Más sobre Cristina Pacheco

Por: José Rodríguez Salgado

Un recuerdo afectuoso para el maestro José Vizcaíno Pérez. RIP

Una cosa que aprendió bien por la época en que terminó la primaria es que no deseaba seguir siendo pobre. Un paso para marchar adelante era estudiar la secundaria. La maestra Eva la preparó para el examen de admisión. Entró a la secundaria #15 en donde encontró a otra de sus grandes formadoras María de los Ángeles Serrano de Pérez y Soto, quien la motivó a leer y escribir. Le enseñó a moverse en el escenario. Montaron con otros alumnos una obra teatral de Alejandro Casona. Fue un éxito y muy grata esa experiencia para Cristina. Siguió el consejo de su antigua maestra Eva y empezó a sonreír. Luis Antonio Arteaga, hijo de la maestra y varios años mayor que ella, fue su protector, amigo y novio. Estuvieron a punto de casarse cuando ella tenía 15 años. Ese hombre la hizo leer, vigilaba sus tareas, la involucró en el teatro, la cuidaba en el camión y la visitaba en su casa.

Tuvo muchos amigos, quienes la seguían a todas partes, además escribía en el periódico de la escuela y tenía admiradores que le componían canciones. Fue la primera mujer en su familia que estudió. Su hermana interrumpió su formación, pero la concluyó estando casada. Por influencia y consejo de uno de sus hermanos ingresó a la Universidad Femenina de México. Las alumnas usaban tacones y llegaban en coche con chofer. No podía pronunciar la mayoría de los apellidos de sus compañeras. “Lo único maravilloso era observar a doña Adela Formoso de Obregón, siempre con su abrigo de pieles y unos hermosos zapatos. Hasta la fecha cuando adquiero unos, pienso en ella”.

Sólo soportó un año en esa institución y después se cambió a la Preparatoria Nacional. En una fonda cercana pintada de rojo, cochambrosa con bancas corridas y rockola, ahí se reunía con Jorge Arturo Cárcamo, Marco Antonio Bernal y Laura Oseguera. Escuchaban música tomaban refrescos. Siempre escuchaban “Camino Verde” interpretada por Ana María González a quien entrevistó tiempo después. Cada quien se sentaba en una banca a soñar. Leían a Jean Paul Sartre, ahí escuchó referencias de Efraín Huerta y Pablo Neruda. Llenó los huecos ausentes en su formación debidos a la carencia de una biblioteca familiar. Pasaban horas platicando, inventando, discutiendo.
Por otra parte tuvo un maestro de filosofía que trabajaba en la editorial Novaro y le dejó realizar algunas tareas; primero le encargó una historieta sobre la vida de Voltaire. Su maestra de literatura le aseguró que su destino estaba en la escritura y esto fue ratificado por el psicólogo de la escuela. Su hermana trabajaba en la Librería Francesa. La directora del establecimiento tenía un espíritu racista y le prohibió la entrada. Todos los días se sentaba en la acera a esperar a su hermana. En esa banqueta vio pasar a Juan José Arreola, Octavio Paz, Elena Poniatowska, Alí Chumacero, José Luis Martínez, Rosario Castellanos y Ricardo Guerra. Su hermana salía rápidamente para avisarle que iba a pasar una personalidad. Recordaba a Arreola con sus trajes de pana y su cabello alborotado. Le encantaban los suéteres de Elena, principalmente uno color vino con adornos brillantes. Un día su hermana le comentó: “mira, ese es el mejor de todos; era Octavio Paz y le pareció de una belleza capaz de detener el tránsito.
La ocupación que le dio sentido a su tiempo fue el trabajo, así fue durante toda su vida. Empezó como vendedora en un mercado, después en la calle vendiendo dulces; más tarde en una juguetería. Pronto tuvo que tomar la decisión de ingresar a la universidad. Recibió el apoyo de sus padres, pues habían advertido su afición por el estudio. En diciembre, al concluir la preparatoria se plantó en la rectoría de la UNAM y pidió trabajo a cada persona que pasaba por ahí. Sólo sabía vender libros y escribir a máquina. Un señor la empleó y así empezó con tareas diversas. Recogía el papel carbón que tiraban de los recibos e iba por toda clase de encargos, desde alimentos hasta materiales de oficina.
En una ocasión ayudó en el proceso de inscripciones en la ventanilla que recibía a los aspirantes de enfermería, obstetricia y música. Al lado se encontraba la admisión a filosofía y letras. En las mañanas se dedicaba al trabajo y en las tardes a la escuela. Sus compañeros universitarios Carlos Monsiváis, Gustavo Sáinz, Hugo Hiriart, José Emilio Pacheco, Salvador Elizondo y nuevamente Laura Oseguera. En cuanto a su empleo la invitaron a realizar un examen para ser secretaria del subdirector. Consiguió el puesto. Ustedes y yo sabemos que la labor de una secretaria requiere nobleza.
Pd. Agradezco infinitamente a familiares, amigos, lectores, ex discípulos y ex colaboradores los saludos y muestras de afecto y felicitación con motivo del nuevo año, correspondo de igual forma.
Enero 9 de 2025.

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