Por: José I. Delgado Bahena

Mira nomás, ahora sí: cada quien habla según le va en la feria, ¿verdad? Cuando me enteré de que el torpe de mi marido te había contado todo, y luego el viejo te fue con su versión; pues, no me quedó más remedio que venir a decirte, con franqueza y mucha sinceridad, la pura verdad de este enredo que, sin pena te digo, yo misma propicié.

Así es, mi amigo. Antes que todo, y para que tus lectores estén prevenidos, tengo que decirte que, pues, una como mujer debe darse a valer, eh; no debemos seguir dejando que ustedes, los hombres, nos mangoneen y nos traten como sus esclavas o solo como objetos sexuales. Nosotras también tenemos nuestro corazoncito y, si nos hacen sufrir, pues hay que pagarles con la misma moneda, ¿no?

Bueno, todo esto lo fui tramando desde que conocí a Samuel. Él tenía la misma edad de mi padre y solo lo vi como objeto de desquite por lo que mi papá le hizo a mi mamá, al dejarla embarazada y sin darle el apoyo que ella y yo necesitamos en su momento.

Mi mamá me contó todo lo que tuvo que pasar, sola y rechazada por la familia, para tenerme y para hacer que yo estudiara hasta la prepa.

Fue ahí, precisamente, en la prepa, donde lo vi. Noté que él también se me quedó viendo y, sin disimulo, le coqueteé para lograr que no me olvidara.

Después lo encontré en el Bandis Boy, un negocio de comida que está en la plaza comercial. Él llegó a pedir su platillo y yo estaba ahí, en espera de mi madre, que había ido al sanitario.

“¿Lo conozco?”, le pregunté.

“No sé. Te me haces conocida. ¿Dónde estudias?”, me dijo vaciando su mirada sobre el escote de mi blusa.

“Eso no importa. Anote mi número y luego platicamos, no tarda en llegar mi madre”, le respondí con la mirada perdida entre el mar de gente que atiborraba el área de comedores.

Ese fue el principio. Lo demás lo saben muy bien tus lectores. Solo ellos, el padre y el hijo no supieron que yo conocía a ambos. Sabía muy bien quienes eran porque su hijo fue mi compañero en la prepa; pero no solo eso, también fue mi novio.

Lo que sea de cada quien, el padre estaba más guapo; pero con Alex, su hijo, no la pasaba tan mal.
Samuel era un maestro jubilado que en sus ratos libres escribía poesía y me decía cosas muy bonitas. Si no hubiera yo tenido un plan, a lo mejor hasta me caso con él; pero, ¿para qué quería un viejo, si me podía quedar con el joven? Además, él tenía a su mujer, aunque después murió y le dejó algunas propiedades que no sabía ni qué hacer con ellas.

Desafortunadamente, Alex no había estudiado, trabajaba de cargador de bultos y ganaba muy poco; él me respetaba y me decía que tendríamos relaciones hasta que nos casáramos. Lo malo fue que una tarde de pasión con Samuel casi altera mis planes. Nos dejamos llevar por los impulsos y no usamos condón, con la confianza de que no pasaría nada. No fue así. Al mes me di cuenta que se interrumpía mi regla, le conté a una tía que tengo en la Ciudad de México y ella me propuso que me fuera para allá y me ayudaría a solucionar el problema.

A Alex le dije que me iba porque quería estudiar allá. La verdad, solo fui a estar una temporada, mientras me reponía del procedimiento que emplearon para hacerme abortar.

Cuando regresé, Samuel se había quedado viudo. Entonces, como yo seguía de novia de su hijo, y este me pidió que nos casáramos, aprovechando que le habían dado trabajo como agente de tránsito y le iba muy bien, pues, acepté.

Según Alex, me convenció para que viviéramos con su papá, para que no estuviera solo. Yo acepté, pero porque así aseguraba que podía estar con los dos y, además, buscaría la forma de que Samuel le dejara todo a su hijo, al morir y, pues, así no tendríamos problemas económicos.

Desde que me casé, recuperé las atenciones de Samuel mientras su hijo andaba extorsionando a automovilistas; pero, una mañana que no esperábamos que se apareciera por la casa, nos encontró en pleno agasaje y ni cómo disimular.

Cuando Alex llegó, Samuel salió cobardemente hacia su cuarto y me dejó con el paquete de enfrentar sola a mi marido.

Yo le dije que, la verdad, a quien amaba era a su papá. “Así que tú decides: si aceptas las cosas como están, o mejor te vas”, le dije en tono firme y decidido. El pobre, comenzó a llorar y me rogó que mejor nos fuéramos a vivir con mi madre. Yo me mantuve firme y, como vio mi decisión, pues no le quedó más remedio que irse quién sabe a dónde.

Eso fue hace tres años y desde entonces no hemos sabido nada de él. Samuel y yo seguimos viviendo juntos. Ya logré que pusiera todo a nombre de su hijo para que descargara su conciencia; pero como Alex y yo estamos casados por bienes mancomunados, solo espero que un día le dé un paro cardiaco a mi suegro, por tanto, sildenafil que toma para complacerme en mis deseos de mujer, y entonces sí: reclamar mis derechos sobre sus propiedades.

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