Por: José I. Delgado Bahena
Ora sí, como luego dicen: “Me quedé como el perro de las dos tortas”. No, pero lo peor fue que salí como perro en barrio ajeno: “Con el rabo entre las patas”. Todo por creerme de veras vivo con las viejas. Pero, ¿quién me manda andar buscándole tres pies al gato, sabiendo que tiene cuatro?
Bien que me dijo mi madre: “Ahora sí, Ángel, ya te casaste, tienes que sentar cabeza; vas a dejar de emborracharte y de andar de mujeriego”.
La verdad es que nunca me casé, solo me “arrejunté” con mi vieja. Antes yo sí quería casarme con ella, pero sus padres no la dejaron; luego, cuando ya tuvimos a los hijos, entonces sí querían que nos casáramos, pero yo dije: “Ni maiz, paloma, ora no”.
De eso ya pasaron como quince años. Mi chavo, el mayor, creo que ya tiene catorce años; hasta la cuenta ya perdí, todo porque, pues, nunca se me quitaron mis dos vicios: las viejas y el alcohol.
Yo lo sentí por mi madre, porque un tiempo hasta me dejó de hablar; luego comprendió que nunca cambiaría y me perdonó. Mi vieja es otra historia. Hemos tenido tantas broncas, y nos hemos dejado tantas veces, que pienso que eso fue lo que me orilló a tomar la decisión.
Bueno, aunque también puede ser culpa del destino, o del amor (¡Ah, chingá!, ya hasta cursi me volví). Total que un día conocí a Celia, y me enamoré. No sé qué me pasó. Un día le fui a hacer un trabajo de herrería en Taxco, de donde es su mamá. A mí me la recomendó mi cuate Víctor, porque es amiga de una prima de él. Bueno, desde que la conocí me gustó el tono de su voz, hasta parecía que se había comido un pajarito (sin albur, eh) y hablaba como cantando. Eso me gustó mucho y sentí que mi bóxer me quedaba bien aguado, no sé por qué. Entonces no me importó que fuera madre soltera y tuviera un chamaquito de cuatro años, me le declaré y le hablé con la verdad; le dije todo de mi familia y, a pesar de saberlo, aceptó que probáramos una relación.
Lo que sea, Celia era bien buena onda; entendía y comprendía mi situación, me apoyaba en mi obligación con mis hijos y no se ponía exigente, me daba mi tiempo y no interfería. Sabía que estaba clavado con ella y vivía confiada; hasta yo me sentía confiado con ella y a cada rato le exigía a mi vieja que ya nos separáramos. Siempre le decía que no tenía caso estar fingiendo ante los demás lo que ya no sentíamos; ni por los hijos valía la pena, al contrario: ellos se daban cuenta de nuestros pleitos y nomás los hacíamos sufrir.
Pero, bueno, como todos sabemos: la vida da muchas vueltas.
Una tarde, después de que habíamos terminado una chamba, con mi amigo Víctor y mi socio “el güero”, para celebrar que habíamos terminado de hacer las puertas que nos habían pedido, Margarito (“el güero”), nos invitó a su casa a tomar unas cervezas; luego, cuando ya estábamos algo mareados, llegó su prima Fany, que trabaja de mesera en un comedor que está en el centro; entonces, “el güero” la invitó a echarse “una” con nosotros; aceptó y se quedó hasta ya muy tarde. Cuando nos terminamos los dos cartones que habíamos comprado, nos cooperamos para otro y yo me ofrecí para ir a traerlo en la camioneta del trabajo; entonces, Fany se ofreció acompañarme.
En el camino, Fany comenzó a echarme el perro, y yo, pues, la neta, me olvidé tantito de Celia y como que me hacía del rogar, pero dejé que me metiera mano por donde quiso.
Cuando llegamos, a Víctor se le ocurrió que jugáramos a la botella. En una de las vueltas, me tocó quedar de frente con Fany y todos propusieron que yo le diera un beso. Ella se negó y, como ya me había calentado en la camioneta, no me aguanté, la agarré de los cabellos y se lo di a la fuerza.
Ella correspondió porque, como me dijo después, la verdad es que también estaba queriendo.
Desde esa noche comenzamos una relación que, como le advertí, sería de puro sexo, porque yo amaba a Celia. Ella aceptó y yo me organizaba para verlas. Para eso me daba mis mañas: a una en Taxco, un día, y a otra en otro día, aquí: en Iguala.
La neta que yo seguía amando a Celia, pero hace como dos meses que Fany cayó enferma, yo la acompañé al hospital y la estuve cuidando, porque la dejaron internada; entonces, ahí mero me dijo que me agradecía y que le gustaría que viviéramos juntos; si no, mejor que ya no la buscara, porque ella me amaba y le dolía compartirme.
Eso que me dijo me quemó en el alma y al siguiente día fui a buscar a Celia; hablé con ella, le dije la verdad y me corrió de su casa con muchas mentadas de madre; pero, pues, ni modo: yo la amaba, pero Fany me convenció con su sinceridad.
A los cuatro días de eso, me salí de la casa, dejé a mi vieja con los hijos y me fui a vivir con Fany. Todo iba muy bien, pero hace como un mes me salió con la jalada de que quería que dejara de tomar. Yo le dije: “No manches, así me conociste”.
“Pues sí, pero ahora quiero tener un hijo tuyo”, me dijo con tono lloroso.
Otra vez me convenció y le hice caso. Dejé de tomar como quince días; pero, ayer, que fue la clausura de la sobrina de mi amigo Víctor, nos fuimos directamente a la casa de su hermano y estuvimos tomando puro mezcal y tequila. Llegué bien pedo a la casa de Fany, donde yo vivía con ella.
Hoy, que desperté con tremenda cruda y bien apestoso a mezcal, me encontré, junto a la cama, un envoltorio con mis escasas prendas de vestir que tenía allí, y una hoja pegada con un alfiler, con ocho palabras filosas, como puñales: “Vete. No quiero un hijo de un borracho”.