderamente hermosa y para fortuna mía es mi esposa de toda la vida, mi compañera en el trabajo, pero, sobre todo, en el espíritu y la carne, mi amiga auténtica, pues me lleva de la mano por los escabrosos senderos de la vida.


Siempre ha sido una mujer con personalidad, gracia y garbo. Ese magnífico porte los esculpió durante su carrera profesional que cursó en una escuela militarizada, donde las forman pedagógica, física, cultural y cívicamente; convirtiéndola en referente de mujer con cuerpo ideal, valores y trabajo de excelencia.


Su imagen es símbolo de sencillez, pues con su sonrisa cautiva, su mirada anima y su voz es un arrullo seductor. Además, para mí, muchas veces-las veces de la tristeza-, es mi ángel de la guarda, pues siempre me consuela.


Algunas mujeres son bellas, otras son inteligentes… !Qué dicha que ella tenga las dos cualidades! Y no es un simple decir, ella se graduó con medalla de oro.


Curiosamente el destino jugó con nosotros al empezar a unir nuestros caminos. Cuando yo entré a trabajar, sin conocerla, ocupé la plaza que ella había dejado vacante, al ascender a la plaza que, al fallecer, dejó don Álvaro Rueda. Estoy plenamente convencido que los mejores momentos llegan sin hacer tanto plan y de que las mejores personas aparecen en nuestras vidas de manera casual y espontánea. Creo en las coincidencias, porque en ésta la encontré a ella.


Todo esto viene a cuento, porque el día de mañana es el cumpleaños de ese adorable Ser cuya existencia me demuestra, sin duda, la presencia de Dios. El Señor hizo que su Divina Providencia se volviera humana y me asignó una protectora a fin de que en su nombre me cuidara, me guiara. Por la vida me lleva este ángel de la mano y con la luz de sus ojos Ma. Teresa me aparta de toda sombra.


En la final postrimería invocaré el nombre, que es el de la Santa, y esa invocación abrirá para mí las puertas de la morada celestial. Y no me sentiré un extraño en el Cielo, pues ya lo conocí por ella, aquí en la Tierra.