Por: Carlos Martínez Loza


Iguala, Guerrero, Julio 13.- Este título evoca íntimamente un nombre, Ignacio Burgoa Orihuela. Para biografiarlo basta ensayar la predicación de una categoría aristotélica, la pasión: cultor del juicio de amparo, la magistral cátedra, la oratoria postciceróniana, la insondable lectura, la grave voz, la absoluta biblioteca, la conmoción por el proceso de Cristo y las variaciones del tabaco. Como otros grandes juristas mexicanos, militó ilustremente en la Facultad de Derecho de la UNAM. Un día del pasado siglo, después de nutrirse de las páginas de ‘El hombre mediocre’ de José Ingenieros, resolvió escribir un breve ensayo al que intituló épicamente ‘El jurista y el simulador del derecho’ (1988); desde su advenimiento, ‘ser’ y ‘apariencia’ se contraponen en los arquetipos mexicanos del abogado como la luz de las tinieblas o la verdad de la falsedad. Para Burgoa, el jurista verdadero debe ser libre, desencadenado de los grilletes de la jerarquía política y no depender de quien utilice sus servicios profesionales; debe ser auténtico, vivir como piensa en oposición a la hipocresía; debe ser veraz, actuar con rectitud de pensamiento, solo expresando aquello que cree verdadero; debe poseer valor civil, combatir heroicamente por la justicia pues sabe que “Quien sea apático e indiferente a lo injusto y antijurídico es en gran medida un cobarde aunque sea erudito.” José Ingenieros, su influjo intelectual para escribir la obra, ha dicho que el “hombre es” y “la sombra parece”. El maestro Burgoa, afirma que el simulador imita lo que no es. Así como el sofisma se opone al buen argumento, El Gran Simulador es el espécimen contrario al jurisprudente, al profesor de derecho, al filósofo del derecho, al juez, al abogado postulante. El que aparenta jurisprudencia puede poseer el título de licenciado o doctor, pero “el simulador del Derecho es la negación de la jurisprudencia, que evidentemente no se agota en el aprendizaje de la ley. No le interesa la justicia. Su proclividad pragmática le veda este interés.” Se esconde detrás de la máscara pulida y encerada de buenas intenciones para que nadie denote sus intereses malévolos. Una Facultad de Derecho que nos ha dado a Ignacio Burgoa (ejemplo insigne del jurista total) merece que se le considere la mejor. Su vida abarcó de 1918 a 2005. Pero su pensamiento se extiende más allá del tiempo y más allá de los días del abogado. ¡Feliz Día del Abogado!

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