La Palabra, Vocación y Cumplimiento

Por: José Rodríguez Salgado

Al Profr. Héctor Aguilar Padilla, ex Pdte. de la Asociación de Ex alumnos de la ENM .

Por varias semanas en la arena política mexicana se discutió apasionadamente el asunto de la violación de la palabra empeñada. Desde la infancia escuché de los mayores la recomendación de “ser hombres de palabra”. En abono a esta preocupación se argumentaba que la palabra como el hombre tienen un destino, bello o ruin, según el uso que se haga de ella. Verdaderamente es un compromiso que no puede burlarse. Nuestros abuelos sentenciaban que la palabra no vale si no se cumple y consideraban un hecho casi heroico, tenerla. En las escuelas de antes los profesores rurales insistían que lo más importante en la conducta era “ser personas de palabra”, los más preparados agregaban, que el lenguaje es sustancia del espíritu que pule el pensamiento y arma la voluntad; adquirirlo, usarlo y honrarlo es misión inviolable y pertenece al mundo de los valores.

De ahí la profundidad de la afirmación, de que sólo hay personas dignas de tener palabra y seres incapaces de poseerla. En el campo del interior alcanza prueba y validez en la propia dignidad. Cuando se es perjuro se profana y se ofende a la historia, las formas, la razón y el mundo personal. Que se sepa nadie niega que es un elemento constitutivo de los seres humanos, de ahí que el lenguaje sea la primera y más grande de las riquezas. El licenciado Alfonso Sierra Partida, afirmaba en los sesenta, que somos palabra dialogada por las facultades de oír y hablar; que la palabra no es cosa hecha, es necesario construirla con las herramientas de nuestra propia vida, para merecerla.

De él aprendí que es la voz del maestro, la que tiene el encargo sagrado de ayudar a los discípulos a realizarla. En la cátedra el verbo adquiere la consistencia de una palanca que mueve lo que parecía definitivo y estático. El doctor Alfonso Contreras Milanés ex director de la Nacional de Maestros, afirmaba que el verbo es verdad y mentira; decisión y cobardía y que el deber de los profesores —conductores de almas–, es inclinarnos por lo bueno, lo bello, noble y verdadero, buscando el equilibrio entre la emoción y el conocimiento, para construir armoniosamente las ideas y conseguir firmeza, profundidad y belleza.

El gran tribuno del siglo XX, campeón internacional de oratoria y Maestro de la Juventud don José Muñoz Cota, sentenciaba en la Tribuna de México, que la palabra ha merecido a los pueblos y a los hombres; negarla es ignorar la historia y el devenir de la humanidad, por lo que hay que proceder con responsabilidad plena al hacer uso de ella en el aula, en la plaza pública o en el certamen y no bajar del pódium sin el convencimiento del deber cumplido.

En las instituciones en que me formé tuve mentores excepcionales que me hicieron, mediante sus sabias enseñanzas, tomar posesión de la vida. Lo que vi, escuché, disfruté, transmití y realicé, se lo debo al uso responsable de la cátedra, llama inextinguible hasta la fecha. Siempre lamenté que en muchas escuelas del siglo pasado, no brindaran educación, abundara en cambio información y el rudo cumplimiento de tareas, cansada repetición de lecturas y textos y copias de planas y planas sin sentido. En esos días la enseñanza se fundaba en el lema “la letra con sangre entra”. Era el azote como lección y la rutina como método.

Tuve la fortuna de tener como maestro a don Vicente Carbajal García, quien 1951-1952, con términos generosos nos daba a entender que la letra es una sustancia del espíritu. Llegaron con el tiempo otros mentores en la secundaria, preparatoria, normales y la universidad, que me ayudaron a pulir el talento y me preservaron de hundirme en el pantano de las repeticiones inútiles. Ellos me enseñaron y creyeron en mi futuro magisterio. Por su verbo hablaron conocimientos, inquietudes y libertades; me trasfirieron confianza en los saberes, suprema lección de vida orientada a la realización personal de los futuros alumnos.

Entendí bajo su guía que la educación es la primera de nuestras libertades y que respetar ese ejercicio y orientar los pasos es la primera tarea del padre y el maestro. Aprendí de ellos que alcanzar la propia expresión es la primera meta. El profesor chilapeño Héctor Aguilar Padilla, nos decía en la Normal, que debemos guardar culto al magisterio, porque forma destinos al no coartar los impulsos de toda vocación humana. Desde esta columna le envío un saludo y mi gratitud infinita por sus enseñanzas.

Septiembre 29 de 2022.

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