Por: José I. Delgado Bahena

Conocí a Alexandra cuando entramos a la secundaria, allá por mil novecientos ochenta y siete, y desde entonces me llamó la atención que, a sus escasos doce años, ya tuviera tan desarrolladas sus bubis.

Primero fue algo así como curiosidad, después interés y terminó siendo amor platónico. Por esa época yo era muy tímido; no pasamos de ser buenos amigos y nos dedicamos a construir recuerdos que nos ayudarían a mantener en pie un afecto que en estos días nos acercó más en el alma… y en el cuerpo.

Definitivamente, Ale, como le digo con cariño, tiene un cuerpo muy bonito: chaparrita, pero de muy buenas caderas y, como ya dije, unas bubis tan bien desarrolladas que sobresalen de las demás mujeres que conozco.

Honestamente, siempre he tenido una fijación enorme por esa parte del cuerpo de una mujer; como que es mi vicio, me encantan; es, pues, creo yo, una desviación sexual que tengo.

Cuando terminamos la secu, ella se fue a estudiar a Morelos con unos tíos que tiene allá y yo entré a la ESA, donde conocí a mi novia Silvia con la que hicimos planes de matrimonio.

Un viernes, a una semana de casarme, me llegó un mensaje de Alexandra a mi celular:

“Pinche Zefe”, me dijo, “¿cómo está eso que te vas a casar y no me avisas?”

“Perdón”, le respondí, “es que todo fue muy rápido”.

“Pues lo siento, mañana iré a Iguala para verte y organizarte una despedida con puros amigos”, me respondió categóricamente.

Entonces, al siguiente día llegó e invitó a dos de mis amigos, que llevaron a sus “amigas”, y nos reunimos en la casa de la “amiga” de uno de ellos.

Para convivir yo llevé dos botellas y ellos pusieron las botanas, los refrescos y los hielos.

Estuvimos tomando y contando anécdotas “sanamente”, hasta que se terminaron los cigarros y los hielos. Alexandra y yo nos ofrecimos para ir a buscar un depósito. Cuando regresamos, antes de entrar a la casa, como no queriendo, ella me dejó sentir uno de sus generosos pechos sobre mi brazo izquierdo.

“Ay, Ale, quisiera ser bebé para que me terminaras de alimentar”, le dije medio en broma.

“Pues, cuando quieras”, me respondió insinuante.

No me hice del rogar. Dejé sobre una maceta las cosas que traía y me le acerqué con mis dos manos abiertas. Ella me rodeó el cuello con sus brazos, como para alcanzarme, porque soy más alto, y me comenzó a besar mientras yo me daba vuelo con mis manos sobre sus bubis. En eso, abrieron la puerta y salió Rafa, uno de mis amigos; ella se chiveó y ya no quiso seguir; no insistí y ahí terminó todo, por esa noche, porque yo sabía que un día tenía que continuar.

Me casé y pasaron tres años. Nos dejamos de comunicar, porque ella también se casó, allá: en Morelos, donde vive con su esposo. Los dos tenemos dos hijos en nuestros matrimonios y eso nos había mantenido alejados; pero un amigo mío, el que nos vio besándonos, se casó hace un año y nos invitó a una comida muy familiar, con poca gente, en su casa.

En esa reunión, a la que acudimos acompañados de nuestros cónyuges, estuvo ausente Juan Carlos, uno de mis amigos que estuvieron en mi despedida de soltero, ya que se había ido a los Estados Unidos; pero cuando ya todos estábamos muy alegres, me llegó un mensaje de él, para saludarnos, y envió también una foto donde se veía sentado en una sala.

Al mostrarles la foto, Alexandra se pegó mucho sobre mi espalda y nuevamente me dejó sentir sus voluminosas bubis que me encendieron la sangre y me excitaron todo, hasta el cerebro.

Ese acercamiento de ella pareció accidental, pero yo lo interpreté como intencionado y eché a volar mi imaginación. En un momento en que estuvimos solos, me preguntó:

“¿Cuándo continuamos lo que Rafa interrumpió?”

“Cuando gustes. Si no te pegan, yo estoy a tu disposición”, le respondí con emoción.

“Agrégame a tu face y nos ponemos de acuerdo”, me dijo, dando un trago a su bebida y retirándose en busca de su esposo.

En el face mantuvimos una conversación que fue quemando más nuestros sentidos en un infierno que yo no podía apagar ni con Silvia.

Una noche, en que mi mujer se había quedado a cuidar a su mamá, porque estaba enferma, y se había llevado a los niños; Alexandra me dijo, por face, que su marido había salido de viaje. Entonces, con gran atrevimiento, le pedí que me diera un anticipo de nuestro próximo encuentro, y ella, como sabiendo lo que más me llamaba la atención de su hermoso cuerpo, se quitó el sostén y me mostró, en una videollamada, lo que yo tanto deseaba.

Hace un mes, ella vino a Iguala para visitar a su mamá y me llamó para decirme: “Tengo dos horas, tú di si las quieres aprovechar”. Yo, ni tardo ni perezoso, me subí al taxi que le trabajo a mi suegro y pasé por ella donde me dijo que estaba. Nos fuimos a un hotel y, como desesperados, nos entregamos los cuerpos con tan tremendo deseo que el cuarto fue pequeño para contenerlo.

La verdad, yo no le había sido muy fiel a Silvia; siempre que he tenido oportunidades las he aprovechado. Si el taxi hablara… Sin embargo, a Ale sí quiero serle fiel.

Fíjate: yo, como luego dicen, un viejo lobo de mar, en cuestión de mujeres… estoy como pendejo y loco; después de probar sus mieles, no quiero parar y siento que esas dos horas que estamos juntos, cuando ella viene, se me hacen como cinco minutos.

Siempre que se va, la extraño mucho. Ya sé que solo es atracción física porque, además, quiero mucho a Silvia y a mis hijos, pero si me dijera que viviéramos juntos, a lo mejor lo pensaría.

Lo bueno es que ya vienen las vacaciones y seguramente traerá a los niños con su mamá y, pues, imagínate cómo estoy. En esta semana que viene, me toca; me toca alimentarme de sus ricas bubis, ¡ja,ja,ja!

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