Semblanza de Juan Nogueda (Segunda Parte)
Por: José Rodríguez Salgado
Felicitaciones cordiales en su cumpleaños al licenciado Joaquín Mier Peralta, tixtleco ilustre.
Orador auténtico, vivió y practicó el heroísmo del sentimiento y el de la expresión, demostración clara de su facilidad de exposición y prosa oral riquísima, fueron los recursos que en el género de la oratoria aplicó en Guerrero y a nivel nacional en donde obtuvo los mayores premios. Sus discursos políticos, sociales y cívicos son verdaderas muestras depuradamente conceptuales y enjundiosas; lograba atrapar el interés de sus oyentes haciendo que las cosas sencillas resultaran trascendentes.
Provocaba con sus palabras verdaderos momentos de entusiasmo, en verdad memorables y sus contemporáneos pudimos escucharlo en varias ocasiones como cuando se dirigió al Presidente López Mateos, a nombre de la juventud mexicana el 5 de mayo de 1962, o en la sala Manuel M. Ponce del INBA, en el homenaje que se rindió a la inteligencia y talento lúcido de Ignacio Manuel Altamirano, o su intervención a nombre de los Tres Poderes de Guerrero en la fecha central del homenaje a Juárez, del año consagrado a su memoria.
Estudioso de la historia del país, interpretaba dialécticamente los grandes hechos, flaquezas o heroísmos de nuestros prohombres a quienes colocó con propiedad en el manejo de la lengua escrita, en el justo sitio en que la patria sitúa a sus hijos predilectos. Él enseñaba con sólo hablar y hablaba enseñando. Era consustancial en su proceder, así se ganó sencillamente el que todos le llamáramos Maestro Nogueda. Naturalmente se resistió siempre a esta denominación y advertía de la magnitud del término, pues es “algo más complejo de lo que a simple vista parece”. Entraña decía, investigación y estudio; dotes pedagógicas, constancia y sacrificio. Estaba cierto que son los pilares de toda actividad educativa fructuosa y su orientación final no es otra que la progresiva promoción y perfeccionamiento del mundo del trabajo.
Este intento de esbozo no sería válido si no ocupara un lugar destacado de su vida pública puesta al servicio de la administración, a la que honró con responsabilidad, agudeza, precisión, orden y lealtad institucional. Fue organizado, prudente, precavido, estudiaba escrupulosamente cada uno de los asuntos a su cuidado, reconocía la opinión ajena y era respetuoso de las ideas de los demás; infatigable en el trabajo, no sucumbía ni en los momentos en que circunstancialmente la enfermedad llegó a acosarlo. Paralelamente a esta labor enmarcó su itinerario por congresos, conferencias, intervenciones varias y opiniones que sentaron cátedra inobjetable.
Sin ser profesor de carrera ejerció su magisterio incitando siempre al cumplimiento, a la acción y al pensamiento. Fijaba la atención en el estudio, la meditación y el análisis. Nos impuso la norma de la reflexión como método esencial de nuestro trabajo. Su paso por la SEP afinó su sensibilidad en extremo, entendió en rigor el humanismo de la obra educativa y propugnó por llevar a sus máximos alcances la filosofía liberadora de esta actividad; es lo positivo de los maestros decía “que donde termina su voz, comienza su obra”.
Como Subdirector de la Escuela de Biblioteconomía y Archivismo, como Catedrático de Francés en la Escuela Normal Superior de la UAG, como Director General de Recursos Humanos de la SEP, como Secretario Particular de importantes personajes de la vida pública de México, o como Delegado de Educación Pública en Chiapas, Colima y Tlaxcala, entendió los propósitos educativos del sistema y actuó con disciplina e institucionalidad.
Comentamos varios amigos que a su fallecimiento ya no somos los mismos y con su desaparición perdimos un poco de ese patrimonio que es la amistad. Murió de un ataque al corazón, la muerte cuando deja de dar rodeos, se explica con muchas palabras, pero hay una expresión antigua insustituible: “ataque al corazón”, ese corazón tan grande y bondadoso, amplio y fresco como una casa de provincia. A 40 años de su partida nos sigue doliendo.
Era amigo ejemplar, en las condiciones difíciles lo demostraba sin distinguir “las palabras de las acciones”. En los últimos años pocas gentes en Guerrero sumaron tantos amigos como Juan Nogueda Soto y la explicación es sencilla como que la amistad fuese en él la manifestación más genuina de la virtud que sabía dar con creces, con naturalidad. Los pocos amigos que quedamos llegamos a la conclusión que fue un gran guerrerense, un buen mexicano, en el pleno y absoluto sentido del término. (Concluye).
Agosto 14 de 2025