Por: Alejandro Massa Varela


Iguala, Guerrero, Agosto 24.- ¿Conoces alguna persona que no sienta ansiedad ocasionalmente? La vida es problemática y sobreviene como un hecho psicológico. Sin embargo, los trastornos de ansiedad implican preocupaciones, miedos o terrores excesivos y persistentes en situaciones de lo más variadas, pasadas, presentes y futuras. Se tratan del grupo de afecciones mentales más común entre la población mundial y cuyas primeras manifestaciones se dan durante la infancia o la adolescencia, pudiendo continuar a lo largo de la edad adulta. Quienes padecemos este tipo de trastornos nos encontramos con episodios repetidos de ansiedad desproporcionada.


Estos eventos pueden magnificarse en cuestión de minutos en lo que se conoce como un “ataque de pánico”, reconocible tanto por síntomas físicos, palpitaciones, elevación de la frecuencia cardíaca, sudoración, temblores y escalofríos, sensación de ahogo o falta de aliento, opresión torácica, náuseas o molestias abdominales, hormigueo o entumecimiento, inestabilidad, mareo o desmayo, así como por síntomas psicológicos, una sensación de irrealidad o de estar separado de uno mismo, miedo a morir y miedo a perder el control o la cordura. Estos trastornos pueden interferir con las actividades diarias por ser difíciles de controlar. Otra de sus consecuencias consiste en evitar lugares o contextos que se interpretan como catalizadores de estos episodios. Algunos ejemplos son: el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno de ansiedad o fobia social, y el trastorno de ansiedad por separación. Lamentablemente, es posible que una persona padezca más de una de estas afecciones.


Encontrar mejores explicaciones de este mal podría ser una ayuda para la calidad de vida de una minoría creciente en el mundo. Algunos medicamentos pueden aliviar los síntomas relacionados, pero los expertos todavía se ven incapaces de determinar exactamente qué sucede en el cerebro de las personas con estos trastornos. Encontrar el fármaco o la combinación de fármacos adecuados representa un proceso de prueba y error que requiere tiempo. Sin embargo, uno de estos descubrimientos optimistas, llevado a cabo por un grupo de investigadores del Reino Unido, es el de un «gen de la ansiedad» en el cerebro de los ratones, algo que podría permitir el desarrollo de un tratamiento natural basado en desactivarlo.

El experimento en cuestión consistió en inmovilizar a un grupo de control de estos roedores por espacio de seis horas. Bajo estrés inducido, se aplicó a sus cerebros un análisis molecular focalizado en la amígdala, la zona subcortical implicada en los estados de ánimo, lo que reveló altos niveles de cinco moléculas de ARN, “microARN” o “miARN”, las cuales ayudan a determinar qué genes en una célula se expresan y cuáles no. Cuando los investigadores observaron con mayor cuidado la molécula que alcanzó los niveles más altos, “miR-483-5p”, esta suprimía la expresión del gen “Pgap2”, supresión que aparentemente alivió el estrés y redujo el comportamiento relacionado con la ansiedad de estos mamíferos. De acuerdo con la neurocientífica Valentina Mosienko, integrante del experimento:


Estas moléculas han mostrado estar estratégicamente preparadas para el control de afecciones neuropsiquiátricas complejas como la ansiedad. Sin embargo, los mecanismos moleculares y celulares que utilizan para regular la resiliencia y la susceptibilidad al estrés eran hasta ahora en gran medida desconocidos. La vía miR483-5p / Pgap2 ofrece un enorme potencial para el desarrollo de terapias contra la ansiedad.

Si el futuro nos sonríe y más investigaciones reproducen este descubrimiento en el cerebro humano, este gen de la ansiedad y su supresión podría servir para mejorar las perspectivas de futuro de las personas que manejamos el día a día con trastornos de ansiedad, situación bien difícil. En palabras de la escritora y activista neerlandesa Corrie Diez Boom:


Preocuparse es llevar la carga de mañana con las fuerzas de hoy, llevar dos días seguidos. Preocuparse no vacía el mañana de su dolor, vacía el hoy de su fuerza. Fuente: Pijama Surf.


Una consecuencia persistente de la era del encierro es que nos enseñó «a temer a otras personas», dice Fox. En concreto, a Finlay le preocupa la pérdida de lo que los sociólogos denominan «vínculos débiles», interacciones informales y no planificadas que, según demuestran décadas de datos, están asociadas a una mayor satisfacción vital e incluso a una mayor esperanza de vida.
Ahora, muchas personas de su grupo creen que no tienen ni la habilidad ni la oportunidad de mantener esas interacciones. En lugar de charlar con la cajera o la persona del mostrador de la carnicería, «ya sea por costumbre, a propósito o ambas cosas, la gente se apresura en el supermercado. Cogen lo que necesitan y se van», dice.
Es más probable que los vínculos débiles tiendan puentes entre las diferencias de edad, raza, etnia, política u otras, lo que significa que su pérdida tiene implicaciones cívicas y puede contribuir al aumento de los conflictos públicos y a una mayor polarización política. «La gente dice que ahora no puede o se niega a relacionarse con amigos o familiares que piensan de forma diferente, una intolerancia que nunca antes habían experimentado», añade Finlay.
Los cambios sísmicos en la cultura laboral estadounidense desde 2020 también están amenazando estos vínculos débiles.
En mayo de 2024, alrededor del 40% de los estadounidenses trabajó desde casa al menos un día a la semana y el 26% lo hizo a distancia, cinco veces más que antes de la pandemia, según Nick Bloom, economista de la Universidad de Stanford. Los datos muestran que el cambio ha sido «abrumadoramente positivo», afirma Bloom, pero también ha representado una transformación cultural que tiene a las empresas luchando por ponerse al día.
Para muchas personas, «la tecnología no sustituye al tiempo en persona; no puede reemplazar todas las respuestas fisiológicas cuando estamos en persona y todas las conversaciones aleatorias que se producen», afirma Jim Harter, científico jefe para el lugar de trabajo en la consultora de gestión Gallup. Subraya que el trabajo a distancia no tiene por qué conducir al aislamiento o la soledad. Pero si la forma en que trabajamos (desde la frecuencia de las reuniones al estilo de gestión) no cambia en consecuencia, entonces «la distancia física puede convertirse en distancia mental».
Los mensajes generalizados que nos animan a actuar como si todo hubiera «vuelto a la normalidad» pueden ser en sí mismos síntomas de trauma, afirma Silverman, ya que muchas personas se sienten más cómodas hablando de experiencias difíciles una vez resueltas y «en tiempo pasado».
Esa dinámica también puede contribuir a la reacción emocional, y a menudo política, contra la gente que sigue llevando mascarilla: en la mayoría de estados de EE. UU. se están planteando prohibirlas por completo, una medida que conllevaría graves consecuencias en medio de oleadas de infecciones, muertes continuas y riesgo de COVID larga.

(Relacionado: ¿La COVID larga dura para siempre? Un nuevo estudio arroja luz al misterio)

Finlay ha descubierto un mayor riesgo de depresión y ansiedad en las personas de su cohorte que siguen practicando la precaución asociada a la COVID-19. En sus encuestas, dicen sentirse abandonados y aislados viendo cómo el resto del mundo parece olvidar lo que para ellos está dolorosamente presente. Y con el fin de las directrices de salud pública y el aumento del estigma de la mascarilla, «mucha gente se ve obligada a aislarse aún más», dice Miles Griffis, cofundador de The Sick Times (una web que se centra en la ciencia y regulación detrás de la COVID larga), una sensación parecida a la de estar «encerrado fuera de la sociedad».

Tanto para los que guardan cautela frente al coronavirus como para quienes retoman los hábitos de 2019, Fox considera que el reconocimiento generalizado de las luchas de los últimos cuatro años, incluso por parte de las figuras de autoridad, es un primer paso esencial hacia la curación. Más pasos posibles: Finlay sugiere revitalizar los vínculos débiles mediante programas comunitarios; mientras Altman apunta a rituales que dejen espacio para recordar las cosas que hicieron tan difícil este periodo.

De lo contrario, la gente seguirá culpándose a sí misma de su angustia continuada. «Oigo a mucha gente decir: ‘Ya debería haber superado esto; ¿por qué no me va mejor? La verdad es que esto fue tan traumático, ¿cómo podemos esperar que la gente lo supere? Hay mucho que trabajo que hacer». dice Fox.

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