Microbiota: El universo interior – In Memoriam- Don Chimino

Por: J. David Flores Botello

MICROBIOTA: EL UNIVERSO INTERIOR QUE DEFINE LA SALUD.- En el interior del cuerpo humano habita un universo silencioso y poderoso: la microbiota. Son billones de bacterias, hongos y otros microorganismos que viven principalmente en el intestino y que forman parte de nuestra vida desde el primer día. No se ven, pero son esenciales. En los bebés, la microbiota comienza a formarse desde el nacimiento. Si el parto es natural, el niño recibe los primeros microorganismos de la madre al pasar por el canal de parto. Si además se alimenta con leche materna, recibe el mejor regalo posible: el calostro, esa leche espesa y amarillenta que en sus primeras gotas ya lleva bacterias buenas, defensas y nutrientes que colonizan el intestino y lo preparan para enfrentar el mundo. Este ejército invisible cumple funciones impresionantes: ayuda a digerir los alimentos, producir vitaminas, entrenar al sistema inmunológico y proteger contra infecciones. Incluso participa en la regulación del estado de ánimo y en el desarrollo cerebral. Hoy sabemos que existe un “eje intestino-cerebro”: lo que pasa en el intestino afecta al cerebro y viceversa. Cuando el intestino está equilibrado, los niños suelen tener menos cólicos, menos alergias, mejor crecimiento y hasta mayor serenidad. Pero la microbiota es delicada. Los antibióticos, cuando se usan sin indicación médica, destruyen bacterias dañinas, pero también arrasan con las benéficas. El exceso de azúcares, las comidas ultraprocesadas y la escasez de fibra también la desequilibran. Y cuando eso ocurre, aparecen problemas: diarreas recurrentes, alergias, estreñimiento, obesidad, alteraciones del metabolismo e incluso cambios en el estado de ánimo. ¿Cómo cuidarla? La clave está en la alimentación y los hábitos. Aquí entran en juego dos conceptos fundamentales: Prebióticos: son las fibras que sirven de alimento a las bacterias buenas. Están en frutas como el plátano, en verduras como la cebolla y el ajo, en espárragos, alcachofas, avena y legumbres. Probióticos: son bacterias vivas benéficas que refuerzan el equilibrio intestinal. Se encuentran en alimentos fermentados como el yogur natural, el kéfir, el chucrut, el kimchi y otros preparados tradicionales. Una dieta variada, rica en frutas, verduras, cereales integrales y productos fermentados naturales, fortalece el intestino y con ello todo el organismo. No se trata de llenar a los niños de cápsulas comerciales, sino de enseñarles desde pequeños a disfrutar de los alimentos frescos y naturales. La microbiota también se fortalece con el contacto con la naturaleza: jugar en el jardín, correr, ensuciarse, convivir con mascotas que estén vacunadas y desparasitadas. Vivir en un ambiente estéril no es la mejor forma de criar defensas; lo correcto es exponer al organismo, poco a poco y de manera segura, a un mundo lleno de estímulos que entrenen al sistema inmunológico. Cada etapa de la vida suma: los primeros mil días son cruciales porque ahí se forma la base; después, lo que el niño coma y viva irá cultivando o debilitando su microbiota. Pensemos en el intestino como un jardín: si sembramos semillas sanas (comida natural), brotará un ecosistema fuerte. Pero si lo regamos con refrescos, dulces y ultraprocesados, ese jardín se marchitará. Hoy la ciencia confirma lo que la sabiduría de las abuelas intuía: que el “vientre sano” es la raíz de la salud. Cuidar la microbiota no es moda, es un pilar de la medicina preventiva. En la infancia, nutrir ese universo interior significa menos infecciones, menos alergias, mejor crecimiento y un futuro más saludable. La enseñanza es clara: alimentar bien a un niño es alimentar su cuerpo, sus defensas, su inteligencia y hasta su carácter. La microbiota es invisible, pero sus efectos se ven toda la vida.

In Memoriam: Hoy, 4 de octubre, hace 13 años que mi hija Dulce Violeta partió. La amo, la extraño y confío en que Dios la tiene en Su Gloria, feliz en la eternidad.


DON CHIMINO.- Cuando tábamos pilcates y íbamos a Acapulco tardábamos en llegar de 5 a 6 horas. Los coches no corrían más que a 60 o si muy rápido, hasta a ochenta km por hora. No había tanto tráfico, apenas unos que otros coches, casi todos con forma de torta de jamón. Siempre llevábamos bolillos y pan bimbo. Atunes, jitomates, cebolla rebanada, aguacates, jamón, queso fresco, frijoles fritos, chiles en vinagre, mayonesa, una garrafa de agua, refrescos y servilletas pa´envolver las tortas, los chángüiches y pa´ir al baño que, no faltaba a alguien se le antojara en el camino. Juéramos con quienes juéramos casi siempre íbamos cante y cante y no se nos hacía tan largo el camino. Salíamos a eso de las 5 de la mañana, llegábamos direpto a la playa, cercas del Hotel Papagayo que era muy famoso y no tan caro en esos tiempos. Antes del mediodía ya andábamos disfutando de la playa, el sol, las olas del mar, agua de coco con todo y su carnita, uno que otro cevichito y dende luego, nuestras sabrosas tortas que, nomás de acordarme, se me hace agua la boca. Pa´bronciarnos bien y bonito hasta quedar rojos como jitomates o prietos cafesosos, nos untábamos aceite de coco hasta por debajo del traje de baño. Las mujeres, casi todas, llevaban trajes de una sola pieza, casi no enseñaban nada, era raro ver una mujer en chikini, las que los usaban casi siempre eran gentes turistas de otros países. Las olas de las playas de Caleta y Caletilla eran a las que más íbamos porque sus olas no son tan cabronas como otras playas. Las horas se nos hacían largas, disfrutábamos mucho recogiendo conchitas, haciendo castillos y muñecos o enterrándonos en la arena. No sé por qué pero el tiempo corría más lento. Cuando comenzaba a meterse el Sol pa dentro del mar, pedíamos a alguno de los vendedores ambulantes que nos tomaran una foto con la imagen del sol metíendose. La cámara tenía rollo de 12 fotos y solo llevábamos uno porque salía caro y el revelado más, asina que, escogíamos los momentos más mejores pa´llevarnos fotos del recuerdo. Cuando empezaba a escurecer nos veníamos de regreso y llegábamos a Iguala cercas de las 12 de la noche, casi todos dormidos, agún con el olor a mar y con arena en las orejas y hasta en el sisirisco. Esa noche de la llegada en veces no podía dormir del ardor de la espalda y otras partes del cuerpo por la requemada. Los días siguientes me gustaba presumir mi bronciado y como a los 9 días me descascaraba como culebra tierna en crecimiento. Pero, como les taba paticando, en su cantón de los nuevos compadres en las partes altas de Acapulco, pasamos un momento muy agradable, no solo contemplando el panorama nopturno sino porque Elisamar nos llevó a la sala, prendió su tele y puso la canción de Shakira, esa de Waka Waka. Agún todavía llevaba puesto su vestido de princesita, se ´bía quitado los zapatos y, parada frente a la pantalla se puso a bailar moviendo las caderas y dando saltitos y saltotes. Jue hasta onde taba yo sentado, me agarró de la mano y me dijo: –“¡Ándele padrino, véngase a bailar! Yo le voy a enseñar cómo”. Y moviendo la cadera al ritmo de las bailarinas que salen en el video con Shakira, imitando los pasos, echando brincos, girando sobre sus pies y cantando: “haay quee empezaaaaar de ceroooooo, paraaaaa alcanzaaaaaar el cielooooooo”. Cuando cantó el pedazo que dice: “vamos con todo y todos vamos ellos” hizo movimientos muy parecidos a los de las chamaconas que se veían en el video y hasta me dijo: –“¡Así padrino asííí! ¡Brinca má altooo! ¡Brinca como se brinca una ola grandeee! ¡Asííí! ¡Sube tu mano para arribaaa! ¡Má altooo! ¡Lo brazo y la mano hasta arribaa! ¡Como si hubiera ganado el campeonatooo!”. Yo, en un principio no agarraba bien el paso pero nomás de ver a la Chakira se me llenó el ojo de baile y al rato ya taba yo haciendo los movimientos esos de doblar las dorrillas, separando los pies, dando de saltos y hasta cantando con la ahijada: –“¡Tsamina mina zangalewa, porque esto es Áfricaaa. Tsamina mina, eh, eh. Waka, waka, eh, eh. Tsamina mina zangalewua. Anagua-a-a. Tsamina mina eh, eh. Waka, waka eh, eh!”. Una parte de la canción se baila moviendo la cadera como si juera de jaletina, como si no tuviera güeso en la cintura y, pos yo tambor asina le hice. Mi Puchunga y los compadres taban risa y risa y yo baile y baile, brinque y brinque, tanto que quedé bien adolorido, sudando como tamal pero contento de ver lo feliz que se miraba la ahijada y… ¡ándales! Ya me volví a rete colgar. Áhi nos pa l´otra, graciotas.