Los incel son virulentamente misóginos. Esa virulencia es, en parte, un síntoma de las jerarquías que la propia masculinidad impone entre hombres.
Por: Luis Castro Obregón
El Colegio de Ciencias y Humanidades del Sur de Ciudad de México (CCH Sur) fue escenario de un acto de violencia desolador: un estudiante asesinó a otro con arma blanca (cuchillo, guadaña, no queda claro). El asesinato, premeditado, se produjo como una suerte de venganza social por parte de un perpetrador que, aparentemente, se encontraba aislado socialmente, sufría bullying y tenía una serie de problemas de salud mental. Los medios de comunicación alertan que pertenecía a grupos online de incels.
Los incel (involuntary celibates) son comunidades en línea de hombres que se definen como célibes involuntarios, es decir, que no logran tener relaciones sexoafectivas porque son rechazados. En línea transmiten y retroalimentan una profunda soledad, frustración y sentimientos de marginación. Los incels suelen compartir discursos de resentimiento y misoginia que responden a una perspectiva del mundo de masculinidades jerarquizadas. De acuerdo a su propia visión, se ubican en el eslabón social más bajo y responsabilizan a las mujeres y a los hombres más hegemónicos por ello.
Estas subculturas digitales son producto de una profunda crisis social que tiene claros y críticos componentes de género, pero que también está relacionada con una desafección que parece generalizarse en las nuevas generaciones con el mundo que les estamos heredando, con las instituciones políticas, culturales y económicas a las que se enfrentan y que les decepcionan. En un mensaje previo en redes sociales, el asesino compartió que no tenía amigos, pareja, familia, ni trabajo. Si bien el acto de violencia lo perpetró un individuo, la desolación y falta de esperanzas son fenómenos estructurales.
En la crisis incel el peso de la desigualdad de género es evidente. Los incel son virulentamente misóginos. Esa virulencia es, en parte, un síntoma de las jerarquías que la propia masculinidad impone entre hombres. El feminismo nos enseña —aunque nos resistimos a escucharlo— que el género, a través de normas y mandatos sociales, afecta tanto a mujeres como a hombres. El patriarcado también tiene efectos nocivos sobre los varones y la crisis de masculinidad contemporánea de la cual surge el fenómeno incel es prueba de ello.
La masculinidad está en crisis cuando no sabemos incorporar las aportaciones del feminismo a nuestras vidas. También cuando tanto feministas como antifeministas consideran a veces imposible, pero siempre sospechosa, la posición de un hombre feminista o aliado del feminismo. En las nuevas generaciones de varones crecen el conservadurismo y el rechazo a los avances en igualdad de género y antirracismo al verlos como imposiciones. No hemos sido capaces de convencer (nos) de que el feminismo es positivo para todo el mundo. Tampoco hemos sido capaces de forjar identidades sociales y políticas antipatriarcales que apelen al deseo genuino de los hombres.
La retórica incel no se limita a discursos de odio en línea; se materializa en violencia real (catalogada como terrorismo o crímenes de odio). El primer registro es de Elliot Rodger, quien asesinó a seis personas e hirió a 14 cerca de la Universidad de California (2014); se suman un atropello masivo en Toronto, Canadá (2018); el homicidio de dos mujeres en un estudio de yoga en Florida (2018); un tiroteo en Plymouth, Reino Unido (2021); y un ataque en Tokio,
Japón, en el que un joven de 24 años agrede con cuchillo a “mujeres felices”.
Ante el terrible suceso del CCH Sur, estudiantes y familias presionan a la UNAM para que garantice la seguridad de sus estudiantes y 12 planteles anuncian que van a paro. La UNAM tiene, desde luego, mucho por hacer al respecto, pero la tentación de seguir el modelo gringo de blindar las escuelas con presencia de seguridad y arcos magnéticos es peligrosa, insuficiente, paliativa y cara, además de que afecta a las propias libertades estudiantiles. El desafío para el equipo del rector Leonardo Lomelí tiene que ver más con la salud mental, la resignificación de los valores misóginos y la atención a las formas de convivencia pre y universitaria.
La sociedad mexicana tiene varias deudas con las juventudes. La golpiza contra el director del Cetis 78 de Altamira, Tamaulipas, muestra que la violencia está a flor de piel. La banalidad, el amarillismo y la falta de responsabilidad con que los medios de comunicación tratan el caso del CCH Sur también son paradigmáticos y deben hacernos reflexionar. Ante la violencia, ¿cómo podemos actuar para promover el diálogo, la reevaluación de nuestros valores, la educación y transformación sociales? ¿Cómo podemos salvar (nos) de la viralidad de las redes, los likes y el clickbait, los cuales no hacen más que subir la temperatura hasta que explota la olla?
No solo se requieren medidas punitivas. La prevención debe combinar educación en igualdad, acceso a salud mental e inteligencia digital.
Lectura sugerida: Los hombres que odian a las mujeres de Laura Bates (Capitan Swing).