-El verdadero Consumador de la Independencia Nacional

Por: Rafael Domínguez Rueda

Guerrero aguardó la noche. Y cuando ya todos dormían profundamente, con sus compañeros armados de buenos garrotes, pasaron el río a nado, penetraron hasta el campamento contrario, atacaron a garrotazos a las tropas del Virrey, sobrevino la confusión, los realistas se dispersaron sin saber por dónde ni cómo, y al salir el sol, Guerrero “se vio dueño del campo, con más de 400 fusiles, otros tantos prisioneros y un razonable botín y parque”.

Así luchó por espacio de once largos años en contra de los dominadores de la patria. Imaginemos por un instante las penalidades que sufrió, junto con los surianos que lo seguían bajo las inclemencias del sol que calcina o la furia de las tormentas que golpean, cruzando ríos sin puentes, haciendo marchas forzadas, sin pan ni medicinas para curar a los enfermos y lo peor sin dinero y mucho menos subsidio, convirtiendo en machetes los arados, haciendo la pólvora en tinajas y fundiendo campanas para hacer cañones.

Podría decirse que durante ese lapso, cuando sólo él quedaba sobre el horizonte de la lucha y los más se habían acogido a la vergüenza del indulto virreinal, la de Guerrero fue una espada de fuego que se revolvía a todos lados, manteniendo encendida la fe en el triunfo y coronando de hogueras libertarias las montañas del Sur.

Hasta noviembre de 1820, no había podido vencerlo el sanguinario José Gabriel de Armijo, por lo que el Virrey lo sustituyó por el coronel Agustín de Iturbide. Este conocido traidor -la traición es una mancha que jamás se quita- como es natural, era el reverso de la limpia figura del Jefe Supremo del movimiento insurgente. Mientras uno era hijo del pueblo desamparado, el otro descendía de la aristocracia privilegiada; mientras uno comenzó a forjar desde abajo su carrera militar como simple soldado de la insurrección, el otro lo hizo siendo ya cadete de las fuerzas provinciales; mientras uno había ganado ascensos con victorias, el otro las había obtenido con derrotas como sucedió, por ejemplo, cuando le fue conferido el grado de capitán por su participación contra Hidalgo en la batalla del Monte de las Cruces, donde perdió el ejército realistas; mientras uno observaba con los prisioneros “el sistema de suavidad y dulzura” que tanto le había recomendado el cura de Carácuaro, el otro mantenía su inexorable característica de no perdonar la vida a ninguno de los que caían en sus manos, inclusive con la mujeres, “a quienes obligó a caminar desde Pénjamo hasta Guanajuato, sin darles de comer y con la amenaza de recibir 25 azotes”; mientras uno vivía en la pobreza por defender a los oprimidos del campo, el otro los explotaba aprovechándose del mando militar; en suma, mientras uno, en el desempeño como Presidente de la República promulgó decenas de decretos, así como abolir la esclavitud y dio al pueblo todas las luces de la instrucción, el otro se hizo coronar emperador. Esos fueron los rasgos sobresalientes de los dos hombres que iban a enfrentarse en el escenario de la historia, y cuyas respectivas conductas representaron y representan hoy en día los mejores símbolos de las causas a las que sirvieron.

No conforme de que le asignaron los cuerpos realistas que él pidió y que Apodaca le había dado 12 mil pesos, recibió de la mitra de Valladolid 10 mil pesos, el obispo de Guadalajara le aportó 26,500, el Cabildo de Monterrey 40 mil y los de la Profesa le entregaron la bonita suma de más de 500 mil pesos. Más aún, Iturbide se apropió de 525 mil pesos que el convoy transportaba para el pago de la Nao de Manila. Ese era el Iturbide ambicioso, con una pasión desordenada por el poder, la gloria y el dinero.

Pero, ni tanto dinero, ni la superioridad de los realistas y las armas, bastaron para someter a aquella tropa de héroes, sencillamente, porque, como se ha comprobado, todo pueblo al que le asiste la razón en su lucha por la libertad, ha sido, es y será siempre invencible.

Muchos historiadores –incluyendo a los locales que se sienten de sangre azul- minimizan la figura de Vicente Guerrero por su falta de preparación, pero como afirma la Dra. Adriana Ruíz Razura: “Independientemente de su poca formación escolar, podemos estar seguros que Vicente Guerrero, conoció, reflexionó y aprobó el contenido de cada uno de los documentos que firmó y que reflejan con claridad su pensamiento y los ideales que lo comprometieron con la causa de la Independencia durante toda su vida”.

He aquí las dimensiones del héroe que Iguala de la Independencia no podía dejar de evocar en este día en que se cumplen 200 años de la Consumación de la Independencia, no sólo para hacer más perdurable el ejemplo de su vida llena de gloria, sino porque el verdadero Consumador de la Independencia Nacional, el único que luchó los once años, el único que fue fiel a sus principios, el único que demostró que “la Patria es primero”, don Vicente Guerrero, pertenece al país entero y no únicamente a esta porción de la patria a la que dedicó todos sus afanes.

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