Leer y escribir un enorme placer

Por: José Rodríguez Salgado

A los hermanos Figueroa Salgado, apaxtlenses ilustres.

Por breve tiempo las aulas de escuelas y universidades permanecerán cerradas. Las vacaciones iniciaron. México como muchos países considera a sus estudiantes como hijos de la escolarización previa (básica, media, media superior), durante la cual la lectura les fue impuesta para cumplir solamente un plan de estudios y culminar un programa académico. Ante estos supuestos en los sesentas el grupo cultural RÍMBORA presentó ante el Consejo Nacional Técnico de la Educación, una fundamentada argumentación y sugerencias prácticas para modificar la didáctica del español. Pasados sesenta años, Alejandro Miguel, Agripino Hernández Avelar (RIP), Jorge Félix González Sánchez (RIP), Pascual Juárez Santiago (RIP) y el que esto escribe, nos quedamos en espera de la respuesta.

Partimos del análisis que la escuela perpetúa el error de fomentar la lectura y el conocimiento como medios, no como fines. Una vez alcanzada la meta –la aprobación del curso, el título profesional, incluso los grados de maestría y doctorado–, esos medios dejan de tener utilidad. Son, según este criterio un mal estrictamente necesario, un mero instrumento para la promoción. A la luz de esta óptica entenderemos por qué un numeroso grupo de universitarios, politécnicos, normalistas, etc., no lee, ni compra libros. Y es que desde siempre la lectura les fue impuesta. Sus experiencias de leer y escribir fueron en general precarias y en casos aislados, amargas.

Su práctica se redujo a leer por obligación algunos textos para enseguida, elaborar resúmenes y responder cuestionarios sobre temas que nada o muy poco tienen que ver con el disfrute de esas actividades. Muchos estudiantes de todos los niveles no leen por placer, si no tan sólo por “utilidad”, para las evaluaciones. En lugar de incentivar la pasión por la historia, el conocimiento, la emoción, la reflexión sobre lo leído, lo que hace el sistema educativo es adormecer el cerebro con datos prolijos, como inútiles: nombre de la obra, tema, personajes principales, personajes secundarios, lugar y fecha de nacimiento del autor, escuela literaria, etc. Con lo anterior califican la “comprensión de lo leído”.

Esta es una forma de lectura por coacción y del aprendizaje por interrogatorio inquisitorial. El disfrute del libro “se esfuma”. Es decir se enseña lo superfluo, lo innecesario, lo vano, en lugar de conversar y escribir libre y autónomamente sobre lo que cada quien experimentó en su práctica íntima como lector. La lectura debe ser un acto autónomo y la experiencia debe ser individual. Todo comentario es válido y toda reticencia es justa. Nuestra escuela descansa sobre un esquema rígido y meritocrático Parte del falso principio de que lo que no se puede calificar no sirve y lo que no aumenta el currículum es una pérdida de tiempo.

Los estudiantes en lo general asumen que leer es tedioso y soporífero, que los libros causan sufrimiento pero que al final de la carrera cobrarán venganza mediante la obtención del título y cédula profesional; se olvidarán para siempre de esos objetos que sólo aportaron molestias. Muchos sacaron la carrera sin leer siquiera los libros completos sobre lo que supuestamente es su vocación. Otros terminaron leyendo resúmenes, fragmentos, capítulos, en fotocopias o en internet, con la sensación que con eso era suficiente para convertirse en licenciados, maestros, doctores…

Todos los problemas de la lectura y escritura se acentúan en la vida profesional pues no conectaron su aprendizaje con el proceso general del conocimiento. Padecemos un sistema que prepara a los alumnos para los exámenes pero no para el ejercicio del pensamiento y la pasión reflexiva. La educación científica, ética y humanística favorece la autonomía. La simple escolarización la inhibe, cuando no, la prohíbe. El desarrollo del pensamiento pasa por la aduana de la duda, más que por el camino de la aplicación. En general un alumno “sobresaliente o aplicado”, es aquel que no ha discutido jamás el poder curricular de sus maestros, ni la autoridad textual de los libros que debe leer para memorizar y aprobar los estudios. La autonomía debe ser el centro de toda personalidad, la finalidad de todo desarrollo intelectual. Hacer las cosas que nos gustan es positivo para nosotros y los demás, puesto que contribuyen a lograr una sociedad más inteligente, racional y sensible.

En suma, leer para reafirmar nuestro ser inteligente y emotivo. Lo peor de la escolarización actual es que se educa a los jóvenes con un nivel bajo de tolerancia a la frustración y esto conduce irremediablemente a una paupérrima y superficial satisfacción. Hay que intentar el cambio.