Vacunas invernales, mitos-Don Chimino
Por: J. David Flores Botello
VACUNAS INVERNALES, MITOS.- Con la llegada del invierno, aumentan los riesgos de enfermedades respiratorias y otros males estacionales. Considerando lo anterior, la vacunación se vuelve un pilar esencial para la salud, especialmente en niños, quienes son uno de los grupos más vulnerables. Las vacunas contra la influenza y el neumococo destacan como aliadas clave en esta temporada. La vacuna contra la influenza, actualizada cada año para cubrir las cepas más comunes, reduce significativamente las complicaciones graves, hospitalizaciones y muertes relacionadas con esta enfermedad. Por otro lado, la vacuna contra el neumococo protege contra infecciones severas como la neumonía y la meningitis, condiciones que suelen intensificarse en meses fríos. Es importante aclarar algunos mitos que a menudo circulan en esta época: “Las vacunas debilitan el sistema inmunológico”: Esto es falso. Las vacunas fortalecen las defensas al preparar al cuerpo para combatir infecciones específicas. “Vacunarse puede causar la enfermedad”: Otro mito común. Las vacunas inactivadas o atenuadas no pueden causar la enfermedad que previenen. “No es necesario vacunarse cada año”: La protección de la vacuna contra la influenza disminuye con el tiempo, y los virus cambian, por lo que se requiere una dosis anual. En esta temporada, llevar a los niños a vacunar no es solo un acto de cuidado personal, sino también un compromiso con la comunidad. Las vacunas no solo protegen a quien las recibe, sino que reducen la propagación de enfermedades, protegiendo a los más frágiles, como los bebés y los adultos mayores.
Hacer un hábito la vacunación estacional es sembrar salud y bienestar para el presente y el futuro. Las vacunas cada vez las fabrican más efectivas y de mejor calidad para disminuir al mínimo las molestias que pueden ocasionar.
El dolor en el sitio de vacunación ocurre porque el sistema inmunológico responde al antígeno (la sustancia en la vacuna que activa las defensas). Esta reacción puede causar inflamación, lo que genera sensibilidad y dolor. Es una señal de que el cuerpo está reconociendo el antígeno y preparándose para combatir la enfermedad. El antígeno en una vacuna es una sustancia (generalmente una proteína o una parte del virus o bacteria) que desencadena una respuesta inmune en el cuerpo sin causar la enfermedad. Esto permite que el sistema inmunológico reconozca y combata la infección en el futuro si entra en contacto con el patógeno real, por ejemplo el virus de la influenza. El antígeno puede ser una parte inactiva o debilitada del patógeno o una proteína sintética que imita al patógeno. La fiebre o “calenturita” es también una respuesta del sistema inmunológico. Al activarse, el cuerpo libera sustancias químicas llamadas citocinas que aumentan la temperatura corporal. Esto ayuda a fortalecer la respuesta inmune, pero puede provocar una fiebre leve. Estas reacciones son normales y suelen desaparecer en uno o dos días. Recuerde: proteger a los más pequeños también es proteger a toda la sociedad, y usted, ¿Ya se vacunó? ¿Qué espera?
DON CHIMINO.- Agu no termino de paticarles las historias que paticamos con mis compas. Y digo historias porque son cosas del pasado, ya quéaque pues, no de apenas, éramos unos pilcates de 13-14 años a lo mucho. Uno de los compas que paticó de por sí jue gallo dende entonces, y es que él era un año mayor pero ya desarrollado. Ya le ´bía salido la barba y el bigote y a nosotros apenas y nos taba cambiando la voz de pito descompuesto. Enclusive, cuando pasaban lista y gritábamos: ¡presenteeee! De vez en cuando se nos escapaba un gallo y decíamos: ¡presentiiiii! ¡ínguesu! Y sí pues, unos se desenrollaron más antes y otros más después. Yo me recuerdo de uno de mis compañeros que cambió de voz al último de todos nosotros. Le apodaban Coruco dende su primaria, que jue diferente de la mía. Cuando lo conocí en primero de la secundaria, en un principio pensé que asina le decían por lo pequeño, era el más chaparro del grupo, pero no, asina le decían por lo fastidioso y chingativo que era. Jodón pues. Bueno, pos ¡ora lo viera! Ta más alto que yo. Y eso que yo era de los más altos. Se dio un estirón que parece que le dieron levadura cruda. Ora ta bien chingozote. Tan siquiera yo me llevaba bién con él porque, una vez me dijo que se madrió a otro de nuestros compañeros que de vez en cuando le metía zapes en el güeco que ta debajo de la niunca. Dijo que se oyía como si pachurraran un zapo con la llanta de un camión, un tronido güeco y fuerte. Me dijo que cada vez que le daba el palmazo, veía estrellitas, sentía que los ojos se le voltiaban y se llenaba de muina encabritada porque no se podía defender; el otro taba gigantón para él. Pero se desquitaba pegándole chicles en su butaca, buscaba de los más peglostis, me dijo de una marca, algo asina como buble gun. Una vez, el mentado chicle se le pegó tanto en su pantalón que, no se le despegó nunca. Por más que hizo, le quedó una mancha prietosa. Cuando se la quiso quitar con plancha caliente lo logró, pero junto con todo y la tela, le hizo un agujero y de castigo lo hicieron ir con ese pantalón a la escuela pero ya parchado. Como nos acomodaban por nuestro apelativo, el Coruco quedó atrás del grandulón y en veces, a propósito, le tapaba con las espaldas el pizarrón. Una vez no jue un maestro a dar clase y mandaron al conserje de la escuela que, nos puso a hacer una tarea mientras él, sentado, leía un libro con sus lentes de aumento casi colgando de la punta de sus narices. De vez en cuando nos arriendaba a ver entre sus cejas y sus lentes, sin levantar ni tan siquiera tantito la cabeza. Esa vez, el grandulón tenía gripa y se taba suene y suene los mocos con clínes y los metía en el güeco de debajo del asiento de la butaca. El chaparrito, nada asqueroso, garró unos paños moquientos, le metió dos escupidas, los hizo bolita y, tapándose con el cuerpote del que taba adelante, se la aventó al cuidandero y le jue a dar mero onde se juntan la pelona con la frente. Gotiaba tanto la bola de tan empapada que iba que se levantó en chinga limpíandose su frente y sus narices con sus manos y, con la punta inferior de su camisa, su libro el cual había quedado embarrado de lo que escurrió. El conserje alcanzó a ver de dónde salió el proyectil y supuso que jue el grandulón el cual fue llevado a la dirección. Por más que les juró que él no ´bía sido, no le creyeron. Llamaron a sus papás y a punto estuvieron de correrlo. A la salida de la escuela, el grandote le metió una llave apretada en el cuello que, ya casi lo hoga. El Coruco ora es, a la mejor, el más alto de todos. Dijo que se encontró al entonces grandulón en una fiesta, que en l ´horita lo conoció pero el otro a él, no. Esperó a que saliera para afuera. Ya en la calle lo enfrentó. Cuando le dijo quién era, el otro palideció y tartamudió repitiendo su nombre. “¿Te acuerdas los zapes que me dabas?”, le preguntó, al mismo tiempo que le metía una sonora cachetada voltíandole la cabeza p´al otro lado, lo que aprovechó pa´ darle un juerte zape, abajito de la niunca, tal como el otro se los daba. Cuando le quiso responder con un chingadazo, le agarrró su mano, le torció el brazo por atrás de sus espaldas, le metió una llave al cuello, igualito que se lo ´bía hecho él cuando eran mocosos y… ¡híjoles! Ya me volví a colgar, áhi nos pa l´otra, graciotas.