Por: José I. Delgado Bahena•

“¿Quieres hacer un trío?”, me preguntó de sopetón mientras yo buscaba una carita bonita para hacerlo sentir bien, por ser el día de su cumpleaños.


“¡¿Quééé?!”, le escribí en la ventanita del chat, “repíteme tu pregunta, por favor”.


“Que si te gustaría tener sexo en compañía de dos personas más…”, me explicó lo que desde un principio entendí, pero que me resistía a creer que él me dijera esas cosas.


No me esperaba eso de él porque habíamos mantenido una conversación, digamos, respetuosa y amable.


La verdad: no lo conocía en persona. Él me envió solicitud en el face y yo lo acepté porque vi que era estudiante de la UT y su aspecto en la foto que tenía de perfil no me desagradaba, al contrario: reconozco que me gustaba.


Además, hacía unos días que había terminado con Ulises, después de ocho meses de una relación con él, porque le encontré una foto en su cel donde estaba muy dulce con otra chava que no conozco, y él nunca me habló de ella. Al principio me dijo que yo estaba loca y que veía cosas donde no había nada; que solo era una amiga de la escuela y que, si no me dijo nada de esa amistad, fue porque estaba seguro de que me iba a enojar.


¡Por supuesto que me enojé! La vida me ha enseñado que si tu novio te oculta algo, es porque no tiene muy limpia su conciencia. Así pienso. Ni modo. Así que, no tuvimos más remedio que cortar por lo sano y quedarnos con los buenos momentos que habíamos vivido, a continuar con algo que había perdido la base de la confianza y la credibilidad.

De cualquier manera, a Ulises no pareció importarle mucho, me echó la culpa de que cortáramos, se encerró en su silencio y me dedicó la mejor página de su libro del olvido.


Fue entonces que, por face, conocí a Edmundo.


Desde que lo acepté como amigo, platicábamos todas las noches y nos compartíamos videos que encontrábamos en Internet. Así fue naciendo una amistad, digamos, cibernética, que yo esperaba nos llevara a conocernos en persona, ya que los dos somos de Iguala.


Él me dijo que tenía 23 años y estaba a punto de terminar su carrera. Yo le conté que recién había terminado una relación y que me gustaba su forma de ser, como amigo.


En ese tiempo yo no desconfiaba nada de Edmundo porque, además, en su grupo de amigos del face tenía a muchas personas muy conocidas en la ciudad. Por eso, jamás esperé que me hiciera tamaña pregunta; y no es que yo sea una espantada. La verdad, con Ulises tuvimos sexo en varias ocasiones; pero jamás me propuso algo semejante.


Sin embargo, para ser sincera, la pregunta me caló. Me quedé pensando por algunos minutos e imaginé la situación. No sé qué pasó por mi cabeza que me hizo contestarle con una pregunta:


“¿Tú y quién más?”, le escribí un tanto desconcertada por mi atrevimiento.


“¿Quién dijo que yo? Solo te pregunté si te gustaría. Pero, ya que insistes…”


“No. Discúlpame. Me confundí. Olvídalo”, le respondí un tanto arrepentida por dar continuidad al tema de esa conversación.

Me confundí porque, la verdad, ya me lo había imaginado, ya que, por la foto que tiene en su perfil, me gustó mucho.


“¿Qué te parece si nos conocemos en persona, para ya no seguir hablándole al aire?”, me preguntó como queriendo cambiar de tema.
Pues no cambió. Cuando nos vimos, en un café que está en Zapata, inmediatamente abordó el asunto.


“¿Entonces qué, te gustaría hacer un trío conmigo?”, me dijo fijando sus ojos cafés sobre mis labios.


“No sé…”, le dije insegura.


Creo que en ese momento debí decirle que no; que yo no buscaba esas experiencias, que sí quería tener sexo, pero con él, porque, no lo niego: en persona me gustó más. Su mirada, su boca, sus manos, sus piernas, todo se me antojaba; pero lo único malo es que no me propuso una relación, sino que fue directo al tema sexual.


“¿Cuándo puedes?”, me dijo sin titubeos, dando por descontado que no me iba a negar.


“No sé si pueda…”


“Mira: déjame todo a mí. Voy a ver a quién invito. ¿Te parece?”

“No sé…”, le respondí aún indecisa.


“Bueno en cuanto tenga algo, te llamo y lo resuelves”, concluyó.


Una semana después, me llamó para decirme que ya estaba todo. Tal vez me agarró en mis tres minutos porque, sin pensarlo, le dije que sí. Cuando me di cuenta, ya estábamos en un hotel. Había llevado a un muchacho muy joven, como de dieciocho años, que, al verme, sentí que me barría con la mirada. A mí no me desagradó del todo, incluso, lo vi guapo también.

“Voy al baño”, les dije al entrar a la habitación, con un poco de nerviosismo mezclado con la emoción de esa experiencia que estaba a punto de vivir.


Cuál sería mi sorpresa que, al salir del sanitario, Edmundo y su amigo se besaban apasionadamente.


“Esas cosas a mí no me gustan”, les dije, como aferrándome a ese pretexto para limpiarme el lodo que me llegaba ya a los tobillos.

Sin esperar respuesta, tomé mi bolso y salí del hotel sin importar que el encargado de la administración me dirigiera una sonrisa burlona.


Cuando estaba por abordar el taxi, me llegó un mensaje a mi celular. Era de Edmundo: “Huy, qué fijada”, decía. No me importó. Apagué el cel y le indiqué al taxista la dirección de mi casa.