La prima de una amiga
Por: José I. Delgado Bahena
Cuando me lo contaron, no quería creerlo. Pensé que era un caso más para la psiquiatría que para el Manual; sin embargo, después de investigar “aquí y allá”, llegué a la conclusión de que esta historia era posible.
Ana (me contó mi amiga), mantenía una relación amorosa, de ya varios años, con Luis Enrique, quien laboraba, en aquella época, en una empresa de autobuses de pasajeros y tenía que rolar turnos, de acuerdo con las necesidades de su trabajo.
Ella: Ana, recién había terminado su carrera de auxiliar de enfermería y con un poco de suerte logró que la contrataran en una clínica particular de la ciudad, por lo que, debido a la incompatibilidad de horarios, se veían pocas veces a la semana y cada que tenían oportunidad la aprovechaban para pasar la tarde entera en un hotel. Para no tener que salir, llevaban tortas, refrescos y golosinas; ahí comían, veían la televisión y, por supuesto, tenían relaciones sexuales.
“El día que me quieras dejar, me mato”, le dijo Ana, una tarde, a Luis Enrique, mientras lo abrazaba, desnuda, y recorría con su índice la barbilla de él.
“No digas tonterías”, le dijo Luis Enrique en el momento en que separaba la mano de ella y buscaba el control de la tele.
“No son tonterías”, replicó Ana, cambiando el tono amoroso por el de amenaza. “Claro que antes te mato, para que no pienses que así te librarás de mí.”
“Ya cállate”, le exigió Luis Enrique, “mejor vámonos, creo que el calor te está afectando mucho”.
“¿Por qué te pusiste nervioso? ¿No será que ya andas poniendo los ojos en alguna despachadora de la terminal?”
“Claro que no. Sabes que te quiero y si no me caso contigo es porque aún no puedo darte lo que mereces”, contestó Luis Enrique mientras se vestía.
“Bueno… pues, dame un hijo; aunque no te cases conmigo. Quiero ser madre, quiero saber lo que es cargar un bebé, amamantarlo y cuidarlo…”
“¡No! Ni se te ocurra. No está en mis planes tener un hijo, por el momento…”
A partir de esa tarde, el semblante de Ana se vio distinto. En su trabajo, donde se había caracterizado por el trato amable a los pacientes y a los médicos que apoyaba, tomando los signos y redactando las recetas, cambió. Se convirtió en una persona cortante, déspota y malintencionada. Por eso la cambiaron al área de curaciones, y también allí se desquitaba haciendo esperar de más a las personas que acudían a ella.
Estos cambios en su conducta desencadenaron en un trato diferente para Luis Enrique y a dejar de tomar la píldora anticonceptiva con la que evitaba la ovulación. Por eso mismo, una noche en que llegaron al hotel, mientras se quitaban la ropa, Ana le soltó la noticia como una bofetada con una penca de nopal.
“¿Qué crees, mi vida? ¡Estoy embarazada!”
“¡¿Qué?! ¿Estás loca? Eso no es posible.”
“Claro que es posible, porque dejé de tomar la píldora desde hace un mes.”
“¡Vámonos!” Decidió Luis Enrique, volviendo a vestirse, tomando las cosas que habían llevado y dirigiéndose hacia la puerta. “Debí suponer que me harías esta jugarreta. No sé cómo fui a confiar en ti. Con razón andabas tan rara, y yo… ¡pero qué ingenuo fui!”
“¿Por qué te pones así? Recuerda que te dije que me siento capaz de ser madre soltera.”
“¡Cállate! Vergüenza deberías tener para tratar todavía de justificarte”.
Desde ese día dejaron de verse. A Ana le aparecieron los síntomas de su embarazo como: el cese de la menstruación, crecimiento abdominal, náuseas, vómitos, aumento del tamaño de los senos y antojos alimenticios. Cuando creyó que debería verla un ginecólogo, se puso en manos del que laboraba en la clínica donde ella trabajaba.
Después de una ecografía y otros estudios de rigor, el médico habló seriamente con ella:
“Amiga”, le dijo, “con la novedad de que no estás embarazada. Lo que tienes es un trastorno en tu organismo conocido como pseudociesis, síndrome de Rampuzel, embarazo psicológico o falso embarazo, que es muy raro, porque tienes todas las señales de éste, con excepción de que no se oye el latido del feto ni se le ve en el ultrasonido.”
Ana no esperó a escuchar más explicaciones del médico; como desesperada, salió del consultorio y llegó al domicilio de Luis Enrique. Para su mala suerte, él se encontraba ahí en esos momentos. Cuando ella le contó sobre el diagnóstico del médico, Luis Enrique soltó una carcajada.
“¡Ja, ja, ja, ja! Ya ves: tú y tus fantasías… La verdad, conmigo no podrías haberte embarazado, porque soy estéril. Lo he sabido siempre. Por eso, cuando me dijiste de tu embarazo, creí que me habías hecho güey con otro.”
“¿Ah, sí? Y todo este tiempo te reíste de mí, haciéndome tomar la dichosa píldora y jugando con mi deseo de ser madre…”
Luis Enrique no pudo decir más. En ese momento Ana lo atacaba con un cuchillo, que tomó de la mesa del comedor de él, clavándoselo en el cuello; después, ella se lo encajó en lo más blando de su vientre.