Por: José Eduardo Cruz Carbajal
“Ahora Señor despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra: Porque han visto mis ojos tu salvación”.
Lucas 2:29
Iguala, Guerrero, Junio 24.- Después de haber llorado tanto, me quedé dormido en el sillón que estaba junto a tu cama, mi mano quedo apoyada sobre tu pecho, de repente sentí que apretaban mi mano, ¡Eras tú! ¡Habías despertado de nuevo! Estabas muy animado, aunque ciertamente muy débil, al verte, no pude contener el llanto, ¡Habías despertado! ¡Verte despierto era más que suficiente para mí! Me pediste recostarme a tu lado, no dude en hacerlo. Con cuidado moví ligeramente tu cuerpo y me acomodé junto a ti, pusiste tu cabeza sobre mi pecho, rodear tu cuerpo entre mis brazos era una bendición, el mejor regalo de todos. ¡Hubiera dado todo a cambio de que nunca me soltaras!
Conversamos de todo un poco, revivimos los pasajes de nuestra historia, nos reímos, recordamos cómo comenzó nuestra amistad, éramos dos estudiantes universitarios que se sentaron uno atrás del otro en el primer día de clases, nos tocó presentarnos el uno al otro siguiendo la dinámica que el profesor había establecido para el inicio de la clase, y ahí empezó nuestro camino.
Te pedí perdón por todas las veces que tuviste que luchar con mi apatía hacia la vida, te dije que me sentía muy avergonzado y que necesitaba y quería saber que me perdonabas, sin duda nos divertimos, pero ahora dando una mirada hacia atrás, todo hubiera sido más fácil si no hubiera sido tan apático. Comportándome contigo como un niño malcriado. Tu respuesta me sorprendió, hasta el día de hoy sigo asombrado con ella. Recuerdo perfectamente tus palabras:
Claro que te perdono querido amigo, no me debes nada, yo te insistía porque veía en tus ojos tu anhelo por vivir, así que solamente te daba el empujón que necesitabas para hacerlo, no tienes por qué sentirte avergonzado, no para todos es fácil dar el salto a la vida. Yo te he perdonado, perdónate a ti mismo también eso te traerá consuelo. Prométeme algo, prométeme que vivirás, que iras nuevamente a los lugares a los que fuimos juntos, yo ya no estaré allí físicamente, pero mi recuerdo estará contigo. Te miré asombrado y al preguntarte cómo es que sabías que necesitaba tu perdón y me sentía avergonzado tu respuesta fue: Oí tu voz sollozando en mi oído, fue tan claro para mí. Estabas verdaderamente inconsolable.
Me besaste en la frente, besé la tuya, me dijiste: Ten calma, quédate así juntito de mí, por favor no me sueltes. Permanecimos abrazados en silencio lo que para mí fue una eternidad. Hubiera dado todo para que ese momento no terminará. Buscaste mi mirada y me dijiste: Gracias por todo, ¡Te amo! Volviste a recargarte sobre mi pecho, y en ese momento sentí que tu peso se había aligerado un poco, con profundo dolor entendí que tu alma había sido tomada en brazos de nuestro salvador, ya estabas en una casa más bella.
*José Eduardo Cruz Carbajal (Iguala, Guerrero) es psicólogo y maestro en tanatología. Contacto: psiceduardo15@gmail.com