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Kabul, Afganistán. Euforia en las calles de Kabul con motivo del segundo aniversario de la caída de la capital afgana, tras la vergonzosa retirada de las últimas tropas estadounidenses. Miles de afganos ondeaban banderas blancas del nuevo régimen fundamentalista y gritaban exaltados su lema: “No hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta”. Todos los gritos eran de hombres, niños, jóvenes y ancianos, muchos mostrando sus fusiles, para dejar claro que se trataba de una celebración masculina. Las afganas no tienen nada que celebrar.
Desde aquel 15 de agosto de 2021, día de la toma de Kabul, hasta la fecha, las niñas y mujeres han quedado reducidas a la condición de servidoras de los mahran (parientes masculinos), a los que debe pedir permiso incluso para ir al médico y siempre que uno de ellos se digne a acompañarlas. Desde el momento en que un niño empieza a hablar y razonar, ya le es permitido dar órdenes a sus hermanas e incluso a su madre.
«No somos nadie»
“Nos han reducido a la nada; ¿quién va a protegernos si no somos nadie?», se lamentaba en silencio una afgana que pudo lograr enviar este mensaje a una web en el exilio, que denuncia la indiferencia de las potencias ante una tragedia que se vio venir desde el primer mes del retorno de los talibanes al poder, cuando anunciaron la restauración del inquisidor Ministerio de la Virtud y la Prevención del Vicio.
El vicio, según la mente delirante de los talibanes, no es culpa de los hombres, sino de las mujeres que lo provocan, por lo que son obligadas a usar el burka en todo momento, ya que “el rostro de una mujer es una fuente de corrupción” para los hombres que no estén relacionados con ellas. Tampoco pueden hablar en voz alta en público, ya que ningún extraño debe escuchar la voz de una mujer, ni desde luego usar tacones, ya que los hombres pueden “excitarse” con el ruido de pasos.
Cualquier incumplimiento de nuevas y antiguas reglas impuestas por los talibanes es motivo de castigos, que en los casos declarados graves —como huir de un marido maltratador— es penado con cárceles, donde son víctimas de violaciones y torturas, e incluso latigazos y ejecuciones en plazas públicas (eso sí, siempre con la cara y el cuerpo cubiertos por la burka).