Líquidos venenosos – Don Chimino
Por: J. David Flores Botello
LÍQUIDOS VENENOSOS.- En muchos hogares de nuestro país, la mesa se llena de refrescos como si fueran parte indispensable de la comida. Los niños crecen viendo a sus padres destapar botellas y servir vasos de colores brillantes, burbujeantes, con ese sabor dulce que engancha desde el primer sorbo. No es raro escuchar que, desde pequeñitos, algunos papás les mojan el chupón en refresco para que se callen, o les ofrecen “un traguito” de la bebida familiar pensando que no pasa nada. Así, sin darse cuenta, van formando un hábito que se convertirá en costumbre y luego en necesidad. El ejemplo arrastra. Si papá y mamá beben refresco todos los días, el niño entiende que eso es normal. Y lo peor es que muchos padres creen que, si no es refresco de cola, no pasa nada. Entonces aparecen en la mesa las bebidas de colores: rojas, naranjas, amarillas, verdes, todas disfrazadas de fruta, llenas de azúcar y aditivos que el cuerpo del niño no necesita. Creen que son menos dañinas, pero la verdad es que todas son lo mismo: exceso de azúcar, gas y, en algunos casos, cafeína. México ocupa el primer lugar mundial en consumo de refrescos. Se calcula que cada persona llega a beber más de 150 o hasta 200 litros por año, y en algunas comunidades indígenas, como en los Altos de Chiapas, el consumo puede alcanzar cifras increíbles, cercanas a los 800 litros anuales por persona. Esto no es un dato frío, es una tragedia silenciosa: más refrescos significan más diabetes, más obesidad, más insuficiencia renal y más infartos, cada vez en edades más tempranas. Y claro, la infancia no escapa a este problema. Los niños que toman refresco todos los días no solo cargan con el azúcar en la sangre y la grasa en el cuerpo; también sufren consecuencias inmediatas. Se ponen ansiosos, irritables, no duermen bien, andan con los nervios de punta y a veces es difícil controlarlos. Ese gas que parece inofensivo irrita el estómago y genera sensación de llenura, pero no nutre. La cafeína, aunque venga en pequeñas dosis, altera el sueño y el comportamiento. Y el azúcar, con ese sube y baja de energía, deja a los niños cansados, enojados y con más ganas de seguir tomando refrescos. No podemos cerrar los ojos: la obesidad infantil en México ya es un problema de salud pública. Y gran parte de esa epidemia tiene que ver con el consumo de bebidas azucaradas. Lo que hoy parece una botellita inofensiva, mañana se convierte en un diagnóstico de diabetes, en un riñón que deja de funcionar, en un corazón que no resiste. Es una cadena que empieza en la infancia y cobra factura en la adultez. La solución parece simple, pero requiere decisión: enseñar a los niños a tomar agua. Agua simple, fresca, limpia, purificada, servida en la mesa como la mejor bebida. También se puede preparar agua de frutas naturales, sin azúcar añadida: un agua de limón, de tamarindo, de piña, de pepino, de jamaica o de naranja exprimida en casa, que refresque y dé sabor sin dañar. Lo importante es que los niños aprendan desde pequeños que el agua es lo normal y lo saludable, no el refresco. Los padres tenemos la llave para cambiar la historia. No basta con decirle al niño que no tome refresco si nosotros tenemos uno en la mano. Se educa con el ejemplo. Si en casa se toma agua, los niños tomarán agua. Si en casa se consume el refresco, los niños lo pedirán. Hoy tenemos frente a nosotros un reto y una oportunidad: proteger a las nuevas generaciones de un problema que ya nos está rebasando. El refresco no es premio, no es cariño, no es parte necesaria de la comida. El verdadero amor se demuestra enseñando a vivir sanos. Cuidemos a nuestros niños desde ahora. Porque lo que hoy parece una simple bebida, mañana puede ser la causa de una enfermedad que les robe la salud y la vida.
DON CHIMINO.- Después de que pasamos yo y mi Puchunga una noche terrible en el cuarto del hotel a orillas de la playa en Acapulquito de Cupido, de que nos sentíamos graves (más yo) y que, a base de tomar agua (yo como perro asoliado por tener súper archi recontra seca la luenga, el gañote y los riñones), con el chilate y el agua de coco heladas que nos dio Eleuterio sentimos pila otra vez. Y no solo eso, en su tercera salida a la calle, regresó con dos bolsas naylas con un plato cubierto por papel de estraza cad´una. Me dio una a mí y otra a mi Puchunga. Nomás de olerlos se me hizo agua la boca. Eran unos chilaquiles con un rojo más escuro que los que nos dieron de desayunar a todos los adultos, tambor con crema, tapizados de queso rayado, con cebolla morada picada y guajesquites espolvoriados. –“Son de chile guajillo con chile manzano y abanero. Aquí les llaman chilaquiles levanta muertos, cómanselos pian pianito, aguantarán mejor el picor, se les asentará chingona la panza y agarrarán un poder chingón”. Nos dijo el ahora compadre Eleuterio. Y sí. En un principio me los empecé a comer con una cucharita de plástico, casi como las que usan pa´comer pastel pero, al sentirlos tan sabrosos, aunque picaban un chingamadral, mejor usé el trinche que nos dieron con el desayuno y, cuando iba a la mitán, me he dado una henchilada de padre y señor nuestro como nunca. Se me pusieron los ojos llorosos, como cuando picas cebolla sin parar media hora, sentí que se me enardecieron mis cachetes, mi nariz comenzó a escurrir como llave de agua abierta. Mi boca la abría yo como pescado recién sacado del mar y tirado en la arena. Con mi luenga de fuera, resoplaba como fuelle pa´atizar carbón, sentía que me salía humo por mis orejas. En un principio aguanté sentado removiendome en la silla, pa´un lado y pa´l´otro sin encontrar acomodo y sin dejar de comerlos pero, cuando ya casi me los acababa todos los chilaquiles, el picor llegó a su matsimo de chilor. Ya no aguanté y me tuve que parar y, anque no sudaba, me abanicaba yo con la mano, echándome aigre, como si estuviera apagando al mismo tiempo, todas las velitas de un pastel de alguien de 70 años. Cuando Eleuterio me vio me dijo: “¡Ay manito! Ya te pusistes como camarón cocido de tan rojo, ¡araaajo! ¡No aguantas nada compadre! Pero, no te preocupes chingao, verás que, con lo que les voy a traer te pondrás bien verdolagas”. Diciendo eso salió de nuez, otros 10 minutos y regresó con dos bolsas naylas con un líquido blanco verdioso casi transparente con unos granitos como de ajonjolí y harto yelo. –“Es agua de limón con chía. En un santiamén le dirán adiós a lo picoso y si no, me corto uno y la mitá del otro” Dijo nuestro nuevo compadre. Y sí pues, unas cuantas chupadas por el popote que traiba adentro la bolsa y, poco a poco, sentí cómo el fuego se fue apagando. Llegó un momento en que le tuve que ayudar a mi Púchun con sus chilaquiles porque ella el chile rojo le da gastris, dice que siente quemazón en la boca del estógamo y ni modos, me los tuve que zampar tambor. ¡Aaah! ¡Qué a todas márgaras me empecé a sentir! Y, cuando terminó el eventó nos dijo Eulalia, nuestra nueva comadre: –“Les pedimos de favor, nos acompañen a la palapita de mi hermana Reyna, está por aquí cerca, a orilla de la playa Caleta, solo que, el güey de mi marido le dio un chingadazo a la llanta del coche con el borde de una banqueta, no sé que cosa se le rompió y por qué no se lo pudieron entregar a tiempo. Le digo que eso le pasa por andar de pedo, pero, a vece ni como hacerle, en Acapulco casi siempre hay fiesta y nunca cái mal una cervecita bien helada o un coco con ginebra. Pero no se preocupen, estamo a do cuadra y media de la costera y podemo ir en un Acabú, sirve que lo conocen. Y, diciendo y haciendo nos juimos a la costera. No esperamos ni 5 minutos cuando a una cuadra, se miró un camionzote de trasporte que, dende esa distancia, sonaba su clátson como entre el de un trén y el de un barco: ¡Tuuuuuuut tuuuuuuuuut! ¡Fuuuuuuum! ¡Fuuuuuuuummm! Aunque el sol taba bien fuerte se miraban claritamente sus cinco faros como torreta al frente, focos multicolores en todo su ruedo, pintado con imágenes sicodélicas, como si viera tado bien mafufo su pintor… ¡y la música! ¡No má! ¡Noo! ¡Nooo! Haga de cuenta que va uno dentro de una disco, es más, se oye más mejor que un antro de ora. Las cumbias y eso que le mientan reguetón le cimbra a uno el corazón, le rezumban los bofes, dan ganas de bailar y… ¡chanfles! Ya me rete colgué, áhi nos pa l´otra, graciotas.
