Mi cuñado

Por: José I. Delgado Bahena

La culpa es de Rubén, por simple. Si él me hubiera hecho caso de que viéramos películas pornográficas para que aprendiera o, al menos, se inspirara, otra hubiera sido nuestra felicidad; pero no, con su cara de mojigato rehusó a hacerlo y hasta me criticó y me insultó, cuestionándome sobre dónde había aprendido esas costumbres.


Todo empezó gracias a que Salvador se fue a los Estados Unidos, dizque persiguiendo el sueño americano, para regresar y casarnos.

Chava es el hermano mayor de Rubén. A Chava lo conocí gracias a Lucy, mi amiga que trabaja en el ayuntamiento; me lo presentó un día que fuimos a Búfalos, a bailar un rato.


Después de esa salida vinieron muchas más y en varias ocasiones tuvimos relaciones sexuales, a veces en un hotel y otras en su casa, cuando no había nadie.


Rubén supo muy bien de mi noviazgo con su hermano, y cuando Chava se fue de mojado, para juntar dinero y casarnos, se atrevió a invitarme a dar la vuelta, según él por encargo de su hermano. Después, poco a poco me fue metiendo la idea de que a lo mejor Salvador ya no regresaba porque había hallado buen trabajo y, además, todos, en la familia, hablaban de que se entretenía muy bien con Yazmín, la hija de Manolo, su amigo que le ayudó a llegar allá y lo apoyó mientras encontraba trabajo.
A mí Rubén no me gustaba. Era algo así como muy aburrido. Pero, cuando me contó todo eso, pues mi mente me ordenaba tomar venganza.
Además, Chava me llamaba por teléfono cada vez menos y hasta llegué a pensar que le causaba molestias cuando yo le mandaba whats, porque me dejaba en vistos mis mensajes y me contestaba a las quinientas.
Él me decía que no contestaba luego porque llegaban cuando estaba trabajando y no podía distraerse. De cualquier manera, poco a poco fue dejando de mandarme palabras bonitas y llenas de amor. A veces me decía “corazón”, y nada más.
“Creo que Salvador ya no regresará, y menos para casarse conmigo”, le comenté a Lucy un jueves que me invitó al pozole en un comedor de su hermana, por la colonia Tamarindos.
“No pierdas la paciencia, amiga, apenas son dos años; según recuerdo: el plan era por tres, para regresar a casarse contigo, ¿no?”, me dijo mientras su hermana nos acomodaba un ventilador para no sentir tanto calor.
“Pues sí, pero ya ves lo que dice Rubén…”
“No te desanimes. Dale chance a que pasen los tres años y, si no regresa, pues tomas decisiones, ¿no?”
Esas fueron las últimas palabras de aliento que me dijo Lucy. A los ocho días de esa conversación, Rubén me pidió que fuéramos novios.
“¿Estás loco? ¡Sabes bien que tu hermano es mi novio!”
“Pues sí, pero ya supimos que embarazó a Yazmín y, al parecer, le responderá y se hará cargo de ella y del hijo”, me dijo viendo al piso, como esperando que mi respuesta fuera positiva para su petición.
“No sé”, le contesté con firmeza, “dame unos días para que platique con él y, si eso es cierto, pues pensaré tu propuesta, ¿te parece?”
Por la noche de ese mismo día le mandé un mensaje a Chava para que me llamara por teléfono e inmediatamente le hice la pregunta obligada sobre lo que me había dicho Rubén.
“Eso no es cierto. Están todos locos. Yazmín y yo somos amigos, pero nada más. Espero que me creas. Y si no me crees, es tu problema”, me dijo y colgó, el muy digno.
Por mi desesperación, para mí, esa actitud de Salvador fue como la confirmación de su culpa. Entonces, tomé la decisión más tonta que pude haber tomado en mi vida: acepté la petición de Rubén para ser novios y, no solo eso, nos casamos a los dos meses.
Rubén trabajaba, en ese entonces, de chofer de una unidad del transporte público de Iguala, y más o menos le iba bien. Nuestra boda fue sencilla. Como tenían poca familia: sus padres y unos primos, no hicimos gran fiesta y nos quedamos a vivir con sus papás.
Desde luego, Chava me llamó para “felicitarme”, según él, porque empleó un tono más falso que la versión del gobierno sobre los chavos de Ayotzinapa; pero no hizo pleito ni nada.
Total que, como te dije en un principio: Rubén era tan zonzo para hace el amor que, si no fuera porque Chava me hizo mujer, un día me prenderían veladoras, porque seguiría de virgencita.
De cualquier manera, ese destino había escogido y me resigné.
Lo malo fue que a los cuatro meses de habernos casado, Chava regresó, siendo ahora mi cuñado. Con sus ahorros puso una carnicería en el mercado y se quedó a vivir en la misma casa.
Yo, la verdad, no había olvidado nuestros encuentros de antes, cuando fuimos novios, y cada vez que lo veía deseaba que me apretara y me restregara la mejor parte de su entrepierna.
Por eso, y por que quizá él tampoco había olvidado mis caricias, una noche, antes de que Rubén regresara de ir a lavar la combi, nos entregamos a la pasión en el mismo cuarto donde su hermano y yo vivíamos.
Todo fue tan fogoso, que ni cuenta nos dimos cuando llegó Rubén y nos halló en pleno regocijo.
Al verlo en la puerta del cuarto, nos separamos inmediatamente y Chava intentó darle una explicación:
“Hermano… este… fue ella la que…”, le dijo el muy cobarde, tratando de echarme la culpa.
“No te preocupes, carnal”, le respondió Rubén, “de por sí, esta mujer era tuya. No creas que me molesta, cuando quieran pasarla bien, nomás me dicen, para que no estorbe”.
Con asombro en mis ojos y con un dolor en la boca del estómago, vi cómo Chava, desnudo como estaba, se levantó de la cama para darle un abrazo a su hermano, en plena aceptación de un estilo de vida que jamás me hubiera imaginado.

Comparte en: