Por: José I. Delgado Bahena
Nunca me imaginé que mi tía se iba a volver loca solo por una noche que pasé con Sandy, mi prima.
Ella, mi tía, sabe muy bien que, a pesar de que no se tragan con mi mamá, siendo hermanas, yo las quiero y las he cuidado siempre, como familiares que somos.
Ahora que, pues, no tengo por qué mentirte: la chamaca me gusta desde que cumplió los quince, no lo voy a negar; pero de eso, a que yo tenga que casarme con ella, es otra cosa. Con mayor razón que es menor de edad, yo tengo veintidós y… ¡soy casado!
“Serás casado, no capado”, me dijo mi hermano. En eso tiene razón, no lo niego. Por eso, con el pretexto de que he andado buscando trabajo, pues, me he dado la oportunidad de salir con algunas amigas y no digo que me he portado como un santo, no, sinceramente: cuando puedo, disfruto.
Pero, en fin, lo que desató la tormenta que mi tía hizo en el vaso de agua, fue que mi prima y yo nos fuimos a la feria en compañía de otros amigos míos y pasó lo que te voy a contar.
Primero estuvimos un rato en el Tehuehue, el local que ponen cada año donde se hacen las muestras gastronómicas. Nomás sirvieron los tacos que trajeron de otro municipio, que no me acuerdo cuál, y nos fuimos a los juegos mecánicos. Ahí, sí, lo acepto: me rajé. Dejé que Sandy se subiera con mis cuates a los juegos que ella quiso; mientras, yo mejor me fui a tirar unas canicas donde me dieron un premio chafa que le obsequié a ella.
Después nos asomamos al Teatro del Pueblo donde participaba un grupo de hace como mil años y tocaban sus éxitos para puros viejitos; la verdad, no nos gustó y mejor nos fuimos a los antros.
Mi cuate Julio quiso que entráramos a tomarnos una cerveza en una cantina donde antes era el Show Rosas, solo porque en el sonido se oía una canción de los Cadetes de Linares, que se llama “No hay novedad”, el cual le gusta a mi cuate Ernesto. Nos quedamos hasta que nos terminamos un cubetazo. Estando ahí, recordé que un día fuimos con mi hermano y vimos a unos imitadores de Pimpinela que daban pura risa; pero nos salimos porque salió un güey que imita a Juan Gabriel y, como nos caía mal ese cantante, mejor nos fuimos a otros antros.
Así, seguimos chupando en otros locales. Sandy solo se tomó dos cervezas, pero mis amigos y yo sí le echamos unos barriles a nuestra panza chelera.
Ya mareados, de plano, le canté a Sandy.
“Me gustas un buen, prima”, le dije medio entonado con la música que inundaba el lugar. Ella no chistó nada, solo me puso la mano en mi pierna y me la apretó.
Yo creí que me iba a decir “no manches”, o algo por el estilo, porque solo tiene dieciséis años; pero no se agüitó ni me rechazó cuando le pasé mi brazo por sus hombros y la atraje hacia mi pecho. Ella se acomodó y se puso a cantar un tema de Jesse & Joe que se llama “Corre”. “Toma todo lo que quieras pero vete ya, que mis lágrimas jamás te voy a dar…”, dice la canción, y me la entonaba en mi oído. Con esas muestras, y por las cervezas que me había tomado, la piel se me ponía chinita; entonces, no me aguanté, hice como que le iba a decir algo, le acerqué mi cara y la besé en la boca. No me rechazó, al contrario: respondió y me entregó su lengua. Así duramos como cinco minutos, hasta que ella me dijo con su voz temblando: “Vámonos a otro lado”.
No lo pensé dos veces, les dije a mis cuates que mi prima se sentía mal y que la tenía que llevar a su casa. Como disimulando, vi mi reloj y me di cuenta que eran las once de la noche y mi tía le había dado permiso solo hasta las doce. Nos salimos de la feria, tomamos un taxi y nos fuimos a un hotel que está cerca del Tec.
Lo que pasó ahí es fácil de imaginar. Lo que no pensamos, los dos, es que nos íbamos a quedar dormidos.
Eran las cinco de la mañana cuando Sandy me despertó muy asustada, por la hora que era. Buscó su teléfono celular en su bolsa y vio que tenía un montón de llamadas perdidas de mi tía.
Rápidamente nos vestimos y salimos en busca de un taxi.
Al llegar a la casa de mi prima ya se encontraba allí también mi mamá. Mi tía le había llamado y estaban las dos bien encabronadas.
Al entrar a la casa, mi tía se me fue a golpes y me dijo que me tenía que casar con mi prima.
Yo le dije: “No manches, ¿por qué?, si no hicimos nada. Además, te recuerdo que soy casado.”
“Pues te me divorcias. Mi hija no es tu burla. Si ya la deshonraste, le tienes que cumplir.”
En ese momento me acordé que Sandy no llegó virgen a esa noche “de mi mal”.
Mi prima estaba sentada en la sala, llorando.
“¿Por qué no le preguntas a ella?”, le dije, volteando a verla, seguro de que no tenía por qué aceptar esa responsabilidad.
“¡Ya lárgate!”, fue lo único que dijo mi prima y se metió corriendo a su habitación.
Eso fue hace como un mes y medio, cuando apenas comenzaba la feria. Hace un rato me llamó mi tía para gritarme, por teléfono, que Sandy estaba embarazada y que yo tenía que casarme con ella.
Sin decirle nada, le colgué. Ese muertito no me lo pueden achacar; porque, aunque estaba borracho, me acuerdo bien que me puse un condón. ¿Cómo ves?