Por: Carlos Martínez Loza


Iguala, Guerrero, Febrero 1.- Intentaré un examen políticamente desapasionado, alejándome emocionalmente del sujeto enunciante, del discurso que Donald Trump vocalizó en su toma de posesión como presidente de Estados Unidos en el mediodía del 20 de enero pasado.

Tradicionalmente el discurso político americano hace de Washington su pulpito y del mundo su audiencia universal. Lo logra por medio de una escena de enunciación donde Estados Unidos se personifica como un héroe que habita un espacio y tiempo horripilante el cual debe vencer épicamente para los americanos y las naciones que lo admiran. Después de las cordialidades del saludo, el discurso de Trump irrumpe con un exordio inmenso en su intención: “La edad de oro de Estados Unidos comienza ahora mismo” [The Golden Age of America Begins Rigth Now], es un eslogan político que condensa el discurso en un núcleo temático, con una formula breve dicha en tono eclesiástico, y con el propósito de que el escuchador lo memorice fácilmente y lo inste a la acción emocional. Todos comienzan a aplaudir después de escuchar ese eslogan.


La palabra “oro” (Golden) hace su gran labor arquetípica. El oro representa la abundancia, la riqueza, lo laborioso de su obtención, la seguridad económica, la luz refulgente del sol. Si en lugar de “La edad de oro” se dijera “La edad de verdor”, el eslogan deja de ser poderoso. Un buen escritor de discursos sabe que la elección de cada palabra es fundamental. Aquí se nota la labor de un asesor de discursos, sospechamos que sea Stephen Miller.


Examinemos otro pasaje:


“Mi reciente elección es un mandato para revertir completa y totalmente una horrible traición, y todas estas muchas traiciones que han tenido lugar, y para devolver al pueblo su fe, su riqueza, su democracia y de hecho su libertad, a partir de este momento, el declive de América ha terminado.”


Es un mensaje que articula cuatro tópicos muy queribles para los estadounidenses: fe, abundancia, democracia y libertad. Es una apelación al Sueño Americano, el pilar ideológico de la cultura y sociedad estadounidense, precedido por el destino de “revertir completa y totalmente una horrible traición”. Ese destino manifiesto será la obra de Dios que rige los aconteceres del mundo. Dice después:

“Quienes desean detener nuestra causa han intentado arrebatarme la libertad y, de hecho, arrebatarme la vida. Hace solo unos meses, en un hermoso campo de Pensilvania, la bala de un asesino me atravesó la oreja, pero sentí entonces y creo, aún más ahora, que mi vida fue salvada por una razón. Dios me salvó para hacer a Estados Unidos grande de nuevo.”


Es un artificio fantástico. “Dios me salvó para hacer a Estados Unidos grande de nuevo” funciona como un epifonema; es decir, una frase de cierre que resume con fuerza lo anteriormente dicho. La expresión “en un hermoso campo de Pensilvania” causa extrañeza: el lugar de la potencial muerte no puede ser hermoso, pero ahí reside su impacto retórico, como si fuese un oxímoron.


Su epílogo no demerita en épica:


“El futuro es nuestro y nuestra edad de oro acaba de empezar. Gracias. Dios bendiga a América”.


No todos los días se nos presentan ejemplos de buenos discursos políticos. Este es uno de ellos. Vale la pena leerlo por completo.

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