Por: Antonio León
Los pobres están condenados al silencio, se desesperan por su situación precaria, la sufren, pero lo hacen en un ya resignado silencio. ¿Algún día podrán vivir sin la incertidumbre de si tendrán para comer o no?, ¿sin esa hambre que no pueden saciar satisfactoriamente? No lo saben, ya ni se lo preguntan.
Pobres condenados al silencio, al silencio de las madres cuando sus hijos les preguntan por qué se acostarán esa noche sin cenar, al silencio del padre cuando le pregunta su familia por qué no hay dinero para los alimentos de ese día, al silencio cuando no hay para las medicinas, al silencio cuando los reyes magos no llegaron. Al silencio de los gobernantes que nunca tienen respuestas concretas para sus necesidades básicas, al silencio de los políticos que nunca explican por qué vivimos en un país de gobernantes ricos y ciudadanos pobres muertos de hambre. Al silencio de la sociedad que hace años y años ha dejado de exigir justicia social, que ya no se alarma por nada porque lo ha perdido todo, hasta la dignidad.
Pueblo condenado al silencio de la alta burocracia política, ante el por qué aumenta su riqueza a la par que aumenta de manera inaudita la pobreza del pueblo, que está condenado a sus propios silencios, porque se le apagó la voz de la emancipación y la lucha por mejores niveles de vida, de tanto gritar y gritar ante los oídos sordos del poder pervertido.
Tantas y tantas preguntas que nunca tuvieron respuestas expeditas, que nunca fueron resueltas, que siempre fueron contestadas con mentiras, han condenado al pueblo al silencio. ¿Exigir?, ¿o al menos pedir? ¿Para qué?, si los gobernantes sólo se escuchan a sí mismos mientras van como chacales sobre lo que le pertenece al pueblo para saciar sus bajos instintos.
Silencio porque no han podido nada contra las elecciones fraudulentas que sólo representan los intereses de los políticos, tampoco contra los gobernantes que se apropian ilegítimamente de una buena parte del presupuesto público, mientras los líderes sociales sonríen con los políticos para la foto porque también les toca una tajada de ese fraude.
No hay nada que se compare con el silencio triste de un pueblo, porque siente hecha pedazos su esperanza de tener una vida mejor, pues siempre han perdido los buenos y ganado los malos gobernantes, que callan a los pobres con migajas, condenados a las excusas y a las justificaciones de sus abusos de poder e ineficiencias en la administración del dinero de todos. Los pobres están condenados a que se los lleve la desgracia en silencio, poco a poco, como en abonos chiquitos para que no sientan como se los traga su desgracia, mientras ya nadie dice nada porque la crema y nata del poder no escucha nada.
El pueblo ha sido violentado en sus derechos, sin que ningún político mueva ni siquiera un dedo para evitarlo, le han robado no sólo el erario, sino también la felicidad, que se la han cambiado por angustias y penas cotidianas. Vida trágica soslayada por el silencio a merced de los cobardes y mal paridos que fingen representarlos. Y el pueblo pobre, y el pobre pueblo, se extingue lentamente amordazado en sus silencios.
Hasta el martes próximo estimado lector.