Por: José I. Delgado Bahena•
Esta historia es la que decidió mi vida y, aunque no fue muy agradable, no me arrepiento; como dice mi madre: “Las piñas se comen maduras y sin cáscara”.
Desde que conocí a Sergio, a los pocos días de que llegó a vivir al barrio, me dije: “Ese becerro tiene que dormir en mi colchón, y yo seré la que le quite el sueño”.
Lo malo fue que yo, a él, no le interesaba; pero yo, necia: le tiraba el calzón cada que lo veía pasar por mi casa; él se hacía el disimulado y a los dos meses comenzó a andar con Ángela. Entonces, como para desahogar mi frustración, acepté las propuestas de Miguel, uno de tantos que deseaban andar conmigo, pero yo no les hacía caso por vivir esperanzada en Sergio.
A Miguel le decían el Güero, por obvias razones, entonces, como me enteré que Sergio ya se había casado con Ángela, le propuse a Miguel que viviéramos juntos, en su casa, con su mamá.
Sinceramente, yo no quería al Güero; pero me sentí muy decepcionada de que Sergio me ignorara.
Al medio año de vivir con Miguel, salí embarazada y tuvimos una bebita a quien le pusimos por nombre Luz María. No sé ni por qué le pusimos así; pero, como no me importaba mucho la niña, dejé que el Güero escogiera el nombre. Sergio también ya había tenido un niño con Ángela y se lo llevaban en un portabebé a un restaurante que tenían en el centro de la ciudad, cerca del monumento a la bandera.
A veces le pedía a Miguel que me llevara a comer unas enchiladas ahí, en el negocio de Sergio, solo para verlo y sentir el roce de sus manos cuando él mismo, a pesar de que había dos meseros, nos daba las cartas.
El Güero trabajaba de posturero de taxistas, es decir: le llamaban cuando necesitaban que cubriera a alguno de la organización, y la pasábamos muy mal de dinero; lo bueno fue que su madre nos apoyaba, porque era maestra jubilada y tenía su pensión.
Una noche, Miguel llegó con la noticia de que le ofrecían un trabajo muy bueno en Los cabos, en Baja California; no dijo de qué se trataba, pero le pidió a su madre que le consiguiera un préstamo, para poder trasladarse allá. Así que el Güero se fue a Los cabos y nos dejó, a mi hija y a mí, sin dinero, y a su madre con una deuda muy grande que no ha podido pagar.
Después de un año de que Miguel se fue, y no tener noticias de él, tuve que buscar empleo, el único lugar donde lo encontré fue en el comedor de Sergio. Él me ofreció trabajo en la cocina y yo acepté, por supuesto.
Después de dos semanas de trabajar con Sergio, comenzó a insinuarme cosas y a invitarme a salir. Sinceramente, no sabía cómo tomarlo porque, pues, él tenía a su mujer y su niño…
“No te preocupes”, me dijo un día que le acepté un café, “entre Ángela y yo no hay nada; es más…” agregó: “el chamaco ni es mío”.
“Pero… ¿sí sabes que tengo marido?”, le interrogué indecisa.
“Sí. También sé que te dejó y no se responsabiliza de tu hija.”
“¿Por qué no me buscaste antes de casarte?”
“Porque supe que tenías muchos pretendientes y a ninguno lo tomabas en serio. Pero eso ya no importa; si me aceptas, nos vamos a vivir juntos, donde tú digas.”
No lo pensé mucho y comencé a salir con Sergio, en plan de amantes, en una relación que no sabía cómo iba a terminar, ya que yo seguía viviendo en casa del Güero, con su mamá, en espera de tener noticias suyas, y estas no tardaron en llegar.
“¡Hola, corazón!” Me dijo una noche en que, ¡por fin!, llamó por teléfono. “¿Cómo está mi bebita?”
“Bien”, le respondí confundida. “¿Dónde estás?”
“En Los cabos. Quiero invitarte a que te vengas a vivir aquí. Mira: mi trabajo no es fácil, pero gano bien. Vente para acá, con mi hija. Les compro una casita y las voy a ver seguido.”
“¿No vamos a vivir juntos?”
“No puedo, mi reina. ¿Sabes? Es que… debes comprender, encontré una chava aquí, y pues… vivo con ella. Pero si te vienes con mi hija, te prometo que pasaré más tiempo con ustedes. ¿Qué dices?”
(Silencio) “Déjame pensarlo. Llama dentro de un mes y te resuelvo”, le dije al tiempo que colgaba el teléfono.
Sinceramente, aunque a Miguel no lo quería, me atraía la idea de irme a vivir a Los cabos. Lo que no me gustaba era la propuesta de ser su amante. Estaba indecisa, por la oferta de Sergio, de vivir juntos. Lo que no sabía era que el tiempo de las piñas maduras había llegado.
Como a los quince días, después de la llamada del Güero, su madre y yo veíamos las noticias en la televisión y fue como nos enteramos de que andaba de delincuente en Baja California, en una banda que habían atrapado y los mostraban ante las cámaras, dando sus nombres y lugares de origen.
La mamá del Güero se soltó a llorar, pero yo sentí como una liberación en mi pecho. De inmediato le llamé a Sergio para decirle que aceptaba su proposición.