¿Cuándo debe hablar un niño? – Don Chimino
Por: J. David Flores Botello
¿CUÁNDO DEBE HABLAR UN NIÑO?.- Hablar no es un acto mágico ni un botón que se activa un día de pronto, es una conquista del desarrollo que se va construyendo desde el nacimiento con miradas, con sonidos, con juegos y con afecto. Los padres esperan con ilusión que un día su hijo diga “mamá” o “papá”, y aunque esa palabra llega, no llega sola ni de un solo golpe. Antes de hablar, el niño escucha, observa, balbucea, señala, imita, sonríe. La lengua se activa con el amor, con la interacción, con la curiosidad, con la repetición, con las canciones, con los cuentos, con las palabras que oye en casa. Desde muy temprano, el bebé responde a los sonidos, sonríe cuando le hablan, se calma con la voz conocida. Luego vienen los balbuceos, los sonidos guturales, el clásico ma ma, ba ba, que no tienen significado al principio, pero son señales de que la maquinaria del lenguaje se está engrasando. Cerca del año, empieza a usar palabras con intención, como agua, leche o mamá. Y entre los dieciocho y los veinticuatro meses, el vocabulario crece, puede tener seis o siete palabras, a veces más, y comienza a combinar palabras para decir cosas como “quiero pan” o “no quiero”. A los tres años, el lenguaje ya debería permitirle construir frases que las entiendan incluso personas que no son de la familia. Tal vez no articule todo con claridad, tal vez la erre aún se le resista y no la pueda pronunciar bien, pero el lenguaje está ahí, funcionando como puente entre su mente y el mundo. Muchas veces la preocupación de los padres gira en torno a la pronunciación, a las letras que el niño confunde, a los sonidos que omite, y aunque esas inquietudes son válidas, es importante saber que ciertas dificultades en la articulación son normales hasta los cinco o seis años. Que no diga bien la “r” no es grave, lo importante es que hable, que se esfuerce, que quiera comunicarse. En cambio, lo que sí debe hacer levantar la ceja y preocuparse es que a los dos años no diga casi nada, no señale lo que quiere, no imite sonidos, no intente hablar, o que parezca ajeno a lo que se le dice. A los tres años, si nadie le entiende, si no logra narrar algo simple de su día, si no puede construir frases, hay que actuar. Y si a los cinco años su lenguaje sigue limitado, ininteligible o aparece tartamudez persistente, es momento de valorar con un especialista. No siempre el retraso del habla es por pereza o por falta de estímulo. A veces el niño no habla porque no oye. Un problema auditivo, leve o severo, puede estar oculto y pasar desapercibido. Por eso, cuando un niño no habla como se espera, hay que pensar también en su oído. Detectar a tiempo una sordera puede cambiarle la vida. Tampoco se trata de forzar ni adelantar procesos, ni de meter al niño a clases para que aprenda a hablar rápido. Lo que necesita es un entorno que hable con él, que le cuente cuentos, que le cante, que le dé palabras vivas y no sonidos de pantalla. Los niños no aprenden a hablar viendo caricaturas, sino viendo rostros, sintiendo emociones, escuchando frases reales dichas con intención. No sirve dejarlo con una tablet o un teléfono celular creyendo que aprenderá a hablar por arte de magia digital. Hablar es una experiencia humana profunda que se enriquece en la interacción amorosa. No hay que quedarse cruzados de brazos esperando que hable algún día, ni dejarse llevar por frases como “ya hablará”, “es flojo para hablar”, “el primo también fue así y ahora es muy platicón”. Cada niño tiene su ritmo, sí, pero también tiene derecho a recibir ayuda oportuna si lo necesita. Hablar no es solo emitir sonidos, es contar lo que se siente, lo que se piensa, lo que se vive. Cuando un niño no habla, no se le regaña, se le escucha, se le observa, y si es necesario, se le acompaña.
DON CHIMINO.- Como le taba paticando, apenas no tarda juimos a Acapulco yo y mi Puchunga, llegamos a un hotel en la costera, su restorán está hasta el fondo, mero a orillas de la playa. Faltaban como 10 minutos pa´ las 6 de la tarde cuando llegamos áhi, nos metimos hasta adentro, a la mesa de más al fondo pa que no tuviéramos a nadien enfrente y ver la hermosa y grande bahía de Acapulquito de mis amores. Ya les diré otro día de por qué le digo asina a Acapulco, orita tamos con lo de la reciente ida p´allá. Apenitas nos tábamos sentando cuando llegó un mesero mostrándonos la carta, muy amablemente nos dijo que en lo que ordenábamos que qué queríamos tomar, yo en l´horita le pedí una cheve bien helodia, mi Púchun que tenía antojo, tambor pidió una pero con limón y sal. –“Me llamo Lucas y estoy a sus órdenes”, dijo el mesero. –“De las 6 a las 7 es al dos por uno” Nos dijo como animándonos que, la verdá, no era necesario, al menos para mí que ipso fapto le dije que clarín de guacho que yes, que las trajiera, de una en una pa que no se calentaran. Regresó con una barriquita con yelos y 4 cervezas, dos oscuras pa´mí y dos claras pa´mi Púchun. Lucas destapó primero la de ella y le vaceó en su helado tarro escarchado de sal, a luego, abrió mi cerveza y tambor le vaceó hasta poco arriba de la mitán. ¡Salú! Le dije a mi Púchun, chocamos nuestros tarros y le dimos un trago, ella le dio un como sorbo a su cerveza relamiendo con su luenga con la sal del borde onde puso sus labios, yo creo que le supo muy sabrosa porque hasta chasquió su luenga contra el paladar. Yo, en cambio, le dí un trago con la boca muy abierta pa´que le entrara más y sí, toda la cheve que taba en el tarro me la eché de tún tún. Lucas que no me perdió de vista se acercó, tomó la botella y me sirvió el resto de cerveza que, pa que no se calentara me la chupé de un vez. Arriendé a ver a Lucas y miré que jue a atender a los viejitos setentones que taban en la mesa de la esquina que quedó a mis espaldas. Arrastré la silla metálica pa acomodarla y sentarme viendo direptamente el mar, taba tan pesada la mentada silla que se oyó no como un rechinido sino como un gruñido. No pasó ni medio minuto cuando me dijo Lucas: –“¿Quiere que le destape la otra cerveza?”, sí por favor, le dije. –“Gusta que le dé otro tarro frío? ¡Claro! Le dije. Regresó, me sirvió y nos dijo que si deséabamos ordenar algo, a mi se me antojó un coctel de camarones pero el chico costaba 220 morlacos y el mediano 400. ¡Aray!, pensé, nos salimos a la costera y en un puestecito de la esquina nos dan uno grande por 150. Ya le iba a decir yo, no gracias pero, mi Puchunga se me adelantó y pidió unas papas fritas con salsa botanera. “Y salsa cacsuc”, le dije. Yo creo que ni la torta de frijoles con queso y chiles y zanhorias en vinagre ni la botana de mango con sal y chilito de pozole nos dejaron sastisfechos porque, cuando llegó lucas con el platón con papas nos las comimos como echando carreras pa ver quién se comía más. Me acabé mi otra cheve de lo cual se percató Lucas que presto y solícito dijo: –“¿Desea que le traiga otra cerveza?” Si me hace favor, con otro tarro frío, le dije. –“Y otras papas” dijo mi Púchun. –“Con mucho gusto señorita, gusta que le traiga también otra cerveza?” Yo pensé que le iba a decir que no, pero sí, le sijo que tambor le trajiera a ella. Lo mismo que pasó con las primeras dos cervezas y las primeras papas pasó con la segunda tanda, las papas volaron y las cheves parecía como si vieran sido ampolletitas, pero no, eran de media. Con la tercera tanda de cheves y papas jue igual, solo que mi Púchun se atrasó y le tuve que ayudar con una de sus cervezas. Arriendé a ver a onde sabía estar Lucas y nones que lo miré. Quería pedirle otro tarro frío pero ni modos de esperarlo. Lo bueno que en la barriquita con yelo se conservó fría y pos me le eché, esa sí me la jui chiquitiando, de sorbo en sorbo me la tomé. Pa ir al baño a tirar l´agua había que pasar por el ária de la alberca. A la segunda vez que jui yo creo que me pegó el aigre porque sentí como que me iba de lado, me sentía medio pedín (con perdón de usté), es más, cuando regresé al resturán llegué bailando la canción que taban poniendo en las bocinas pa los clientes. Cuando quise pedir la cuarta tanda de cheves nomás nones que miré a ningún mesero, tonces, medio jumigado y sintiendo como que me movían el piso jui a la barra, pregunté por Lucas, que si no taba él que a quién le pedía otras cheves, me dijieron que él andaba del lado de la alberca y que enseguida me atendía. Casi corriendo llegó Lucas, me dijo que a partir de esa hora ya no eran de 2 por 1, que ora costaban 100 cad´una. Y que le digo: “¿tas loco Lucas?” –“No señor, ya son siete y cinco y ya no hay promoción”. Le dije que le dijiera al de la barra que yo se las iba a pedir antes de la siete pero que no había nadien de los meseros pa pedirlas y… ¡sopas perico! ¡Ya me retequete colgué! Áhi nos pa l´otra, graciotas.