Por: José I. Delgado Bahena

Cuando me dieron la buena noticia de que haría mi internado en el hospital del ISSSTE, de Iguala, no pensé que mi buena suerte llegara en doble paquete, y que aquí encontraría a la mujer de la que viví enamorado en mi época de adolescente y que fue mi novia en una escuela preparatoria de esta misma ciudad.

Todo comenzó en un convivio del Día del Estudiante. En esa ocasión, Alberto, mi mejor amigo, fue quien me lanzó el reto: “A ver, Marco, a que no te le avientas a la apretada de Arantza”, me dijo mientras caminábamos hacia el centro del patio donde se había improvisado una pista de baile y algunos compañeros movían pies y brazos en un duro intento de aparentar que seguían el ritmo de la estridente música que inundaba todas las instalaciones de la escuela.

La verdad, Arantza no me gustaba; pero, como Alberto insistió, le seguí el juego y me acerqué a ella mientras se carcajeaba por algo que platicaba con su amiga Alejandra.

“Tú eres Marco Antonio, ¿verdad?”, me preguntó antes de que yo le dijera algo, “vas en laboratorio también, ¿no es cierto?”

¡Claro que los dos íbamos en la misma especialidad!, solo que en diferentes grupos, eso no tenía chiste; pero, lo que me asombró, e hizo que me quedara con la boca abierta y el corazón en un hilo, fue que supiera mi nombre y, además, el ver de cerca sus profundos ojos negros fue como si me hubieran hecho una biopsia en mi laringe, tan profunda, que en ese momento sentí que me asfixiaba.

No pude articular palabra alguna más que un “sí” ahogado en el nudo de mi garganta que no se destrabó hasta que ocurrió nuestra primera entrega sexual de las muchas que tuvimos, incluso, algunas sin protección.

Para entonces, casi a punto de egresar de la prepa, yo ya estaba muy enamorado y le propuse que estudiáramos la carrera de Medicina, los dos juntos, para seguir con esa relación y, ¿por qué no?, en un futuro, tener una familia.

“¡¿Estás loco?!”, me contestó con esa pregunta que me azotó hasta el piso, junto a la jardinera donde estábamos sentados, “mis aspiraciones son otras, mi niño, terminando la prepa se acaba todo esto, y a otra cosa, mariposa…”

“Pues, no sé para qué esperamos”, le dije verdaderamente resentido y más dolido que un perro con una mordida abierta, “mejor de una vez aquí la dejamos y cada quién se va por su camino”, concluí levantándome y regresando a mi salón donde mis compañeros revisaban sus borradores del informe de sus prácticas.

No nos volvimos a ver más que en los fugaces encuentros por los pasillos, en los ensayos de la clausura y en la ceremonia donde, para variar, los políticos, invitados como padrinos de generación, nos hicieron escuchar sus acostumbrados largos discursos.

Después, ella me mandó algunos mensajes a mi cel; me pedía que nos viéramos y me decía que iba a estudiar la misma carrera que yo; pero no le hice caso y me concentré en mis estudios en la facultad de Medicina de la UAGro, en Acapulco.

Pasó el tiempo. Me desconecté hasta de Alberto, quien, según me había dicho, estudiaría Contaduría en el Poli; mas, cuando me destinaron al área de urgencias, aquí: en el ISSSTE, y la vi, haciendo también sus prácticas de paramédico, por la carrera que estudiaba en la UT, supe que por algo no había aceptado una relación estable en todo el tiempo sin verla.

Sus negros ojos me volvieron a eclipsar y cuando se acercó a ayudarme en una curación que le hacía a un paciente que tenía una herida con tejido necrótico entre sus dedos del pie izquierdo, su perfume entorpeció mis sentidos y no pude responder a su “hola” más que con un “te amo”.

Ese fue el inicio de una nueva etapa en nuestras vidas que duró cuatro meses. Salimos, tuvimos relaciones sexuales e hicimos planes para casarnos.

Ella, además de paramédico, quería ser maestra y estudiaba los fines de semana en la UPN, donde, me dijo un día, también estudiaba mi amigo de la juventud: Alberto.

Todos nuestros planes iban sobre nubes; pero ayer, con el tiempo encima, porque nuestra unión por lo civil sería el sábado próximo, me pidió que habláramos de algo muy delicado, en el cuarto del instrumental médico.

“¿Qué crees, mi niño? Resulta que estoy embarazada; pero no es tuyo, sino de Alberto, tu mejor amigo de la prepa. Él y yo tuvimos una relación y pensé que ya la habíamos terminado; pero hace dos meses me buscó y no pude decirle que no. Así que mejor aquí la dejamos”.

No pude decir nada. Mi vista se nubló; pero logré ver, sobre una mesa cercana, un fórceps que había sido dejado sin colocar en su lugar; lo tomé sin que ella se percatara de mi movimiento y se lo coloqué en la garganta; luego, apreté hasta que noté que ella dejó de moverse y los dos caímos al piso, ella: sin vida, yo: llorando por lo que había hecho.

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