Confesiones
Por: José I. Delgado Bahena
“¡Vaya tontería!”, le dijo Ciro a Demetrio, su compadre y compañero del dueto que formaron para tocar y cantar en las calles y cantinas, mientras descansaban cerca de donde estuvo la explanada municipal, “¿no crees, compa, que ese dinero mejor lo hubieran empleado para arreglar lo del agua y las escuelas, y no en el dichoso Centro Histórico?”
“¡Claro que sí!”, respondió su amigo enfáticamente, “no sé cuántos millones dicen que mandó el presidente para esta obra; debería venir a ver cómo está de descuidada la ciudad antes de hacer un palacio nuevo.”
“Ya ni llorar es bueno. Mejor invítame una cheve y unas botanas para disimular el calor.”
“Vamos, pues, compa; a ver si con dos frías me animo y te suelto un chisme tan grande que traigo en el pecho, que más bien parece una roca de las que están sacando de esos hoyotes.”
Con sus guitarras colgando de uno de sus hombros, se encaminaron a un bar muy popular conocido como “La Pancha”. Ante la primera cerveza, Demetrio comenzó a hablar:
“¿Qué crees, compadre…? Mi vieja me pega, me insulta y me trata muy mal.”
“¡¿Y eso, compa?!”, lo interrogó Ciro con perplejidad.
“Pues… la verdad, compadre, ya tiene dos años que entre mi vieja y mi suegra me dan de fregadazos. Al principio me defendía pero, pues, como ella es la dueña de la casa y tiene su sueldo fijo de enfermera…”
“Pero no se vale, compadre. Déjala.”
“No puedo. No podría vivir sin mis hijos. ¿Te acuerdas cuando llegué con una herida en la cabeza y te dije que me había caído? Pues, no fue cierto, su madre me golpeó con su bastón, nomás porque los huevos con jamón que le preparé le supieron salados.”
“No manches, compadre. La neta que, si yo fuera tú, le daba una chinga y la metía en cintura. Ora que, si no puedes dejarla, búscate una amante.”
“¿Y con qué dinero sostengo a mi amante, compa? Ya ves que la gente casi no nos da. Además, a mis cuarenta años es muy difícil.”
“Pues no sé… ¿Todavía la quieres?”
“No, compa, ya no. Si por mí fuera la dejaba. Pero, ¿para dónde me voy? Ves que no tengo más que mi guitarra…”
“Mira, compadre, vamos a pensar bien las cosas, porque esas son chingaderas. ¡Ora sí: los patos les tiran a las escopetas! Si no hallamos una solución, no nos vamos de aquí. ¡Caray! Nunca lo imaginé.”
Después de la sexta cerveza, también Ciro comenzó a hablar:
“La verdad, compadre, también a mí me pega mi vieja y me da mucha rabia nomás de acordarme.”
“¡Uta, compa! Jamás lo hubiera esperado de ti.”
“Pues sí, yo tampoco lo esperaba. También me rebelé, pero no me quedó de otra. Es que… yo tengo la culpa, compadre: le fui infiel y me cayó en la maroma.”
“¡Ándale, pinche compadre! ¡No me habías contado!”, le dijo Demetrio con un reclamo.
“¿Para qué, compa? No te imaginas la vergüenza que me da decírtelo.”
“¿Por qué?”
“Porque pues… la vieja con la que me metí fue mi comadre, tu mujer. Pero bueno: ya no la quieres. Perdóname, compa…”
“No chingues, compa. No es lo mismo Chana que Juana”, protestó Demetrio golpeando la mesa con el envase de la cerveza.
“Pues no, pero, la neta: ella me dio entrada, compadre. Además, me dijo que tú ya no le hacías caso y siempre llegabas cansado”, se disculpó Ciro.
“Pues, ya que estamos en esas, compa, a ver si no te enojas si te digo que me metí con mi ahijada…”
“¿Cuándo fue?”, le preguntó el compadre con un tono vestido de falsa tolerancia.
“Apenas: hace dos años, cuando fue su clausura y se recibió de maestra. Todos nos empedamos. Entonces comencé a verla muy bonita y sus ojos se me enredaron en mis piernas. Vi cómo se me quedó viendo y entendí lo que quería. Lo malo fue…”, continuó ante la mirada atónita de Ciro, “que mi pinche suegra se dio cuenta, porque ella no tomó, y de ahí se agarraron ella y mi vieja para hacerme manita de puerco con la amenaza de contarte todo.”
“Pinche compadre…”, reviró Ciro, “ora sí que, como tú dices: ni Chana ni Juana. Vamos a tener que hacer un desempate, porque quiero saber cómo quitarme de encima a tu chavo, el mayor, ni modo que no te hayas dado cuenta de que te salió mariconcito; si te fijaras cómo se me queda viendo…”