¡Aguas!

Por: José I. Delgado Bahena

“Dormiré en tu aliento, caminaré sobre tu alma, me alimentaré de tu cuerpo en la soledad de mi cama”, decían los versos que Carlos me envió aquella noche en la que, definitivamente, conquistó mi corazón, sediento de amar y loco de lujuria.

Lo que son las cosas, lo conocí en la escuela; pero nunca me imaginé que acabaría babeando por él. A decir verdad: me caía mal. Íbamos en la prepa, siempre alardeaba de sus respuestas en las clases y no hacía otra cosa que creerse el muy guapo.

Con él no me llevaba, solo convivía con Ángela, mi amiga de Tomatal, y Saúl, quien había llegado de Teloloapan y vivía con su abuelita, aquí, en la ciudad.

Todo comenzó cuando a Perla se le ocurrió hacer un convivio el viernes, por el Día del Estudiante, en su casa. Como sus papás habían salido y la habían dejado a cargo de su hermano que ya estaba en la universidad, pero que se iría de antro con su novia, hizo la propuesta a la mayoría del grupo y nos organizamos para apoyarla con los refrescos y las frituras. Ella pondría una botella de tequila que le robaría a su papá de un mueble que solo ella sabía, según…

La mejor ocurrencia fue de Beto, quien trajo otro pomo y la cosa se puso buena con la música que Perla ponía en un modular que tenían en su casa.

Lo malo, ¿o lo bueno?, fue que se terminaron los hielos y todos votaron porque Carlos y yo fuéramos a la tienda a comprarlos.

Durante el camino, por el modo de hablar que tenía y de caminar, me di cuenta de que ya estaba algo borracho; tal vez por eso se soltó hablando y me dijo que desde hace tiempo tenía ganas de decirme algo. Yo no supe qué contestar, por eso solo dije: “¿Y luego?”

“Nada. No sé ni lo que digo”, me dijo.

Como la tienda estaba a dos cuadras y media, y ya eran como las diez de la noche, cuando veníamos de regreso, a él se le ocurrió orinar a un lado de un árbol y me pidió que le echara “aguas”.

Con más pena que nada, le cubrí de un posible policía que pasara por ahí. No sé por qué, como disimuladamente, me acerqué donde desalojaba su vejiga y me asomé, para ver algo de su parte íntima. La verdad no vi mucho, pero él se dio cuenta y, volteando a verme, me sonrió y me dijo: “Préstame tu mano”.

Yo imaginé qué era lo que intentaba, por eso, mejor me fui donde había dejado la bolsa de hielos, la cargué y eché a andar en dirección de la casa de Perla. Él me alcanzó y me dijo: “Discúlpame”.

“No te preocupes”, le dije; pero, la verdad, no sentía pena; más bien lo que tenía era arrepentimiento, por no haberme atrevido a prestarle mi mano. Desde ese momento me di cuenta de que me ponía de nervios cuando me hablaba o se me quedaba viendo.

Como habíamos acordado que la fiesta duraría hasta las once, para que a esa hora nuestros papás fueran por nosotros, yo comencé a revisar mi celular a cada momento, por si me mi papá me marcaba para avisarme que ya estaba afuera.

Yo no estaba tomando tequila, pero Carlos sí, y seguía fanfarroneando y volteaba a verme cada que se carcajeaba. Como Ángela se fue justo a las once, Saúl fue a sentarse a mi lado. Un rato después, sentí ganas de ir al baño y, al levantarme de la silla, volteé a ver a Carlos, me sonrió y yo le devolví la sonrisa. Al parecer esa fue la señal que esperaba porque, cuando me di cuenta, se había metido también al baño y orinábamos juntos.

“Pinche Orlando”, me dijo, “¿por qué no quisiste hacerme algo allá, afuera?”

“Porque no”, le dije con un tono inseguro y bajando mi vista para ver su miembro mientras terminaba de orinar. En ese momento sonó mi teléfono. Era mi papá que me decía que ya estaba afuera. Abrí la puerta del baño y salí de la casa, seguido de Saúl a quien le ofrecí que le daríamos un “aventón”.

No sé con quién, Carlos consiguió mi número y durante el fin de semana se la pasó enviándome mensajes muy románticos y poéticos. Yo hasta pensé que solo estaba jugando conmigo, pero le contesté algunos con palabras de agradecimiento y le decía que estaban muy bonitos.

La verdad, yo tenía una relación con mi primo Rogelio. Cada vez que podíamos, nos veíamos, o pedíamos permiso en nuestras casas para quedarnos a dormir en la del otro y, así, dar rienda suelta a nuestros deseos.

Entonces, sabiendo que lo que había entre Rogelio y yo no nos llevaría a nada, por ser de la familia, decidí abrir mi corazón para darle una oportunidad a Carlos.

La primera vez que nos entregamos por completo fue en su casa. Su mamá salía de trabajar ya muy tarde y eso nos permitía estar juntos para, según, hacer las tareas. De los besos pasamos a lo demás y, sin ropa, hicimos lo que quisimos con nuestros cuerpos, pero sin protección…

Eso fue lo malo.

Después de un mes de hacerlo de esa manera, él decidió dejarme con un mar de incertidumbre, por no saber si tendría consecuencias nuestra irresponsabilidad de tener relaciones sin cuidado alguno. No lo volví a ver. Solo supe que se fue con su mamá a Pachuca.

He vivido estos tres últimos años esperando que no pasara nada; pero, después de una semana de diarrea y fiebre constantes, mi papá me llevó a hacer unos estudios y hoy nos dieron los resultados…

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