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Estados Unidos. Los miles de inmigrantes latinoamericanos llegados a Nueva York desde el pasado verano se enfrentan a un sinfín de retos entre los que se encuentra también la alimentación, y no son pocos los que se esconden para cocinar clandestinamente en los albergues los platillos que les recuerden a sus países de origen.
Y aunque están agradecidos con la ayuda que reciben de las autoridades, las quejas por las comidas «sin sabor», «frías», «crudas» o hasta «dañadas» son un clamor.
La prohibición de cocinar, por motivos de seguridad, en los albergues y hoteles que les paga la ciudad ha dificultado aún más un problema al que se enfrentan tres veces al día.
Algunos acuden a despensas de iglesias o de las ONG para obtener alimentos con los que cocinan en los refugios, asumiendo el riesgo de ser descubiertos, o a veces piden prestada la cocina de amigos o familiares.
«Mucha gente cocina en secreto, tratando de que la seguridad (en los hoteles) no se entere. Yo a veces cocino para mí y mi hijo en una ollita (eléctrica)», cuenta una ecuatoriana llegada hace tres meses y que guarda su ollita escondida ante eventuales registros.
«La comida fue para mí un choque cultural muy grande», afirma la mujer, que se aloja en el hotel ROW, en la octava avenida entre las calles 45 y 46 en Manhattan, decomisado por las autoridades para convertirlo en un refugio, a solo unos pasos de Times Square.
MONTAÑAS DE ALIMENTO EN LA BASURA
Recientemente, el diario sensacionalista New York Post, que no se caracteriza por se amigable con los inmigrantes, publicó una foto tomada por un empleado del hotel: en ella aparecía una enorme bolsa de basura llena de bandejas de alimentos provistos a los emigrantes que estaban prácticamente sin abrir.