Por: Antonio León
El discurso político del siglo XIX marcado por la cultura del libro, era un duelo dialéctico, en el cual los oradores trataban temas políticos a través de ideas complejas, frente a un público de una extraordinaria participación racional. Cuando llegan los medios de comunicación electrónica en el siglo XX, se comienza a destruir el discurso originado por la cultura del libro, y se genera una democracia mediocre, ordenados los ciudadanos en una estructura de monólogos a larga distancia, porque el público no está presente, sino distante y sin poder participar en el debate público. Los receptores de la información electrónica se vuelven pasivos, y tienden a caer en la estulticia.
En esta época televisiva, la política también se somete a los medios, porque en los contenidos políticos en este sistema se inserta lo superfluo pero divertido, socavando la racionalidad. Los medios de información son responsables del declive intelectual del discurso político, convirtiendo a la democracia en una aberrante telecracia, con el entretenimiento sin contenido de calidad que convierte a esta manera de enajenación en un mandamiento supremo para someter a las clases populares sin que se den cuenta de ello. Del discurso político dialéctico se pasa a la diversión sin otro objetivo más que distraer a la sociedad.
Del conocimiento se pasa a la distracción, la política se agota en la escenificación teatral de los medios informativos, lo que cuenta ya no son los argumentos, sino la forma, es decir el entretenimiento, y quien ofrezca un mejor espectáculo tendrá más posibilidades de ganar más adeptos, la política pierde de esta manera toda su sustancia y se convierte en un discurso hueco pero divertido, propio para la distracción.
Con la televisión como centro de la sociedad, la gente no está vigilada sino entretenida con distractores, ya no es la represión el medio de dominación, sino el entretenimiento y el placer, la gente se obnubila por la distracción y el placer, la obligación de ser feliz distrayéndose con estulticias han pasado a dominar toda la vida.
Con la aparición de los medios digitales, la era pública del discurso racional ya no está amenazada por la televisión sino por la información viral. La vieja estructura de manipulación de los medios de información, da paso a una estructura participativa, en donde todos son estrellas del espectáculo sin darse cuenta que con ello se hacen transparentes y manipulables para el poder. La esfera pública se desintegra en espacios privados, y como consecuencia de ello, nuestra atención se desvía y deja de enfocarse a cuestiones relevantes para la sociedad. De este modo la democracia entra en crisis, afectando inicialmente el plano cognitivo, porque la fabulosa aceleración de la información golpea a las prácticas racionales, y como sus componentes que son el saber, la experiencia y el diálogo requieren de tiempo, son sometidos por la información actual que tiene un intervalo de actualidad muy reducido y fugaz, y carece de estabilidad temporal y por ello fragmenta nuestra percepción de la realidad.
Hasta el martes próximo estimado lector.