Por: Carlos Martínez Loza


Iguala, Guerrero, Agosto 26.- A principios de noviembre de 1654 Blas Pascal sufrió un accidente en su carruaje al cruzar el Puente de Neuilly-sur-Seine en París. El carruaje había quedado al borde del precipicio: equilibrándose entre el suelo y el aire. Dicen que después de ese suceso el filósofo y matemático quedó sumido en el silencio durante 15 días sin salir de cama. Ese año Pascal se convertiría al cristianismo.

Todos conocemos su inolvidable aforismo “El corazón tiene razones que la razón no comprende […] es el corazón el que siente a Dios y no la razón”. Estos días he recordado además que entre su obra escrita figura un arte de persuadir (L`art de persuader, 1657), el cuál he abierto nuevamente con el goce íntimo de visitar un antiguo y querible lugar. Ya en la primera página se deja ver su espíritu impetuoso y escribe que la mayoría de las personas no llegan a creer por las pruebas sino por el agrado; es decir, la fuerza de la persuasión reposa en lo agradable o desagradable de las ideas. Más contundentemente: “No creemos más que en aquello que nos gusta”.

Esta aseveración se instituye como uno de los principios de su arte de persuadir, que consiste en agradar como en convencer, pues las personas “se gobiernan más por el capricho que por la razón”. Esta enseñanza de Pascal bien puede resumir mil años de estudio de marketing y argumentación persuasiva. En el supermercado de las ideas este es el Cantico canticorum, el Cantar de los cantares, el Algoritmo Supremo, que rige la oferta y la demanda: entre más agradables las ideas y sus ideologías madre, más fácil su consumo y aceptación. Chaïm Perelman, en su Tratado de la Argumentación, comenta que para Pascal al autómata se le persuade por el cuerpo, la imaginación y el sentimiento.

Pascal parece ministrar un ejemplo, en su labor de apologeta de la religión cristiana, al afirmar que aquellos que no aceptan las verdades de la religión cristiana lo hacen por ser opuestas a sus placeres. Inmediatamente se erigen las preguntas: ¿cuántos argumentos contundentes no rechazamos por ser opuestos a nuestros placeres? ¿Cuántos razonamientos válidos y con premisas verdaderas no rechazamos por mostrar la oscuridad falaciosa de nuestro pensamiento? ¿Cuántas ideas nos parecen falsas simplemente porque incomodan nuestras “verdades” subjetivas? Muchas veces lo que nos agrada nos parece a su vez bueno y racional, pero no necesariamente es así.

Pascal nos hace pensar y nos deja pensando. Ese “poeta perdido en el tiempo y el espacio”, como escribió Borges sobre él.

*Carlos Martínez Loza. Es escritor y profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM. Correo: carlosmartinezloza@hotmail.com

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