Por: Antonio León
Hace algunos años, la familia era el cimiento de la sociedad, de ahí surgían los aprendizajes sobre las buenas costumbres, la moral y el respeto por los semejantes, allí se acuñaron las frases que se les decían cotidianamente a los menores: “sé un hombre de bien”, “sé una mujer honorable”.
Hoy la familia ha dejado de ser un refugio contra los estímulos negativos que atrapan a jóvenes y menores de edad con gran facilidad, para arrojarlos a una vida hostil que no respeta ningún valor social.
Antes, los hijos experimentaban el sentimiento de pertenecer a una familia social, cultural y moralmente estable, en la cual poseían un lugar importante en la dinámica familiar, porque al mínimo tropiezo encontraban de forma inmediata el auxilio para solucionar sus problemas. Además, que los padres, por lo general, enseñaban el camino a seguir con el ejemplo. Hoy desgraciadamente ya no es así, la pobreza y la degradación social de los trabajos con salarios sólo de subsistencia (que son la mayoría), han ocasionado en jóvenes y menores una falta de seguridad emocional y un descontento generalizado por la vida que les tocó vivir, que desemboca en una hostilidad contra la sociedad establecida o una apatía que llega por inercia al valemadrismo a ultranza.
Anteriormente se encontraba en la autoridad familiar o del gobierno, confianza en su mando para resolver conflictos sustantivos, y seguridad contra el abuso de quienes no respetaban las normas o las leyes. Al contrario de estos tiempos aciagos, en donde en quienes menos se confía para acceder a una vida mejor, es en los gobernantes y en la generalidad de los padres de familia de las clases sociales bajas.
Hace aproximadamente unos sesenta años, la pobreza no significaba como ahora un desastre, porque el valor adquisitivo del peso no estaba tan deteriorado como en la actualidad, alcanzaba el salario de las clases bajas al menos para lo necesario, lo que generaba un sentimiento de respeto hacia el padre por parte de los hijos, porque no les faltaba lo necesario para satisfacer sus necesidades básicas y estudiar una carrera aunque fuera corta.
También hace medio siglo aproximadamente, el gobierno era más o menos fuerte para proporcionar la seguridad pública requerida, lo que generaba la seguridad colectiva que como individuo no es posible tener.
¿Hoy en qué pueden confiar los jóvenes? Las Instituciones se han degenerado, porque sólo sirven en gran parte para beneficiar a la alta burocracia política y a los millonarios del país, mientras que los servicios que ofrecen a las clases populares son en su mayoría ineficientes, de mala calidad o inexistentes.
La imagen de padre de familia también se ha deteriorado, porque ya no ofrece ninguna clase de seguridad a sus hijos, ni económica, ni social, ni educativa, ni de integridad física. Han perdido el liderazgo familiar y ya no son ejemplo a seguir porque el futuro que le ofrecen a su descendencia es igual al suyo y muchas veces hasta peor.
La familia, desgraciadamente, ha perdido su carácter de cimiento sustantivo de la sociedad, y no se vislumbra a nadie que quiera luchar para recuperar sus valores perdidos, comenzando por abatir a la pobreza de manera real. De seguir así, terminaremos devorados por las bestias.
Hasta el martes próximo estimado lector.