Por: Carlos Martínez Loza


Ciudad de México, Julio 16.- Es la Roma del emperador Tito Flavio Vespasiano, en los límites del siglo I después de Cristo. Un hombre avanzado en años oficia la primera cátedra pública de retórica en el imperio, su nombre en latín: Marcus Fabius Quintilianus.

Por el influjo de sus alumnos y amigos, Quintiliano por fin destina tiempo para escribir y publicar, pues desde hacía mucho regía sobre él un consejo del poeta Horacio: “No apresurarse a publicar, sino pasados nueve años”. Felizmente para sus discípulos desechó el consejo y publica uno de los libros emblemáticos de la retórica latina, la Institutio Oratoria. Muchos siglos después la UNAM lo vertió al castellano con el título Sobre la enseñanza de la oratoria en la colección Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana.

Abrir las páginas de ese libro es abrir el corazón de un hombre que creía en la formación de oradores perfectos, esos que poseen tanto la ciencia de hablar bien como la ciencia de la ética. En el Libro I escribe: “Sea, pues, tal el orador que pueda con verdad llamarse sabio”; y en otro lugar, un párrafo que se acerca al proverbio: “ejercitarse en aprender la ciencia de la bondad y de la justicia, sin la cual ninguno puede ser ni hombre de bien ni elocuente.” Quintiliano simbolizaba su visión del orador ideal en un apotegma que ha alcanzado estatus de eternidad: Vir bonus dicendi peritus (un hombre bueno, diestro en el arte de hablar). Es decir, el verdadero orador antepone las virtudes éticas (ser bueno) a las virtudes elocutivas (ser elocuente).

Del linaje quintiliano deriva el Dr. José Dávalos Morales, ex director de la Facultad de Derecho de la UNAM, profesor de derecho del trabajo y maestro de oratoria que muy lamentablemente ha fallecido el miércoles pasado. En abril del 2018 me abrió las puertas de su oficina para entrevistarlo, debo admitir que yo estaba un poco nervioso ante la presencia de una institución viviente del derecho del trabajo y la oratoria en México, pero su espíritu prodigaba una secreta sencillez, bondad y confianza.

Me habló de la enseñanza de la oratoria. Recuerdo haber anotado sus siguientes palabras: “Puede haber una gente muy culta que diga su discurso y la gente dice ´es bueno´, ´es valioso´, pero hasta ahí. Por otra parte, el discurso que se dice con belleza, el que sale del corazón, es el discurso que impulsa a la gente a la acción.” Miremos con atención este pensamiento, en él se oculta la doctrina griega de la Kalokagathía, de la belleza y el bien como una unidad que debe manifestarse a través de nuestra discursividad, pero tan en crisis en la era del posmodernismo.

Como los hebreos, el Dr. José Dávalos Morales había elegido el sábado como día sacro para ensayar el logos. Sus clásicos cursos de oratoria discurrían apenas clareaba el alba en alguno de los auditorios de la Facultad de Derecho. Mañana estarán vacíos, pero estarán llenos nuestros corazones de gratitud por haber visto vivir a ese maestro que aleccionaba a la manera de Quintiliano: ser bueno para ser elocuente.

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