Por: José I. Delgado Bahena•

La noche en que Lucía llegó a su casa temprano, después de haberse cancelado la reunión con sus amigos de la oficina, jamás esperó encontrarse con la escena que vio y que la dejó estática.

Ella vivía sola, sin marido, con sus dos hijos: Saúl de veintiún años, estudiante y empleado, al mismo tiempo, quien se esforzaba por obtener buenos resultados en la escuela pagada con el sueldo de su trabajo; además, tenía a Lina, madre soltera que decidió tener un hijo sin padre y a quien mantenía con lo que ganaba en un restaurante donde trabajaba de mesera.

Aquel día, Lucía había discutido con Saúl.

“Ya te dije, mamá, que yo no quiero estudiar en esa escuela”, le dijo el muchacho. “No sé para qué acepté que fuéramos a sacar ficha…”

“Pues, ahora te aguantas. No porque ya trabajes, te creas muy hombrecito y me pierdas el respeto.”

“No te preocupes”, le replicó él, “nomás que termine de estudiar mi carrera me iré de la casa y te evitaré las molestias que te doy.”

“No sé qué esperas. Saliste igualito a tu padre: se sintió el ofendido y mejor agarró su maleta.”

“No creas que me faltan ganas; pero no por ti, sino por mí. Lo haré porque quiero ser yo mismo y triunfar en la vida.”

“¡Ándale, pues! No sé qué te falta. De todos modos eres capaz de pagarte tus estudios, ¿no? Siempre me lo has reprochado, como si creyeras que en mi trabajo me pagan por kilos de billetes.”

“No te estoy pidiendo nada; mejor ya déjame estudiar, que todavía tengo dos exámenes para aprobar el semestre.”

Esa era la canción de todos los días. Saúl no tenía amigos, para no descuidar sus estudios, y convivía poco con sus compañeros de trabajo. Solo pasaba algunas tardes, después de ir un rato al gimnasio, con Ernesto, su amigo y confidente; algunas veces iban al cine, al café, o veían alguna película en casa, cuando sabían que no estarían Lucía, ni Lina con su pequeño hijo.

Una tarde, en que la madre se encontraba ausente y el niño dormía la siesta, Lina y Saúl tuvieron, durante la comida, una conversación que propició un mayor acercamiento entre los hermanos y los unió con una confidencia que él tuvo para ella.

Fue Lina quien inició la plática.

“¿Cuándo te piensas casar, hermanito?”

“Nunca”, contestó Saúl centrando su atención en el trozo de carne que intentaba cortar con el cuchillo.

“Bueno”, convino ella, “no es necesario que te cases; pero podrías pensar en formar una familia y, desde ahora, comenzar a buscar a la novia; por lo que sé no has tenido ninguna.”

“No hace falta. Lo que me interesa ahora son mis estudios.”

“No me digas que en tu escuela o en tu trabajo no hay alguna chica que te ponga la piel chinita…”

“Sí, claro, hay chavas muy guapas; pero a mí no me gusta ninguna. Y bueno, de una vez te digo: sí, estuve enamorado de una persona, pero me pagó tan mal que mejor prefiero andar libre.”

“¡Ándale! ¿Por qué nunca me contaste?”

“Porque siempre estás ocupada con tu hijo. Y porque, además, tal vez no lo entenderías.”

“¿Por qué dices eso?”

“Porque esa ´persona´ no es una mujer.”¨

“Sí lo entiendo, no te preocupes. Eres libre de hacer de tu vida lo que quieras, mientras así te sientas feliz… Ya ves, yo: con mi hijo…Trabajo mucho y no me quejo, así soy feliz. Tú puedes buscarte a alguien que, además de que te apoye, te haga feliz. Vive como tú quieras. Solo trata de ser responsable y no permitas que te lastimen. La única que podría rechazarte es mamá. Ella espera que seas el ´hombre´ de la casa, el que la cuide y la proteja; por lo demás, mira: teniendo tu profesión, no le quedará más que aceptarte con las preferencias que tengas.”

“Gracias, hermana. Pero, para darte la información completa, te aviso que mi amigo Ernesto y yo estamos probando si podemos tener una relación, así que espero que también lo aceptes.”

“No tengo por qué no aceptarlo. Me cae bien, y aunque no fuera así, yo no te voy a decir con quién andes.”

Después de esa tarde, Ernesto visitaba más la casa de Saúl y convivía con el niño de Lina, mientras Lucía regresaba de su trabajo.

Pero esa noche, cuando Lucía llegó más temprano que de costumbre, al abrir la puerta se encontró con Saúl y Ernesto, sentados en la sala y besándose apasionadamente.

“¡Ya sospechaba esto!”, les gritó “¡Pero mi casa no es hotel! ¡Si quieren hacer sus cochinadas, vayan viendo dónde, porque aquí no!”

Sin dar tiempo a explicación alguna por parte de los muchachos, entró al cuarto de Saúl, tomó su ropa, libros y cuadernos y, sin consideración alguna, arrojó todo por la ventana hacia la calle. Después, con un coraje indescriptible, a empujones echó de la casa a Saúl y a Ernesto, quienes tuvieron que enfrentar las consecuencias por querer vivir con la libertad de ser ´la otra persona´.

Comparte en: