De ladito

Por: José I. Delgado Bahena

“No sé cómo comenzar, pero quiero contarle mi historia y, si le es posible, espero que la publique en su columna”, me dijo Daniel acomodándose en su silla de ruedas, por una enfermedad que lo ha tenido postrado desde el nacimiento, según me dijo.


No quise preguntarle mucho sobre la enfermedad que lo tiene así, para no ser inoportuno y no atraerle algún sentimiento de dolor; me limité a alentarlo para que siguiera hablando y me contara lo que le tenía envuelto, según él, en una nube de incertidumbre.


“Mire, profe, la mera verdad, yo no había tenido ninguna relación sexual, ni novia había tenido. A mis veintiocho años, he estado consciente de que, pues, no es fácil que alguna chava se me acerque o permita que yo le hable con otras intenciones, más que las de la amistad. Es más, a lo mejor no me cree, pero hasta iba a “la curva”, con un amigo que tiene auto, para ver si una chica de allá accedía a estar conmigo en la intimidad; pero no, ninguna quiso. Solo fuimos dos veces y me desanimé. Solo me atendía mi mano amiga, je, usted comprende, ¿verdad?”


“Sí, claro”. Le respondí entendiendo su frustración por no poder responderle a su cuerpo como su misma naturaleza, por ser un humano sensible, le pedía.


¿Y cómo te conseguiste a tu novia? ¿Cuántos años tiene?

“Pues, ella tiene veintidós años y la conocí una vez que me invitaron a una conferencia sobre valores, en el auditorio del palacio municipal. Ahí la vi, me ayudó a acomodar mi silla de ruedas y se sentó cerca de mí. Al final me ayudó a salir y me llevó hasta donde estaba mi papá, esperándome. Le di mi número de celular y a los dos días ella me llamó. Me preguntó que cómo estaba, y así nos hicimos amigos.”


¿Y luego? Le pregunté con sincero interés al pensar en que necesitaba desahogar un desaliento, y lo quería compartir conmigo y con mis lectores.


“La verdad es que yo quería ver si podía tener sexo con Lulú, que así se llama mi novia. Entonces, le dije que me gustaba y ella me dijo que yo también le gustaba. Como yo trabajo en unos baños públicos, una tarde ella fue por mí y me dijo que le llamara a mi papá para avisarle que ella me llevaría a mi casa. Yo sabía que no estaría nadie en la casa, porque mi papá estaba trabajando y mi mamá se va con mi abuelita.”

“Cuando llegamos, le dije a Lulú que quería descansar un poco en mi cama. Me ayudó a acostarme y ya ahí le pedí que me diera un beso. Me lo dio y así comenzamos a acariciarnos. Yo usaba mis manos como pulpo, je, pero sentía que nomás no se me despertaban las ganas de… ya sabe… Ella se sentó sobre mis piernas y comenzó a moverse para ver si yo reaccionaba, pero nada. Entonces, me ayudo a quitarme la ropa y también ella se desnudó. No le voy a dar muchos detalles, pero hizo muchas cosas para que yo respondiera como hombre, pero nomás nada. De todos modos, nos dimos placer y quedamos contentos.”

“Entonces, ella, con el pretexto de que tenía sed, salió del cuarto y fue a la cocina. No sé si por el calor, o porque terminé cansado, me quedé dormido. Entonces, cuando abrí los ojos, Lulú aún no regresaba, le grité para que me ayudara a vestirme. Llegó y me contó que se había quedado platicando con mi papá, que había regresado de su trabajo.”


“¿Lo intentaron otras veces?”, le pregunté al imaginarlo desalentado.
“Sí, varias, pero siempre con el mismo resultado. Lo curioso es que Lulú siempre iba a tomar agua y yo me quedaba dormido, no sé por qué. Así seguimos, hasta que lo intentamos de ladito. Nos colocamos frente a frente y así sí me respondió mi amigo sexual.”


“Algo extraño que noté, es que, desde esa tarde, dejó de darle sed. Se quedaba conmigo y nos dormíamos un rato abrazados. Con estas muestras de comprensión y apoyo (y de placer sexual) yo me fui enamorando y le pregunté que si se animaría a vivir conmigo, aunque fuera solo en unión libre, por si se enfadaba de mí y se cansaba de cargar con un discapacitado. ¿Qué cree que me respondió?”

“Supongo que no aceptó tu propuesta.” Le respondí al advertir que su emoción cambiaba y dejaba ver un gesto de tristeza.


“Pues se equivoca, profe, porque sí me aceptó; pero me dijo que tenía que confesarme algo. Se sentó en la orilla de la cama, me tomó de las manos y me dijo que no me fuera a enojar con mi papá, porque ella lo había provocado.”


“No entiendo”, le dije un poco incrédulo ante lo que me imaginaba.
“También así le dije, profe: que no entendía. Entonces, ella me dijo que cada vez que iba a tomar agua, ya estaba ahí mi papá, esperándola, y que tenían relaciones sexuales en la recámara de él y mi mamá. Me dijo eso y salió llorando del cuarto. Se fue de la casa. Eso pasó ayer. Ahora no sé si buscarla o no.”


“¿Y tu papá? ¿Le dijiste algo?”, le pregunté realmente enojado por lo que había hecho con la novia de su hijo.


“No profe. No le tengo coraje. Yo lo quiero mucho. Mamá y él se han sacrificado mucho por mí y no soy nadie para reclamarle nada. Yo lo perdono. Lo que no sé es si la perdonaré a ella. ¿Usted qué me aconseja?”

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