La sabia virtud del tiempo
Por: Marcial Rodríguez Saldaña
El tiempo como un fenómeno natural ha marcado el ritmo, la vida y el provenir de la especie humana.
Desde los primeros grupos nómadas que vivían en la plenitud de la naturaleza, comenzaron a coexistir con el tiempo, con los ciclos más elementales como: del día, de la noche; del calor y el frio; de la lluvia y las sequías; los periodos de la recolección de frutos; de saber cuando se tenía que comer, que tomar agua, que dormir y despertar.
En la parte antropológica, el tiempo marcó los ciclos propios del ser humano: como el de la fertilidad de la mujer; del periodo de gestación y de la propia vida, del nacimiento y de la muerte.
Desde las primeras civilizaciones, como la sumeria, la egipcia, la china, la hindú, y luego en las mezo americanas, el tiempo siempre estuvo vinculado a una visión cosmogónica. Fue así que los sumerios, del aprendizaje producido por el movimiento de los astros, del sol la luna y las estrellas, lograron dividir el año en 12 meses, el mes en días, un día en 24 horas, cada hora en 60 minutos.
En el caso de los antiguos chinos utilizaban una diversidad de métodos y dispositivos para medir el tiempo, entre los que incluían relojes de sol, de agua (clepsidras), un sistema de doce horas dobles llamado «shí chén», los cuales asociaban con un animal del zodíaco chino y desarrollaron un sistema de 24 periodos solares, que dividían el año en segmentos basados en la observación del sol.
Los mayas para medir el tiempo usaban diferentes calendarios entrelazados, como el calendario de Cuenta Larga, que les permitía registrar eventos a lo largo de extensos períodos, y la Rueda Calendárica, un sistema cíclico que combinaba distintos ciclos para predecir eventos futuros. Además, observaban los ciclos solares y lunares, así como los movimientos de Venus, para registrar eventos astronómicos y rituales.
Los aztecas utilizaban un sistema calendárico complejo que combinaba dos ciclos principales: el calendario solar de 365 días (xiuhpohualli) y el calendario ritual de 260 días (tonalpohualli), los cuales ciclos se entrelazaban para formar un ciclo mayor de 52 años, conocido como la «Rueda Calendárica» o «Xiuhmolpilli» y crearon el famoso Calendario Azteca -La Piedra del Sol-, cuyo original se puede admiran en el Museo Nacional de Antropología.
Los Incas se basaban principalmente el sol y las estrellas para medir el tiempo, además de observaciones lunares y marcadores astronómicos. Su sistema de medición del tiempo incluía un calendario solar y uno lunar, así como la observación de ciclos astronómicos más amplios.
El primer reloj, que hoy usamos, es producto de un largo proceso evolutivo, así aparecieron los de sol, que se remontan a miles de años en los pueblos de Egipto y Babilonia. Pero ya el reloj moderno mecánico, con engranajes y pesas, se le atribuye al monje benedictino Gerberto de Aurillac (más tarde Papa Silvestre II) a finales del siglo X.
Fueron los antiguos griegos, quienes con su tradición politeísta, con la que creaban dioses para todo, dieron vida a Cronos, como el dios del tiempo, de ahí viene el cronómetro, cronología, cronograma, el metro -y todas las medidas. Cuando vemos la lluvia de un atardecer, pensamos en el tiempo como unos breves instantes, pero cuando admiramos las pirámides en Egipto, pensamos en el tiempo como varios milenios.
Es así como los historiadores para conocer nuestro pasado, han tenido que dividir el tiempo -en edades- como los de: la prehistoria, antigua, en media, moderna y contemporánea; con sus periodos intermedios como el del renacimiento o la ilustración. (Todos los datos fueron obtenidos de la obra Historia universal, editorial Salvat, Perú, 2005).
Mucho se ha escrito sobre el tiempo y la historia, como Herodoto -considerado el padre de la historia- quien escribió los nueve libros de la historia; breve historia del tiempo, de Stephen Hawking; la maquina del tiemo, de HJ Wells; se le han dedicado poesias, música y canciones, en las cuales se hacen vibrar las emociones y sentimientos humanos como la desdicha, la amargura, el amor, la felicidad, el pesimismo y optimismo, la tristeza, la alegria, la pasión.
El ser humano desde que nace, vive y comienza a morir, es un ciclo -muy breve- entre la vida y la muerte. Como dice el tango argentino veinte años no es nada, o ya sean 49, 50 o 65, los años que sean son nada y son todo. Parafraseando al gran poeta mexicano Renato Leduc, debemos tener la sabia virtud de conocer y vivir el tiempo, vivir luchando en comunidad con principios fraternos, humanistas -sin ambiciones materiales ni sentimientos inhumanos, con aspiraciones de bienestar- vivir en la paz interior que es el paraíso de la vida.
*Maestro emérito de la Universidad Autónoma de Guerrero
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