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Ciudad del Vaticano. El papa Francisco cumple 10 años de un pontificado marcado por su popularidad entre los fieles y por la feroz resistencia en la Iglesia católica a su voluntad de reformas, aunque éstas no cuestionen los pilares doctrinarios.


Apenas elegido Papa, el 13 de marzo de 2013, el cardenal argentino Jorge Bergoglio mostró su deseo de ruptura saliendo al balcón de la basílica de San Pedro sin ningún ornamento litúrgico.


Este jesuita sonriente y de hablar franco contrastaba fuertemente con el tímido Benedicto, que había renunciado a su cargo.


Y tenía probablemente ya en mente su programa: la reforma de la Curia (el gobierno de la Santa Sede), corroída por la inercia, y el saneamiento de las dudosas finanzas del Vaticano.


El ex arzobispo de Buenos Aires, que nunca hizo carrera en los pasillos de Roma, quería «pastores con olor a oveja» para devolver dinamismo a una Iglesia cada vez menos presente y desbordada en muchas partes por la vitalidad de los cultos evangélicos.


Las prédicas de este crítico del neoliberalismo asumieron reclamos de mayor justicia social, de protección de la naturaleza y de defensa de los migrantes que huyen de las guerras y la miseria.


«Terminó con la demonización de la homosexualidad, con los debates sobre las relaciones extramaritales o sobre los anticonceptivos (…). Todo eso salió del primer plano», dijo el vaticanista italiano Marco Politi.


El sucesor
La Iglesia se interroga ahora sobre quién será el sucesor de Francisco.


«Las verdaderas maniobras para el cónclave ya se iniciaron. No son maniobras sobre nombres, sino sobre la plataforma ideológica del futuro pontificado», afirma Politi.


Francisco dio a entender por momentos que podría a su vez renunciar a su cargo.


Pero, por el momento, sigue modelando a su imagen el colegio cardenalicio y ya ha designado al 65% de quienes elegirán al próximo Papa.


Y prepara varias citas importantes, como la reunión de obispos que a fines de año discutirá del futuro de la Iglesia.

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