Por: Antonio León

En el mundo de hoy se han perdido los rituales, señala en uno de sus ensayos, el filósofo surcoreano Byung, Chul Han. La era del absolutismo comercial ha transformado hasta las fiestas religiosas en negocio, porque ya son fiestas sustancialmente de consumo, hecho que va deteriorando los lazos fundamentales de la comunidad afectiva, porque ya es básicamente mercantil.

Por estos rumbos tamarinderos podemos observar, por ejemplo, que, en la tradición religiosa de la semana santa, o cuando se festeja al santo patrón de alguna parroquia, proliferan alrededor de la iglesia los puestos de comida y otros productos del comercio semifijo, y hasta juegos mecánicos llegan a instalarse en plena vía pública, dándole prioridad a lo mundano que a lo religioso.

La existencia humana ha sido absorbida por la ansiedad, y siempre tiene que estar haciendo algo, por eso las tradiciones que representan un estado semi contemplativo han sido relegadas o substituidas por actividades paganas disfrazadas de religiosidad. Es común que en las comunidades donde se festeja cada año al santo patrón católico del lugar, terminen en unas gigantescas borracheras por demás grotescas, en donde hasta las mujeres participan en ese embrutecimiento.

Ahora bien, estar inactivo en lo referente a la rutina cotidiana de trabajo, no significa el no hacer absolutamente nada, sino desarrollar actividades que no embrutezcan al ser humano, como son las acciones sacras y las contemplativas, que tienen su propia dinámica interna y externa, su propia magia, su propia intensidad, su propio esplendor, características que en la actualidad la mayoría de la sociedad es incapaz de valorar, porque se les considera una pérdida de tiempo, ya que se pondera la actividad estulta que estimula los bajos instintos, o se ve como una oportunidad de sacarle su dinero a los enajenados por el vicio o la diversión comercializada.

Lo que vuelve verdaderamente humano al ser, es la cantidad de inactividad laboral de la que pueda disponer efectivamente, porque se vuelve un espacio para crecer interiormente y así tener la posibilidad de desarrollarse como ser humano. Sin ocio contemplativo y creativo, la vida se degenera en sólo la supervivencia de la inmediatez degenerativa.

Parece ser que hoy solamente la tradición del Sabbat, es la única costumbre religiosa que conserva la magia de cesar toda actividad comercial y diversión degenerativa, pues desde el viernes en la noche hasta el sábado cuando se oculta el sol, los practicantes de este ritual no deben trabajar, ni siquiera guisar, porque la comida la deben preparar con anterioridad, la únicas actividades permitidas son el aseo a conciencia de su casa y de su cuerpo, la oración, la meditación, los cánticos religiosos y si se tiene pareja no están prohibidas las relaciones sexuales.

La actividad contemplativa se diferencia de la actividad cotidiana, de que la segunda siempre tiene un objetivo mundano. Las prácticas rituales en que la inactividad común tiene un papel esencial, elevan al ser humano por encima de lo intrascendente. Hoy se ha entronizado la sociedad consumista, en donde la mínima necesidad material debe de ser satisfecha de manera lo más pronto posible, porque lo único que cuenta es el éxito veloz pero igualmente efímero, y de esa manera los sentimientos que nos convocan como sociedad se empobrecen.

Hasta el martes próximo estimado lector.