Por: José I. Delgado Bahena

Reynaldo me lo dijo; pero, como de por sí, solo me acerqué a Lucía por la apuesta que mi amigo y yo habíamos hecho para ver a quién de los dos aceptaba como pareja, pues, no me importó mucho, y ni lo creí.


Además, creo que él me tenía envidia, porque en el grupo de boxeadores que Marcos manejaba, en aquella época, yo iba destacando más que él. Todos se daban cuenta de que yo era mejor peleador.


Recuerdo bien que Marcos con frecuencia se quejaba de que Reynaldo no entendía bien sus instrucciones para moverse, pegar y defenderse. Incluso, hasta para poner la guardia, siempre tenía que acomodarle las manos, como si fuera niño.


En fin, era tan tonto, que hasta se detenía a preguntarle: “¿Le tiro un jab, un gancho o un recto?” En una ocasión, que se negaba a ponerse el vendaje, Marcos le gritó: “¡¿Cómo te vas a cuidar las muñecas y los nudillos?!”


Lo último que vi que le costó más trabajo aprender fue el swing. Es un golpe largo en el que se gira el puño para impactar con la zona de los nudillos. Lo aprendió porque se lo apliqué en su mentón, en una práctica que tuvimos.

Total que, a pesar de que éramos amigos, por vivir en la misma cuadra, solo dos casas nos separaban, no soportaba que quisiera él seguir en el boxeo con tantas carencias.


Lo malo es que un día llegó Lucía pretendiendo también ser boxeadora. A Marcos no le quedó más remedio que aceptarla y a toda la cuadra nos puso a recoger nuestra saliva del piso.


Lucía era muy hermosa. A mis dieciocho años no había visto a ninguna chava tan hermosa, ni tan cerquita. A todos nos impactó.


Inmediatamente, Reynaldo y que tira la hablada: “Te apuesto a que en una semana la hago mi novia.”


“¿Qué apuestas?, le dije muy seguro, porque que yo, la verdad, no soy tan feo. “¿Qué apuestas a que te la gano?”, lo reté.


“Mis guantes”, respondió decidido.


Yo acepté más por el orgullo que porque realmente me interesaran sus guantes. Desde ese momento, los dos fuimos tan evidentes en nuestras atenciones con ella que, sin disimulo, nos dijo: “Los dos me caen bien y los quiero mucho, como amigos; pero, está difícil que haga una elección. No sé qué hacer. ¿Por qué no me ayudan y ustedes deciden cómo hacer para que uno de los dos se retire?”


“Yo sé cómo. Hagamos que Marcos nos organice una pelea y el que pierda se hace a un lado”, propuse, muy confiado en la ineptitud que había observado en Reynaldo.


Él no dudó en aceptar. Hablamos con el mánager y tampoco se negó. Planeamos la pelea para diez días después. Como Reynaldo y yo casi éramos del mismo peso, no habría problema con el pesaje.


Para hacerlo más emocionante, Marcos le comenzó a dar difusión. Hizo un anuncio en su página de Facebook e invitó a dos amigos periodistas que tiene para que saliera en el periódico.


Entonces, Reynaldo y yo intensificamos nuestro entrenamiento. Él, incluso, llegaba antes y se iba más tarde de la arena que Marcos tenía en la calle de Melchor Ocampo, de esta ciudad.


Lucía también llegaba a entrenar todas las tardes, y en esos días no nos dirigió para nada la palabra.


Dos días antes de la pelea, Lucía llegó acompañada de Tere. Así nos dijo que se llamaba su amiga, cuando nos la presentó. En esa ocasión no entrenó y se la pasaron platicando y viendo cómo entrenábamos nosotros.


Por la noche del último entrenamiento, antes de la pelea, Reynaldo y yo nos fuimos caminando.


“Pinche Daniel, no me lo vas a creer, o vas a pensar que quiero hacerte dudar de la apuesta; pero, le platiqué a mi hermana Olga sobre Lucía, ¿y qué crees que me dijo? Me aseguró que, si es la misma Lucía de la que le hablé, que es marimacha; o sea: no le gustan los hombres.”


“No manches, no te creo. Solo quieres hacerme titubear para que deje que me ganes en el ring lo que tienes perdido por feo.”


“Pues no sé. Pero yo le creo a Olga y ya no me interesa el premio, pero sí te ganaré”, me dijo muy confiado.


Al siguiente día, cuando ya hacíamos ejercicios de calentamiento para subir al ring, los dos volteamos hacia la puerta y vimos entrar a Lucía y a Tere tomadas de las manos. Eso a mí no me importó. De por sí, las viejas siempre andan de la mano, tan campantes, y nadie piensa mal.


La verdad es que no pensé que Reynaldo hubiera progresado tanto, o tal vez yo estaba distraído por lo que me dijo de Lucía; pero, fueron pocos los golpes que pude darle bien puestos, y él pues sí logró darme un uppercout tan poderoso que me sacó el aire y me hizo trastabillar, pero me recuperé y respondí con mis mejores golpes.


Cuando terminó la pelea, que solo duró tres rounds, Marcos determinó empate. De esa manera no se resolvía el conflicto entre Reynaldo y yo, por Lucía. Entonces, ella, nos invitó a su casa, para celebrar en compañía de su amiga Tere.


Al llegar, todo estaba dispuesto para una borrachera. Había cuatro botellas de tequila, hielos, refrescos y vasos. No lo pensamos dos veces y nos pusimos a tomar.


Lo malo fue que no supe cómo, ni en qué momento, la fiesta se convirtió en orgía y recuerdo que yo primero estaba con Lucía, después con Tere. Es lo único que quedó en mi memoria; pero, al despertar, me encontré con que Reynaldo y yo estábamos completamente desnudos, abrazados y acostados en la misma cama.


Eso sí fue un tremendo gancho al hígado del que no me he podido recuperar.

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